(IAR
Noticias)
14-Abril-09
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Trinidad y Tobago es, para Barack Obama y Estados Unidos, la primera Cumbre
hemisférica tras el fin de la Doctrina Monroe. La relación entre EE.UU. y
América latina se fundó, desde 1823, en la primacía norteamericana en los
asuntos exteriores de la región. Esa primacía, en lo que se refiere a América
del Sur, no existe más.
Por Jorge Castro -
Clarín
E l dato central, respecto a América Latina en el contexto mundial, es su
fractura interna. Hay dos Américas latinas. Una es la América latina del
Norte, que se extiende desde México a Panamá. La otra es la América latina del
Sur, que se despliega desde Panamá a Tierra del Fuego.
América latina del Norte ha completado el ciclo de integración funcional con
la economía y la sociedad norteamericanas (EE.UU. y Canadá). El núcleo de esa
integración son los 45 millones de hispanos nacidos en territorio
norteamericano que integran la población estadounidense.
Además están los 18 millones de latinoamericanos inmigrantes -legales e
ilegales- que habitan EE.UU. De ese total, 71.6 % provienen de México y
Centroamérica; y son los que envían remesas por 66.500 millones de dólares
(2008): 20% del PBI mexicano; 35% del salvadoreño. En 2006, el Congreso de
Washington aprobó el acuerdo de integración con Centroamérica y la República
Dominicana (CAFTA-DR), así como lo había hecho con México en 1994 (NAFTA).
América del Sur, en cambio, es una región no hegemónica, tras el repliegue de
EE.UU. (11/9/2001). Hoy es uno de
los espacios más abiertos del mundo -más vinculadas al proceso de
globalización- y proveedor decisivo en energía, minerales y alimentos. Brasil
y la Argentina son la segunda plataforma agroalimentaria del mundo, después de
EE.UU. En relación a la demanda mundial, China tiene hoy más importancia para
el Cono Sur que EE.UU.
El problema que enfrenta Barack Obama es que la asimetría de poder es la
principal característica del vínculo de EE.UU. con la región. No se trata de
que EE.UU. tenga más poder, sino que es la superpotencia global, que define
sus prioridades de acuerdo a su condición; y hoy América latina es para
Washington la cuarta en orden de importancia (Asia-Pacífico/China; Medio
Oriente; Unión Europa/Rusia; América del Sur).
Las propuestas de alianza de EE.UU. a América Latina han enfrentado
históricamente (Segunda Guerra Mundial, Guerra Fría, Alianza para el Progreso,
Consenso de Washington) tres inconvenientes: el supuesto de homogeneidad de la
región, inexistente; la asimetría de poder; y su escasa relevancia en la
agenda global de Washington.
La fractura de América latina hace que el vínculo fundamental de EE.UU. sea
con Brasil y México. Brasil se ha convertido hoy en un actor global, y en el
segundo de los emergentes, después de China. Su predominio en los dos flujos
fundamentales de la globalización lo ubica en esta situación: atracción de
capitales hacia adentro (110.000 millones de dólares en 2008), y flujo de
inversión transnacional propia hacia afuera (80.000 millones de dólares).
Venezuela y Brasil compiten por el liderazgo en América del Sur, pero
comparten la misma visión -al igual que Washington- de que el papel hegemónico
de EE.UU. en la región ha terminado.
México mudó su "estatus" internacional. El principal país de América latina
del Norte dejó de experimentar un problema de tráfico de drogas y de auge del
crimen organizado. Ahora enfrenta una guerra abierta, de baja intensidad,
entre el Estado y los carteles de la droga, en la que están en
juego las instituciones mexicanas.
México dejó de ser un punto principal de la "agenda latinoamericana" de
Washington; y se ha convertido en una cuestión crucial de su agenda global de
seguridad, de tanta importancia -en el horizonte- como Afganistán o Pakistán.
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