Por Michael Hudson (*) - Revista Sin Permiso
Contra las recomendaciones de
la mayoría de los economistas, y hasta del Financial Times de
Londres, el consejo de administración de la Reserva federal bajó ayer la
tasa de descuento otro cuarto de punto, dejándola en un mero 2%.
Manifiestamente, lo que se intenta es lograr, incentivándola, la
“recuperación” económica: como si un recorte en los tipos de interés pudiera
lograr tal cosa. A primera vista, eso parece reflejar la ideología de la Fed,
según la cual bastaría manipular el interés para expandir o contraer la
economía: como si de un globo se tratara, preparado para ser hinchado o
deshinchado a voluntad, a fin de controlar el nivel de actividad.
Tal simplista filosofía fue
característica de la era Greenspan. Bastaba alterar la tasa de interés para
que la Fed no tuviera que “pensar”, no tuviera que regular los mercados, no
tuviera que plantear exigencias de niveles mínimos de reservas en los
préstamos bancarios, y lograra alimentar una inflación de precios de los
activos que la Fed confundía con real “creación de riqueza”. No tenía que
regular los préstamos subprime o intervenir en el extendido fraude
financiero. Todo lo que tenía que hacer era subir los tipos de interés,
cuando eso daba a los bancos oportunidad de cargar más e incrementar sus
ingresos, o recortar las tipos para rebajar el coste de los préstamos
concedidos por la Fed a los bancos.
Lo cierto es que ni siquiera
la ideológicamente obnubilada Reserva Federal puede ya imaginar que un
problema estructural –la incipiente depresión inducida por el favoritismo de
la propia Fed hacia un sector bancario resuelto a promover la
desindustrialización de la economía— puede resolverse bajando otra vez los
tipos de interés. Aunque la Fed rebaja su tipo de préstamo a los bancos,
esos bancos no transmiten a sus clientes las rebajas de tipos. Los tipos de
interés de las tarjetas de crédito están subiendo, y rimeros interminables
de penalizaciones varias están incrementando la tajada que se llevan los
bancos. Las tasas hipotecarias siguen altas, de modo que los mercados
inmobiliarios siguen sin levantar cabeza. Sencillamente, los bancos no hacen
préstamos.
Lo que hacen es especular,
sobre todo contra el dólar. Emulan así lo que hicieron los bancos japoneses
tras el estallido de la burbuja financiera nacional en 1990. Los bancos
japoneses se convirtieron en los agentes más activos del carry trade
internacional, que consiste en tomar préstamos a muy bajo interés en una
divisa débil (el yen, después de 1990; el dólar, hoy) para prestar a
prestatarios con elevados intereses, preferiblemente con monedas fuertes o
al menos estables (como a Islandia, antes de que, apabullada por la deuda,
comenzara a colapsarse su moneda el año pasado; como, hoy, a los
prestatarios europeos en euros).
Así pues, el crédito
fiduciario estadounidense está ahora orientándose hacia Europa. Los bancos
estadounidenses crean o toman a préstamo crédito al 2%, y lo prestan al 6% o
más. Logran así una ganancia especulativa con la moneda extranjera, fundada
en el hecho de que el euro sigue subiendo en relación con el dólar.
El propósito es,
evidentemente, el mismo que en Japón después de 1990. Muchos bancos bordean
la insolvencia a resultas de los préstamos inmobiliarios tóxicos
contabilizados en sus libros de balances. Rescatarlos (para no tener que
nacionalizarlos como, recientemente, tuvo que hacer Inglaterra con el
Norhern Trust) es ayudar a los bancos “a lograr una vía de salida de la
deuda”, y esa vía es realizar préstamos gananciosos.
Pero el préstamo y la
rentabilidad bancarios se han desacoplado por mucho de la economía. Los
bancos no están prestando para financiar tangibles inversiones de capital y
nuevas contrataciones. Ayudarles, pues, no ayuda a sacar a la economía
estadounidense de una depresión que día a día se hace más honda. (Una
recesión es corta, y le sigue una recuperación. La depresión que asoma hoy
en el horizonte se aproa a una suerte de expropiación general, a una
transferencia masiva de
propiedad de los deudores a los acreedores.)
El efecto último de eso es
hinchar el poder de las finanzas, del crédito y de los bienes raíces en
relación con los salarios del trabajo y con el capital industrial. No es ése
el camino para estimular nuevas inversiones tangibles. Es justamente lo
opuesto al keynesianismo. No es apuntar a la “eutanasia del rentista”; es
conferir más poder a las finanzas y decretar la eutanasia del trabajo y de
la industria.
Y en lo atinente a Europa, yo
añadiría lo siguiente. La decisión de la Fed de subsidiar el préstamo de los
bancos estadounidenses a Europa contribuirá a elevar la tasa de cambio del
euro en relación con el dólar. Eso será una bendición para los especuladores
de divisas. Y contribuirá a mantener el precio del petróleo y de los
alimentos relativamente bajo para los consumidores europeos. Pero también
incrementará en Europa el precio del trabajo asalariado y otros costes
(incluido el coste de los bienes raíces, que está jugando un papel creciente
en el presupuesto de los trabajadores en todo el mundo). Eso tenderá a hacer
que las exportaciones europeas resulten cada vez más caras en los mercados
globales, incluidos el Airbus, para satisfacción de Boeing, y los
automóviles europeos, para satisfacción de General Motors y Ford. (No es de
extrañar que Kirk Kirkorian haya comenzado a comprar de nuevo acciones en la
industria automovilística estadounidense.)
En los años 30 del siglo
pasado, los países competían unos con otros oponiendo a los rivales murallas
arancelarias y barreras comerciales no-arancelarias (encabezados por los
EEUU), así como devaluaciones de la propia moneda destinadas a “depauperar
al vecino” (también encabezados aquí por los EEUU). Pero los dirigentes del
Banco Central europeo andan ahora tan ofuscados con la moderna ideología
monetarista de la Escuela de Chicago –y tan olvidadizos de la historia
económica de su propio continente—, que lo que se proponen es poner de
rodillas a la inflación interior elevando los tipos de interés. Eso no hace
sino acrecer tanto más el valor de su moneda, atrayendo aún más préstamos
carry trade foráneos. (Los economistas llaman a eso una “curva de
demanda con pendiente negativa”, y la consideran una “anomalía”, como
anómalo les parece el grueso de la realidad económica de nuestros días). De
modo, pues, que mientras la política monetaria estadounidense contribuye a
subsidiar al sector bancario en detrimento del sector industrial y del
trabajo asalariado, la política monetaria europea está ungida al uránico
universo paralelo del pensamiento actual y socava su propia industria.
Una víctima inocente de la
depreciación del dólar inducida por las decisiones de la Fed serán los
países del Tercer Mundo deficitarios en alimentos cuyas monedas están
ligadas al dólar. América Latina, el grueso de África y Asia se encontrarán
con que, en sus monedas, el precio de las materias primas denominadas en
euros se incrementará. Pero los salarios y otras fuentes de ingresos de su
población distan por mucho de subir. La mordaza salario/precio seguirá
apretando, y se calla por sabido que sus oligarquías se sumarán al torrente
especulativo orientado a las divisas fuertes, moviendo sus fondos al
exterior.
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(*)Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes
inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.),
Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el
establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder
Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis
Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha
asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al
Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación.
Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad
de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos
Super
Imperialism: The Economic Strategy of American Empire