En la carnicería desatada durante la Gran Depresión, el
Congreso de Estados Unidos quiso salvaguardar a los pequeños inversionistas
mediante la separación de los bancos de inversión de los tradicionales bancos
comerciales que captan depósitos.
Por
Dennis K. Berman
-
The Wall Street Journal
Lo que se pretende es absorber la parte más volátil de los
bancos de inversión con más capital y la base más estable de un banco comercial.
Es algo así como enterrar una bomba en un arenal. En Wall Street hay un
reconocimiento cada vez mayor, aunque con cierta renuencia, que este puede ser
el mejor camino para Merrill Lynch, Morgan Stanley y tal vez hasta el propio
Goldman Sachs.
Se ha especulado incluso en las últimas semanas que una de las
mayores corredoras de la bolsa podría comprar un banco comercial. Sea o no sea
cierto, los rumores dejan de manifiesto tres profundos cambios en curso.
En primer lugar, la posibilidad de asistencia y regulación de
la Reserva Federal podría obligar a los bancos de inversión a mantener niveles
de reservas similares a los de los bancos comerciales.
En segundo lugar, la financiación bancaria a corto plazo se ve
con desconfianza, lo que significa que podría ser cancelada en cualquier momento
y poner a un banco como Bear Stearns al borde de la quiebra (Bear ahora es parte
de JP Morgan Chase).
En tercer lugar, los mercados de titularización también se han
contraído, obligando a los bancos de inversión a reducir sus balances.
En teoría, estos problemas se resuelven al poner un típico
banco comercial, grande y aburrido, con depósitos y retornos estables, al lado
del especulativo reino de los corredores y la banca de inversión.
Citigroup, el "banco universal" por excelencia, sonaba muy bien
en teoría. Pero su desempeño ha sido precario desde su creación después de que
el Congreso estadounidense revirtiera los límites impuestos en la era de la Gran
Depresión hace una década. Los problemas de Citigroup hacen perder de vista el
relativo éxito de J.P. Morgan Chase y Bank of America, los otros dos bancos
"universales". "En tres o cuatro años el modelo de la banca de inversión estará
llegando a su fin", predice Brian Sterling, co-director de inversión bancaria
para Sandler O'Neill & Partners. "Si camina como un banco y grazna como un
banco, entonces va a tener razones de capital como un banco".
Por supuesto, ahora es un mal momento para comprar ya sea un
banco de inversión o un banco comercial. Ambos todavía están atiborrados de
valores y préstamos que son casi imposibles de valorar.
Los máximos ejecutivos de los bancos de inversión harían bien
en resistirse a este cambio durante el mayor tiempo posible. Los retornos sobre
el patrimonio para un banco de inversión suelen estar por encima del 20%,
mientras que los de los bancos comerciales no sobrepasan el 15%. ¿Por qué
apresurarse entonces a mermar su propia rentabilidad?
La respuesta tal vez sea que hay que encontrar el mejor socio
posible antes de que un rival dé el primer golpe. Entre los grandes bancos
comerciales de EE.UU., las acciones de Wachovia se están transando a poco menos
de la mitad de su valor en libros. PNC Financial Services Group o SunTrust Banks
también pueden resultar atractivos para alguna firma de Wall Street que esté en
busca de una base estable de depósitos. Cada uno de estos escenarios asume que
una firma de Wall Street será el comprador. Ese, sin embargo, no tiene que ser
necesariamente el caso si tenemos en cuenta que un comprador no estadounidense
podría interesarse en y sacar provecho de la debilidad del dólar. "Quienquiera
que tenga la relación precio-utilidad más alta (de ganancias) va a ser el
ganador", dice Sterling.
Durante el auge bursátil de los años 20, el banquero Charles
Mitchell, de National City (precursor de Citigroup), se regocijó por "llevar la
banca de inversión al pueblo... como parte integral de su día a día". Hoy los
bancos de inversión están tan entrelazados con el día a día del sistema
financiero, que sus problemas atañen a todos, nos guste o no.
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