a amenaza soviética, su
supuesta raison d’être originaria, desapareció hace veinte años. Pero
al igual que el complejo militar industrial, la OTAN sigue viva y en
constante expansión, alimentada por arraigados intereses económicos, una
inveterada inercia institucional y la fijación paranoide de unos think
tanks desesperados por encontrar “amenazas” por doquier.
A comienzos de abril, este Behemoth se dispone a celebrar su 60
aniversario en las ciudades vecinas de Estrasburgo (Francia) y Kehl
(Alemania), atravesadas por el Rin. En ocasión de la efemérides, recibirá un
especial regalo del cada vez más impopular presidente francés, Nicolás
Sarkozy: el regreso de Francia a su comando militar. Un acontecimiento
burocrático de este tipo, cuyo significado práctico dista de estar claro,
proporciona a los corifeos de la OTAN y a los plumistas de turno algo sobre
lo que cacarear. ¿Veis?, los tontuelos de los franceses han comprendido su
error y han vuelto al redil.
Sarkozy, por supuesto, presenta las cosas de otro modo. Asegura que la
integración de Francia al comando militar de la OTAN realzará su importancia
en el mundo y le permitirá influir en la estrategia y las operaciones de una
Alianza que nunca abandonó y a la que ha contribuido de forma ininterrumpida
por encima de sus obligaciones.
Este argumento, sin embargo, oculta que fue precisamente el inconmovible
control de los Estados Unidos sobre la estructura militar de la OTAN lo que
persuadió a Charles de Gaulle a abandonarla en marzo de 1966. Su decisión no
obedeció a un simple capricho. Había intentado sin éxito modificar el
procedimiento de toma de decisiones de la Alianza hasta que entendió que era
imposible. La amenaza soviética había remitido en parte y de Gaulle no
quería verse arrastrado a operaciones bélicas que consideraba innecesarias,
tales como el intento de Estados Unidos de ganar en Indochina una guerra que
Francia ya había perdido y que consideraba inviable. De Gaulle prefería que
Francia pudiera proseguir defendiendo sus intereses en Oriente Medio y
África. Además, la presencia militar de Estados Unidos en Francia estimulaba
las manifestaciones plagadas de “Yankees go home”. En ese contexto, el
traspaso a Bélgica del comando militar de la OTAN satisfizo a todos.
El antecesor de Sarkozy, Jacques Chirac, erróneamente considerado
“anti-americano” por los medios de Estados Unidos, ya estaba dispuesto a
reincorporarse al comando de la OTAN si obtenía algo sustancial a cambio,
como el comando mediterráneo de la Alianza. Pero los Estados Unidos se
negaron en redondo.
Sarkozy, en cambio, ha decidido batallar por las migajas. Su objetivo es
la asignación de oficiales franceses a un comando en Portugal y a algunas
bases de entrenamiento en los Estados Unidos. “No hubo negociación alguna.
Dos o tres oficiales franceses más bajo las órdenes de los norteamericanos
no cambia nada”, observó en un reciente coloquio sobre Francia y la OTAN el
ex ministro de exteriores francés Hubert Védrine.
Sarkozy anunció la reincorporación el 11 de marzo, seis días antes de que
la cuestión fuera debatida en la Asamblea Nacional. Todas las protestas
serán, por consiguiente, en vano. A simple vista, esta rendición
incondicional parece obedecer a dos causas fundamentales. Una es la
psicología del propio Sarkozy, cuyo amor por los aspectos más superficiales
de los Estados Unidos, escenificado en su discurso ante el Congreso
norteamericano en noviembre de 2007, produce vergüenza ajena. Sarkozy debe
ser el primer presidente francés al que parece no gustarle Francia. O, al
menos, al que – de verlos en televisión- parecen gustarle más los Estados
Unidos. Por momentos se tiene la impresión de que ha querido ser presidente
de Francia no por amor al país sino como una revancha social en su contra.
Desde un comienzo ha mostrado una clara disposición a “normalizar” Francia,
esto es, a rehacerla de acuerdo al modelo norteamericano.
La otra causa, menos obvia pero más objetiva, es la reciente expansión de
la Unión Europea. La rápida absorción de los antiguos satélites de Europa
del Este, a los que hay que sumar a las ex repúblicas soviéticas de Estonia,
Letonia y Lituania, ha alterado de manera drástica el equilibrio de poder
dentro de la propia Unión Europea. El núcleo de las naciones fundadoras,
Francia, Alemania, Italia y los países del Benelux, es incapaz de encauzar
la Unión hacia una política exterior y de seguridad única. Después de que
Francia y Alemania se negaran a apoyar la invasión a Irak, Donald Rumsfeld
las descalificó como parte de la “vieja Europa” y apeló maliciosamente a la
“nueva Europa” para que se sumara a los designios estadounidenses. El Reino
Unido, al oeste, y los “nuevos” satélites europeos del Este, están más
atados política y emocionalmente a los Estados Unidos de lo que lo están a
la Unión Europea que les proporcionó considerable ayuda económica para su
desarrollo y capacidad de veto en las cuestiones políticas relevantes.
