(IAR Noticias) 04-Abril-08
Los economistas académicos más influyentes de Estados
Unidos, como Krugman y Stiglitz entre otros, así como analistas y antiguos
responsables en la toma de decisiones económicas, están anunciando una
posible recesión en la economía norteamericana. De ser esto así, las cosas
no se ponen muy bien para la economía mundial en su conjunto, aunque la
economía europea se encuentra en mejor posición que la de Estados Unidos
para afrontar la desaceleración. En todo caso, aún siendo conscientes de la
importancia que la economía de Estados Unidos desempeña en la economía
global, la evolución futura dependerá en parte del comportamiento de las
economías emergentes.
Por Carlos Berzosa
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Desde los años setenta hasta ahora la economía estadounidense se encuentra
sujeta a procesos cíclicos de auge y declive que no dejan de llamar la
atención en la que es la economía más desarrollada del planeta, que cuenta con
un importante progreso tecnológico y con aumentos significativos en
productividad. En Estados Unidos se encuentran las más importantes
universidades del mundo y ello les hace estar a la cabeza de la investigación
y de la innovación. Sus universidades se ponen como ejemplo a seguir por las
demás y desde los países que tienen un nivel de investigación inferior su
modelo y sus medios, humanos y materiales, se ofrecen como referencia y como
algo deseable a imitar.
Además, las clasificaciones internacionales que se realizan sobre las
universidades, aunque sean muy discutibles, dan preponderancia a las
universidades de Estados Unidos, que siguen avanzando, mientras se observa un
cierto declive de los centros europeos. Este hecho preocupa en la Unión
Europea, pues se considera que el viejo continente está perdiendo el tren del
progreso frente a un sistema más ágil y moderno como el norteamericano.
Con todo ello, lo lógico sería que, en la medida en que los avances de la
ciencia se transmiten al sistema productivo, la economía contara con una
fortaleza que vemos que no es así cuando llegan los ciclos recesivos. A pesar
de los avances logrados, que no se pueden minusvalorar, de cuando en cuando la
economía norteamericana se muestra excesivamente vulnerable y toda su
potencialidad investigadora y de innovación no le sirve de antídoto frente a
la adversidad.
La crisis de los setenta puso de manifiesto el declive de la hegemonía de
Estados Unidos, que había ejercido desde el fin de la segunda guerra mundial,
y su pérdida de competitividad frente a economías de Europa y Japón. Todo esto
lo analicé en su día en el libro ¿Fin del imperio USA? (Planeta, 1976).
Las políticas neoliberales que se impusieron en los años ochenta fueron una
respuesta a esa crisis y al intento de recuperar su hegemonía. La expansión
que hubo en esta época se basó en el endeudamiento del sector público con un
crecimiento del déficit público, cuyo incremento mayor fue debido a los
aumentos de los gastos militares. Se produjo también un endeudamiento de las
familias y de las empresas, que condujo al final de la década a una crisis de
las cajas de ahorro bastante elevada. Esos déficit condujeron a la recesión
que tuvo lugar en los noventa.
Este modelo se sustentó en el aumento de la desigualdad de la renta, en el
excesivo crecimiento de los trabajos precarios y mal retribuidos, y en el
estancamiento de las rentas de las clases intermedias. Al tiempo que se
estimulaba al capital financiero que adquiría un gran auge frente a la
inversión productiva. Fueron los años del enriquecimiento rápido y fácil, y de
una progresiva especulación. Un buen estudio de este periodo se puede
encontrar en el libro de Krugman La era de las expectativas limitadas (Ariel,
1991).También yo analicé los procesos de cambio que se estaban dando en el
libro Economía: Crisis o recuperación (Eudema, 1988).
Tras esta recesión vino lo que Stiglitz bautizó como Los felices noventa (Taurus,
2003). En este libro analiza las claves del éxito logrado en esos años, que
pusieron las bases para la recesión que tuvo lugar en el cambio de siglo. Se
produjo entonces el estallido de la burbuja especulativa que se estaba dando
en el sector de las tecnologías de la información y de la comunicación, al
tiempo que saltaron escándalos empresariales. Los incrementos de la
productividad que tuvieron lugar en los años noventa no fueron suficientes
para evitar caer una vez más en la recesión, resultado de la especulación y
del fraude empresarial. Así que la economía norteamericana, tan robusta como
parece ser, es no obstante más vulnerable de lo que cabría esperar si tenemos
en cuenta la fuerte implantación de las nuevas tecnologías y su efecto
arrastre de otros sectores. ¿Por qué esto es así? Robert Pollin en su obra Los
contornos del declive (Akal, 2005) señala con acierto que la economía de
Estados Unidos se sigue basando en la desigualdad, generando un modelo
polarizado entre sectores económicos que acumulan una inmensa riqueza y renta
y otros sectores que no se benefician de los frutos del crecimiento, al tiempo
que se deterioran progresivamente los servicios públicos y se desmantelan los
mecanismos capaces de generar una mayor equidad en la distribución de renta y
en los derechos y oportunidades.
Por tanto, la mayor economía del mundo no es capaz de construir una economía
sólida con la aplicación de medidas cada vez más liberales y la imposición del
fundamentalismo de mercado sobre otras formas de actuar. Por esto, a pesar de
su potencial investigador e innovador, al ser la economía víctima del
neoliberalismo, de la especulación y del excesivo gasto militar, se
neutralizan los efectos positivos que los incrementos de productividad vía
mejora tecnológica deberían producir. Y es así como hay demasiadas privaciones
y un nivel de pobreza elevada, que conviven con la opulencia. Eso es lo que
tiene la economía más poderosa de la tierra.
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