Lula entendió perfectamente la multipolaridad del incipiente nuevo orden mundial
del que forma parte Brasil (en el BRIC y en el G-20), y propuso a su Congreso la
estatización de sus pletóricos yacimientos de hidrocarburos en el océano
Atlántico.
Por Alfredo Jalife-Rahme - La Jornada, México
El gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, quien ha demostrado dotes de
estadista visionario en los tiempos de la mediocridad de los políticos, ha
avanzado las piezas de Brasil en el tablero de ajedrez geoestratégico como
potencia emergente mundial y primera potencia latinoamericana.
Lula entendió perfectamente la multipolaridad del incipiente nuevo orden mundial
del que forma parte Brasil (en el BRIC y en el G-20), y propuso a su Congreso la
estatización de sus pletóricos yacimientos de hidrocarburos en el océano
Atlántico.
Antes de Lula, Brasil vivía en la subnormalidad geopolítica y geoeconómica de su
enorme potencial, paralizado en gran medida por la doctrina Monroe y el “destino
manifiesto” del unilateralismo teológico de EU.
Ahora con Lula, quien ha aprovechado las ventanas de oportunidad de la
decadencia de la unipolaridad de EU, Brasil empieza a vivir su normalidad
geopolítica y geoeconómica a la que estaba destinado, lo cual conlleva colosales
desafíos que lo obligan a moverse en la pluralidad caleidoscópica que va desde
su todavía vulnerable dependencia financiera con la dupla anglosajona de Wall
Street y la City, pasando por su complementariedad geoeconómica con China (hoy
su primer socio comercial, que ha desplazado de los primeros lugares tanto a EU
como a la Unión Europea), hasta su reciente “asociación estratégica” con Francia
en la adquisición de alta tecnología militar (un submarino atómico y la probable
compra de los aviones de caza Rafale).
En el mundo dinámico volcado en la multipolaridad aflora la colisión de las
cosmogonías antagónicas de EU y Brasil en varios frentes donde se juega el alma
de Latinoamérica: desde la resurrección de la Cuarta Flota de EU, pasando por la
instalación de siete bases militares del Pentágono en Colombia (una de las
fronteras de Brasil en la inmensamente rica biosfera del Amazonas), hasta la
embajada brasileña en Tegucigalpa, donde se ha asilado el presidente Manuel
Zelaya, depuesto por el golpe de Estado (inducido por el Pentágono y sus
trasnacionales bananeras) perpetrado por los anacrónicos gorilas militares
hondureños.
Existen otras batallas más subrepticias en el campo militar, sobre todo el
misilístico, que apenas asoman a la luz pública.
Más allá del desenlace de la primera confrontación abierta entre los intereses
encontrados de EU y Brasil que se escenifica en la embajada de este último en
Honduras –lo cual tomó desprevenido al primero–, la verdadera colisión se deriva
tanto del nuevo posicionamiento de Brasil, en su calidad de potencia emergente
específicamente sudamericana, como por la demarcación de las zonas de influencia
en disputa con EU que de forma sorpresiva Lula ha llevado como primaria
contención disuasiva hasta las entrañas de Centroamérica.
En este contexto de referencia, llamó la atención la vigorosa declaración del
vice-presidente y simultáneamente anterior ministro de Defensa de Brasil, José
Alençar Gomes da Silva, quien alienta la fabricación de armas atómicas como
“instrumento de disuasión y de gran importancia para un país que tiene 15 mil
kilómetros de frontera al occidente y un mar territorial donde se han encontrado
reservas de petróleo” (Al-Jazeera, 28.9.09).
La explosiva declaración de fe nuclear del vicepresidente brasileño y empresario
de derecha fue escamoteada por los multimedia anglosajones, lo cual exhibe el
temor de EU y Gran Bretaña en los momentos en que maldicen las instalaciones
nucleares civiles de Irán, al que exigen colocar en cuarentena mediante
sanciones draconianas.
La bomba retórica de Alençar, quien luego matizó que había sido a “título
personal” (como si en las alturas en las que se mueve existiesen todavía las
intimidades) y “no una postura del gobierno”, causó serena perplejidad en
Brasil, cuya Constitución prohíbe tener bombas nucleares.
Un portavoz de Lula definió exclusivamente para la agencia estadunidense Ap (que
no pocos analistas avezados y abusados colocan como un instrumento de la
propaganda de la CIA) que las declaraciones de Alençar “no reflejaban la
posición del gobierno”.
En materia militar estratégica es probable que debamos acostumbrarnos a
declaraciones contradictorias, quizá deliberadas, del gobierno de Lula, como
ocurrió con la adjudicación de la compra de aviones franceses de alta tecnología
que supuestamente dividió al gabinete, situación similar a la que sucede ahora
con la fabricación de armas nucleares.
La televisora árabe Al-Jazeera considera que “las observaciones de Alençar se
generaron el mismo día que el Consejo de Seguridad de la ONU votó en forma
unánime por una estrategia destinada a frenar la expansión de armas nucleares y
finalmente a su eliminación”.
El jurista Nelson Azevedo Jobim, ministro de Defensa, reiteró en agosto que
Brasil no tenía interés alguno en las armas nucleares. Será más interesante
conocer la postura del nuevo ministro de Defensa en el gabinete del próximo
presidente.
Hasta ahora Brasil ha promovido el pacífico uso nuclear civil para generar
electricidad, mientras planea la construcción de un submarino atómico con ayuda
francesa.
David Fleischer usa a fondo su máscara “académica” de “politólogo” de la
Universidad de Brasilia, lo cual le permite inmiscuirse en asuntos domésticos de
Brasil, y ataca ferozmente al vicepresidente Alençar de “no ser miembro del
partido gobernante” y de adoptar seguido posturas antagónicas con Lula. ¿Por
qué, entonces, permanece en ese puesto?
Fleischer, proveniente de la Universidad de Florida y quien ostenta vínculos
estrechos con el “Centro David (sic) Rockefeller para Estudios (sic)
Latinoamericanos” (cuyo cerebro geoestratégico es Henry Kissinger), fundó el
capítulo brasileño de Transparencia (sic) Internacional, al que Réseau Voltaire
expuso como brazo de la CIA (ver Bajo la Lupa, 7.10.07).
El “académico” Fleischer expresa la voluntad de EU al insistir que Brasil,
“firmante del Tratado de Tlatelolco que prohíbe el despliegue de armas nucleares
en Sudamérica (¡súper sic!) –se equivoca: es extensivo a toda Latinoamérica y el
Caribe– abandonó sus esfuerzos para desarrollar armas nucleares hace 25 años,
cuando los militares cedieron el control del país a los civiles”.
Fleischer busca abrir llagas que cicatrizaron al intentar amarrar navajas entre
civiles y militares: un juego muy riesgoso, sobre todo en Brasil.
Por primera vez un miembro prominente del gabinete Lula, con o sin su
consentimiento tolerado, ha atravesado el Rubicón conceptual nuclear cuyas aguas
habían estado quietas durante un cuarto de siglo en Brasil.
¿No será mejor que EU se cuestione, en lugar de inculpar a diestra y siniestra,
la razón por la cual ciertos países recurren a la disuasión nuclear para su
defensa y supervivencia?.