Por Alfredo Jalife Rahme - La Jornada, México
William Pfaff (WP) coloca el dedo en la llaga después de repasar todas las
causales enunciadas de la crisis alimentaria global: “En forma extraña, poco se
ha dicho sobre el papel de la especulación en los precios de las materias primas
en general y específicamente de los alimentos” (Tribune Media Services
Internacional, 16/4/08) y explica que el “volumen de contratos se ha
incrementado 20 por ciento desde el inicio del año” en el mercado de Chicago CME
Group (fusión del Chicago Mercantile Exchange y Chicago Board of Trade) que
“cotiza 25 materias primas agrícolas”. Más aún: “los hedge funds se
encuentran muy activos” en un negocio circular y “están comprando también las
empresas que almacenan los granos”.
No dice que tal permisividad en los “mercados” solamente se explica mediante
la “guerra alimentaria” que no se atreve a pronunciar su nombre y que, a nuestro
juicio, ha sido desatada subrepticiamente por la dupla anglosajona, hoy en caída
libre financiera, con el fin de dañar a sus triunfantes competidores
geoeconómicos.
Antes de la “ronda Uruguay” de 1984, países como México e India, que eran
autosuficentes, hoy se han vuelto deficientes: a partir del ingreso de las
trasnacionales alimentarias anglosajonas al “mercado”, gracias al picaporte de
la disfuncional OMC.
En un deslumbrante estudio, Dani Rodrik, de la Escuela Kennedy de Harvard,
desmenuza el cataclismo en Latinoamérica que produjo el decálogo neoliberal del
Consenso (sic) de Washington, formulado por el FMI y el Banco Mundial (Items
& Issues; The Social Science Research Council; Nueva York;
invierno-primavera 07-08).
El parteaguas del control alimentario de la humanidad se gestó en la aciaga
década thatcheriana de los 80 mediante la desregulación y la
privatización agrícola. Con el auge de la globalización en 1995, la OMC combatió
la “reserva” de los alimentos como una “distorsión mercantil”, lo que dio vuelo
a las trasnacionales agro-farmacéuticas anglosajonas para dominar el “mercado”,
como Monsanto, Cargill, Dupont y Novartis, que gozan con derechos de patentes
(¿de corso?) para controlar los métodos de siembra, así como la bioingeniería de
las semillas.
Una de las consecuencias de la “apertura” alocada del sector agrícola de la
OMC le concedió el dominio financiero a las trasnacionales agroalimentarias, las
principales enemigas públicas del género humano, como Cargill, Bunge, ADM y el
dizque “filántropo” George Soros, convertido en el dueño de la pampa argentina,
donde 50 por ciento de las tierras arables son prácticamente de monocultivo de
la soya a expensas de otros granos.
La empresa Generation Investment Management, con sede en Londres, es
propiedad del “ambientalista” Al-Gore, quien está asociado con David Blood
(que le hace honor a la traducción de su apellido del inglés), anterior
directivo del banco de inversiones estadunidense Goldman Sachs con fuertes
inversiones en la empresa danesa Novo Nordisk, cuya filial Novozyms participa en
40 por ciento del proceso de destilación del bioetanol con enzimas.
En la prospectiva del Apocalipsis bíblico faltó agregar otro jinete: el
bioetanol, cuyo principal efecto deletéreo ha provocado hambruna en casi 900
millones de seres humanos –al menos que tal sea el efecto buscado por el cártel
alimentario anglosajón. En este año 12 por ciento de la cosecha de maíz mundial
será utilizado para bioetanol.
Una docena de compañías claves, aliadas a unas 40 empresas medianas, dominan
la cadena alimenticia en cuya cúpula se encuentra el cártel de las seis
trasnacionales de granos: Cargill, Continental CGC, Archer Danields Midland (ADM),
Louis Dreyfus, André y Bunge and Born. Su dominio es prácticamente absoluto en
el mundo de los cereales y los granos desde el trigo, maíz y avena, pasando por
el sorgo, cebada y centeno, hasta las carnes, lácteos, aceites y grasas
comestibles, frutas, vegetales, azúcar y especias. Un organigrama del cártel
alimentario tendría a la cabeza a Archer Danields Midland, Unilever, Grand
Metropolitan (Pillsbury), Cargill y Cadbury, que se subdividiría en siete
rubros:
1. Granos (Continental, Cargill, Bunge & Born, Louis Dreyfus, ADM-Topfer,
André, Quaker Oats); 2. Carnes (BP, Conagra, Cargill, Sara Lee, Hormel);
3. Lácteos (Nestlé, Borden, Kraft, M.E. Frank, Hoogwegt, Unilever);
4. Aceites y grasas comestibles (Unilever, ADM, Procter &
Gamble); 5. Azúcar/cacao (Nestlé, Tate & Lyle, Cadbury); 6.
Bebidas (Guiness, Bass, Seagram, Coca-Cola, Pepsi-Cola, Anheuser Busch); y
7. Distribución (Nestlé, Grand Metropolitan-Pillsbury, RJR Nabisco,
Phillip Morris, Kellogg, General Mills, United Biscuit, BSN, Hillsdown Holdings,
Ralston Purina, Safeway, Chiquita International).
Cargill exporta 25 por ciento de granos de EU y es de las principales
empresas de ese país con ingresos por 88 mil 300 millones de dólares el año
pasado; opera con una importante rama financiera para riesgos en los mercados de
futuros y cuenta con un hedge fund: Black River Asset Management.
Continental CGC se ha especializado en cereales, aves, porcicultura, carne de
res, inversiones en seguros, bienes raíces y compra de activos empresariales.
Archer Daniels Midland (ADM) se ha consagrado al negocio de los biocombustibles
y 43 por ciento de sus ganancias provienen de productos subsidiados por el
gobierno estadunidense.
La madeja de integración vertical y
horizontal del cártel alimentario es impactante, pero más asombroso resulta el
paraguas financiero de sus otrora grandes bancos (antes de su insolvencia
global), primordialmente anglosajones y suizos, vinculados con su estructura
operativa de control del aparato gastrointestinal del impotente género humano
totalmente avasallado. ¿Cómo vamos a responder los ciudadanos del mundo a este
desafío mayúsculo?.