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El ex jefe de la Fed, Alam Greenspan, admite que está preocupado por su reputación. |
El prestigio de Alan Greenspan está bajo asedio. Y él no lo puede creer.
Por Greg Ip -
Wall Street Journal
Hace apenas tres años, Greenspan era, para muchos observadores, "el mejor
banquero central de la historia". Ahora, al jubilado presidente de la Reserva
Federal de Estados Unidos se le imputa haber manejado mal la economía
estadounidense antes de su retiro, en 2006. Las bajas tasas de interés y la laxa
supervisión de los últimos años de su mandato están siendo ampliamente acusadas
en estos días de haber plantado las semillas de la actual crisis financiera, que
empezó en el sector inmobiliario de EE.UU. y está castigando a bancos, bolsas,
deudores y consumidores de todo el mundo.
Durante gran parte de sus 18 años al frente de la institución financiera más
influyente del planeta, Greenspan fue elogiado por su manejo de la economía.
Ahora reconoce que su legado es cuestionado. "Me elogiaban por cosas que no
había hecho", dijo Greenspan en una de tres entrevistas en su luminosa oficina
del centro de Washington. "Y ahora me acusan de cosas que tampoco hice".
Greenspan, de 82 años, quiere dar su versión de los hechos antes de que se
escriba el primer borrador de la historia de la actual crisis. El ex jefe de la Fed admite que está preocupado por su reputación. Pero lo más importante,
asegura, es aprender las lecciones correctas de la crisis. "Una evaluación
(incorrecta) de este período, y de cómo impedir en el futuro problemas
similares, podría resultar en respuestas equivocadas y medidas equivocadas",
observa.
El análisis de las decisiones de Greenspan ha cobrado relevancia gracias al
debate entre el gobierno del presidente George W. Bush y los legisladores
demócratas sobre cómo reformar las leyes financieras de EE.UU. Si ganan los
detractores de Greenspan, entonces las compañías financieras probablemente
deberán enfrentar más supervisión y menos libertad en los productos que ofrecen.
Si la visión de Greenspan es la que finalmente se impone, continuará la
tendencia a la autorregulación.
Greenspan dice que no se arrepiente de ninguna decisión. Cree que muchos de sus
detractores están reescribiendo la historia sin hacer caso a la evidencia en su
favor y sin tomar en cuenta el proceso según el cual él tomaba sus decisiones.
Su tono oscila entre la seriedad, la perplejidad y la consternación. Las
críticas que más le molestan son las que vienen de sus amigos y ex colegas,
algunos de ellos respetados economistas que apoyaron sus medidas pero ahora
dicen, con el paso de los años, que fueron equivocadas. "Me lo tomo muy en serio
cuando mis colegas dicen que me equivoqué", señala. "Pero, ¿dónde están las
pruebas? Mucha gente hace acusaciones sin pruebas. Creo que eso es impropio".
La postura predominante entre sus críticos acusa a Greenspan de dos cosas.
Primero, la Fed bajó demasiado sus tasas de interés entre 2001 y 2003, con el
objetivo de proteger a la economía del estallido de la burbuja de Internet.
Después, tardó demasiado en volver a subirlas. Estas tasas bajas estimularon la
emisión de hipotecas, lo que a su vez empujó el precio de las casas a alturas
insostenibles.
En segundo lugar, la Fed no fue un regulador agresivo. El banco central debió
haber exigido reglas más estrictas para la adjudicación de hipotecas a familias
que no podían pagarlas, según esta visión. Además, la Fed fue incapaz de prever
la exposición de los bancos a los deudores inmobiliarios de alto riesgo,
dejándoles poco capital para absorber las pérdidas provocadas por esas
hipotecas.
Greenspan reconoce que en un momento sí tuvo una teoría equivocada: creyó que
los inversionistas no volverían a enfrascarse en una manía de compras fuera de
control, porque el derrumbe reciente de las bolsas iba a estar fresco en sus
memorias. Aun así, Greenspan afirma que las burbujas son una característica
inevitable de las economías dinámicas. Muestra un discurso suyo de 1999 y
señala, subrayado con verde, pasajes en los que él mismo advertía sobre la
posibilidad de caer en patrones recurrentes pero impredecibles de exceso de
confianza seguidos por un pánico de los inversionistas. Ninguna política
sensata, insiste, podría haber prevenido la burbuja inmobiliaria. "Estoy casi
seguro de que en esto tengo razón", dice. Pero si alguien demuestra lo
contrario, afirma, "cambiaré de opinión. No tengo ningún interés creado en
mantener ideas incorrectas".