La expansión, en efecto, enterró el sempiterno proyecto francés de
construir una fuerza de defensa europea que pudiera actuar con autonomía del
comando militar de la OTAN. Los dirigentes de Polonia y de los Estados
bálticos quieren que Estados Unidos los defienda a través de la OTAN y
punto. Jamás aceptarían el proyecto francés de una Unión Europea no atada a
la OTAN y a los Estados Unidos.
Francia tiene su propio complejo militar industrial, muy inferior,
ciertamente, al de Estados Unidos. Pero es el más grande de Europa
occidental. Un complejo así necesita mercados de exportación para su
industria armamentística. El mejor mercado potencial serían una fuerzas
armadas europeas independientes. Sin dicha perspectiva en el horizonte,
algunos podrían pensar que la integración a comando militar podría abrir los
mercados de la OTAN a los productos militares franceses.
Se trata, sin embargo, de una esperanza huera. Los Estados Unidos se han
reservado con celo los principales suministros de la OTAN para su propia
industria. Es improbable que Francia llegue a tener una influencia
significativa en la OTAN, por las mismas razones por las que ha acabado por
abandonar su intento de construir un ejército europeo. Los propios europeos
están profundamente divididos. Con Europa dividida, los Estados Unidos
mandan. Es más, con la profundización de la crisis, el dinero para
armamentos comienza a escasear.
Desde el punto de vista del interés nacional francés, esta endeble
esperanza de poder colocar en el mercado los propios productos militares es
nada comparada con las desastrosas consecuencias políticas que tiene el
gesto de lealtad protagonizado por Sarkozy. Es cierto que incluso fuera del
comando militar de la OTAN, la independencia francesa era sólo relativa.
Francia apoyó la incursión de los Estados Unidos en la primera guerra del
Golfo. En vano el presidente François Mitterand esperó con ello ganar
influencia en Washington, el clásico espejismo que deslumbra a los aliados
de Estados Unidos en operaciones más dudosas. En 1999, Francia se sumó a la
guerra de la OTAN contra Yugoslavia, a pesar de las dudas existentes en los
altos mandos. En 2003, sin embargo, el presidente Jacques Chirac y su
ministro de relaciones exteriores Dominique de Villepin hicieron gala de su
independencia y rechazaron la invasión de Irak. Hay bastante acuerdo en que
el plantón francés permitió a Alemania hacer lo mismo. Y a Bélgica.
El discurso de Villepin ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas
de 14 de febrero de 2003, defendiendo la prioridad del desarme y de la paz
sobre la opción de la guerra, levantó una abrumadora ovación. Villepin se
granjeó una amplia popularidad alrededor del mundo y reforzó el prestigio
francés, sobre todo en el mundo árabe. De regreso en París, no obstante, el
odio personal entre Sarkozy y Villepin alcanzó cotas de pasión operísticas,
y no es infundado sospechar que el compromiso de obediencia con la OTAN de
Sarkozy es también un acto de revancha personal.
El efecto político más devastador de todo esto es, sin embargo, la
impresión que se ha generado de que “Occidente”, Europa y los Estados
Unidos, se han enrocado en una alianza militar contra el resto del mundo.
Contemplado de manera retrospectiva, el disenso francés prestaba un servicio
a Occidente en la medida en que generaba la impresión, o la ilusión al
menos, de que todavía era posible pensar y actuar de forma independiente, y
de que alguien en Europa podía llegar a escuchar lo que otras partes del
mundo se dice y piensa. Ahora, este “cierre de filas” sellado por los
valedores de la OTAN como una manera de “mejorar nuestra seguridad” activará
las alarmas en el resto del mundo.
El imperio parece cerrar filas con el propósito de regir el mundo. Los
Estados Unidos y sus aliados no reclaman abiertamente el gobierno del mundo,
pero sí su control. Occidente controla las instituciones financieras
mundiales, el FMI y el Banco Mundial. Controla el poder judicial, el
Tribunal Penal Internacional, que en 6 años de existencia sólo ha sentado en
el banquillo a un oscuro señor de la guerra congolés y ha abierto cargos
contra otras 12 personas, todas ellas africanas. Mientras, los Estados
Unidos provocan la muerte de cientos, miles, acaso millones de personas en
Irak y Afganistán, al tiempo que apoyan la agresión de Israel contra el
pueblo palestino. Para el resto del mundo, la OTAN no es más que el brazo
armado de esta empresa de dominación. Y todo ello en un momento en el que el
sistema financiero capitalista dominado por los países occidentales está
arrastrando a la economía mundial al colapso.
Tamaña exhibición de “unidad de Occidente” al servicio de “nuestra
seguridad” sólo puede generar inseguridad en el resto del mundo. Mientras,
la OTAN no ha cejado en su intento de rodear a Rusia con bases militares y
alianzas hostiles, principalmente en Georgia. Pese a las sonrisas de
sobremesa con su contraparte ruso, Sergei Lavrov, Hillary Clinton no ha
dejado de insistir en el obcecado mantra de que las “esferas de influencia
son inaceptables”. Con ello, claro está, se refiere a la histórica esfera de
intereses rusa, a la que Estados Unidos está incorporando agresivamente a su
propia esfera de influencia a través de la OTAN.
No es de extrañar, en este contexto, que China y Rusia hayan aumentado su
cooperación defensiva. Los intereses económicos y la inercia institucional
de la OTAN están empujando el mundo hacia un escenario pre-bélico mucho más
peligroso que la Guerra Fría. La lección que la OTAN se resiste a aprender
es que la búsqueda de enemigos crea enemigos. La guerra contra el terrorismo
promueve el terrorismo. Rodear a Rusia con misiles sedicentemente
“defensivos” –cuando todo estratega sabe que un escudo acompañado de una
espada es también un arma ofensiva- hará de Rusia un enemigo.En busca de
amenazas
Para probarse a sí misma que, en verdad, es una entidad “defensiva”, la
OTAN no cesa de buscar amenazas. Pues lo tiene fácil, puesto que el mundo es
un lugar convulso, en buena medida gracias al tipo de globalización
económica que los Estados Unidos han impuesto en las últimas décadas. Acaso
haya llegado la hora de realizar esfuerzos políticos y diplomáticos para
impulsar vías internacionales que permitan abordar cuestiones como la crisis
económica, el cambio climático, el uso de la energía, los hackers y
las “ciber-guerras”. Los think tanks vinculados a la OTAN ven en
estos problemas “amenazas” que deberían ser tratadas a través de la OTAN.
Esto conduce a militarizar las decisiones políticas allí donde, por el
contrario, deberían desmilitarizarse.
Pensemos, por ejemplo: ¿cómo se podría abordar la supuesta amenaza del
cambio climático con medios militares? La respuesta parece obvia: utilizando
las fuerzas armadas contra las poblaciones forzadas a abandonar sus hogares
por la sequía o por las inundaciones. Tal vez, como en Darfur, la sequía
podría conducir a enfrentamientos entre grupos étnicos o sociales. Entonces,
la OTAN podría decidir quiénes son los “buenos” y bombardear al resto. Este
tipo de cosas.
Todo parece indicar, en efecto, que el mundo se está metiendo en muchos
problemas. La OTAN parece dispuesta a afrontarlos utilizando sus fuerzas
armadas contra las poblaciones descontroladas. Este propósito podrá verse
con toda claridad en la celebración del 60 aniversario de la OTAN que tendrá
lugar en Estrasburgo/Kehl el 3 y 4 de abril. Ambas ciudades se convertirán
en auténticos campos militares. Los residentes de la tranquila ciudad de
Estrasburgo están obligados a solicitar credenciales para salir y entrar a
sus hogares durante el feliz evento. En momentos clave, no podrán dejar sus
casas, salvo bajo circunstancias extraordinarias. El transporte urbano se
detendrá. Las ciudades estarán muertas, como si hubieran sido bombardeadas,
para permitir a los dignatarios de la OTAN montar su show por la paz.
El momento culminante de todo este espectáculo será la sesión fotográfica
de diez minutos en la que los líderes de Francia y Alemania intercambien un
apretón de manos en el puente sobre el Rin que conecta ambas ciudades. Será
como si Angela Merkel y Nicolás Sarkozy sellaran la paz entre Alemania y
Francia por primera vez. Los locales permanecerán encerrados en su casa para
no perturbar la pantomima. La OTAN se comportará como si su mayor amenaza
fuera el pueblo de Europa. Y es muy posible que, por esa vía, la mayor
amenaza para el pueblo de Europa llegue también a ser la OTAN.