Los primeros años de Greenspan al frente de la Fed fueron turbulentos. Fue
elogiado por la agilidad con la que respondió al crash de la Bolsa de Nueva York
de 1987, pero su lentitud para recortar las tasas a principios de los años 90 le
generó choques frecuentes con el entonces presidente George Bush. Su imagen era
la de un severo guerrero contra la inflación, aun a riesgo de ahogar el
crecimiento económico.
En los años 90, sin embargo, la expansión económica se mantuvo varios años y
EE.UU. navegó con éxito por varias crisis financieras. La admiración hacia
Greenspan creció. Algunos lo acusaron de ser un pregonero del boom bursátil de
fines de la década. Pero sus agresivos recortes de tasas, en respuesta a la
explosión de la burbuja de Internet, y la levedad de la recesión de 2001,
restauraron su brillo. Cuando Greenspan dejó la Fed, en enero de 2006, la
economía era robusta, la inflación baja y los precios de acciones y bonos
atravesaban un gran momento.
No obstante, las semillas de la crisis comenzaron a germinar poco después. Los
precios de las viviendas dejaron de crecer. La construcción empezó a declinar.
Se acumularon los atrasos en el pago de las hipotecas de alto riesgo o subprime,
es decir los préstamos hechos a familias que no calificaban, o no les ofrecían,
hipotecas comunes. Esto disparó el colapso de varios bancos hipotecarios y
fondos de cobertura.
En agosto de 2007, los problemas saltaron a bancos de Europa y EE.UU. En
septiembre, Greenspan publicó sus memorias, La era de las turbulencias. Justo
cuando los comentarios y debates sobre el libro saturaban los diarios y la
televisión de EE.UU., su sucesor, Ben Bernanke, realizó el primero de seis
recortes de las tasas de interés dirigidos a frenar la crisis.
El principal signo de interrogación sobre el legado de Greenspan es su decisión
de reducir las tasas al 1%, en 2003, esperar a 2004 para volver a subirlas y
después hacerlo muy lentamente. En este punto, Greenspan y sus críticos parecen
estar hablando idiomas distintos.
Los críticos hablan de lo que vino después: un mercado inmobiliario recalentado
y el rápido crecimiento de las deudas. Los detractores ahora son mayoría: en una
encuesta reciente de The Wall Street Journal entre 55 economistas, el 84% dijo
que la Fed tardó demasiado en subir las tasas. Dos miembros del Comité Federal
de Mercado Abierto de la Fed —William Poole y Robert Parry, presidentes de las
Reservas Federales de Saint Louis y San Francisco, respectivamente— han
argumentado que, con la perspectiva del tiempo, las tasas estuvieron demasiado
bajas durante un lapso muy prolongado.
Greenspan prefiere concentrarse no en lo que ocurrió después de sus decisiones,
sino en el razonamiento detrás de ellas. "No recuerdo un caso en el que el
proceso de decisiones en la Fed haya estado equivocado", dice. Y agrega que
estos intereses bajísimos de hecho iban en contra de su "decimonónica" aversión
al dinero fácil. "En mi fuero interno no me sentía cómodo", dice Greenspan,
quien justifica sus decisiones diciendo que, en ese momento, la inflación estaba
en baja y que el riesgo de deflación —aunque pequeño— parecía real.
Para evitar una deflación, la Fed impulsó el crecimiento manteniendo las tasas
bajas. En ese momento, relata Greenspan, los únicos votos disidentes en la Fed
eran los de aquellos que querían tasas aún más bajas. La Fed, explica, aumentó
las tasas primero gradualmente, para darle tiempo a empresas e inversionistas de
prepararse. En 2004 y 2005, las incrementó más rápido que lo previsto por los
economistas privados. Esta decisión es ahora cuestionada por sus colegas.
El historial regulatorio de Greenspan también está puesto en tela de juicio. La
Reserva Federal tiene a cargo la supervisión de los bancos y el cumplimiento de
varias leyes de protección a los consumidores. Hoy, la política de no
intervención de Greenspan es frecuentemente acusada de haber permitido
estándares de crédito demasiado laxos, que a su vez llevaron a muchas personas a
contraer hipotecas que no podían costear.
Greenspan dice que, en los asuntos regulatorios, delegaba la responsabilidad en
los empleados de la Fed o en el gobernador a cargo de los asuntos de consumo.
Ex gobernadores de la Fed dicen que los empleados jerárquicos del organismo
compartían la desconfianza de Greenspan hacia la regulación. Sin el impulso del
presidente, dicen, la Fed era a menudo muy lenta a la hora de expandir la
protección a los consumidores.
Greenspan admite hoy que un mayor control podría haber ahorrado problemas con
las hipotecas subprime. Pero, insiste, ello no habría impedido la burbuja y la
crisis consecuente.
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