Durante gran parte de los últimos 10 años, el
crecimiento a paso de tortuga de Brasil era claramente inferior al de Rusia,
India y China, junto a las cuales forma el grupo de países BRIC. Según los
escépticos, era más realista hablar de RIC.
Por Matt Moffett -
The Wall Street Journal
Lentamente y sin bombos ni platillos, sin embargo, Brasil ha
doblado la esquina. Además de ser una potencia global en agricultura y recursos
naturales, ahora la economía ha incorporado un ingrediente clave que le había
faltado durante mucho tiempo: una moneda estable. Esto ha ayudado a desatar la
mayor explosión de prosperidad que el país ha visto en tres décadas, lo que ha
atraído una multitud de inversionistas extranjeros y ha provisto un motor de
crecimiento a la alicaída economía global.
Por segundo año consecutivo, Brasil crecerá cerca de 5%, un
nivel aún muy distante de las tasas de China. La expansión, en todo caso, ha
permitido que el país que en 2002 parecía al borde de una gigantesca cesación de
pagos, acumule la cantidad suficiente de dólares para saldar toda su deuda
externa y convertirse en un acreedor neto por primera vez en su historia. El
real es una moneda tan confiable que hasta Warren Buffet la ha estado comprando.
Brasil tiene tanto dinero ahorrado que anunció que,
siguiendo el ejemplo de otros países en auge como China y los estados del Golfo
Pérsico, establecerá fondos soberanos por un valor de entre US$10.000 y US$20.000
millones. Además, el ministro de Hacienda, Guido Mantega, presentó un plan de
desarrollo industrial de US$125.000 millones para estimular nuevas industrias de
exportación y alta tecnología mediante exenciones tributarias, capital de riesgo
y otras iniciativas.
La estabilidad de Brasil ha servido de trampolín para que
millones de pobres asciendan a la clase media, la cual se ha convertido en el
mayor sector de la población en un país que durante años se destacó por la
amplia brecha entre los muy ricos y los muy pobres. Por su parte, la petrolera
estatal Petróleo Brasileiro S.A. hizo varios hallazgos en alta mar que podrían
catapultar a Brasil a la élite de los países exportadores de crudo.
Brasil tiene la suficiente confianza en su posición económica
en el mundo que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva se atrevió a sermonear
hace poco a George W. Bush sobre la crisis crediticia en Estados Unidos. "Aquí
está el problema, hijo", contó da Silva que le dijo a Bush. "Hemos pasado 26
años sin crecer. Y ahora que estamos creciendo, ¿aparecen ustedes y complican
las cosas? ¡Solucione su crisis!". Fuentes de la Casa Blanca confirman que ambos
mandatarios trataron temas económicos, aunque no con esas palabras.
Grado de inversión
El 30 de abril, Brasil encajó otra pieza del rompecabezas
cuando la agencia calificadora de riesgo Standard & Poor's subió la deuda del
país a "grado de inversión", convirtiéndolo en el último de los BRIC en recibir
el codiciado voto de confianza. Da Silva, el ex líder sindical convertido en un
defensor de los empresarios, dijo que la mejora de la calificación era una
prueba de que Brasil es "un país serio, con políticas serias", una alusión a una
cita atribuida a Charles de Gaulle de que "Brasil no es un país serio".
Esta nación de 190 millones de habitantes, sin embargo, aún
tiene sus particularidades. Los críticos insisten que da Silva no ha hecho lo
suficiente para reducir el tamaño del Estado, lo que eleva la carga impositiva
brasileña a cerca de 36% de la producción, cerca del doble del nivel de China o
India.
Pero da Silva ha demostrado ser un líder hábil a la hora de
entablar relaciones con sus pares, sintiéndose igual de cómodo en un asado con
Bush o tomando café cubano con Raúl Castro. "Brasil no tiene enemigos", dice el
economista Claudio Haddad, presidente del Instituto Brasileiro de Mercado de
Capitais, una escuela de negocios.
Brasil es la única de las cuatro grandes economías emergentes
del grupo de las BRIC sin armas nucleares, aunque puede ser la más segura de
todas. Mientras India debe vigilar a Pakistán, su vecino poseedor de armas
nucleares, Brasil tiene que preocuparse principalmente de la inestabilidad en
sus fronteras con Venezuela y Colombia.
Esto encaja a la perfección con las necesidades de los
inversionistas, que ven a Brasil como un refugio relativamente seguro, una
democracia rica en recursos naturales que ha crecido en forma sostenida en una
esquina tranquila del planeta.
"Las áreas de cultivo de arroz están llenas de entornos
políticos, sociales y económicos inestables y uno tiende a dirigirse hacia los
más estables", dice Brad Edson, presidente ejecutivo del fabricante
estadounidense de productos de salvado de arroz NutraCea. La empresa instaló en
Brasil una planta de procesamiento de arroz, una inversión de US$30 millones.
Incluso antes de obtener grado de inversión, en Brasil abundaba
el capital extranjero, buena parte dirigido a proyectos de infraestructura. En
lo que va del año, inversión extranjera directa se encamina a superar con
holgura el récord de US$34.600 millones del año pasado. Es más dinero que el que
fue a parar a India, que tiene una población seis veces mayor.
En las afueras de Rio de Janeiro, 13.000 obreros trabajan horas
extra para construir la nueva acería de la alemana ThyssenKrupp AG, una
inversión de US$4.600 millones.
El magnate mexicano Ricardo Salinas Pliego acaba de hacer una
visita relámpago al noreste del país con motivo del lanzamiento de una cadena de
bancos para las personas de bajos ingresos. Petroleras internacionales, como la
noruega Statoil SA y la anglo-holandesa Royal Dutch Shell PLC se disponen a
invertir US$25.000 millones en el país, según una asociación del sector.
Los pesos y contrapesos democráticos que pueden proteger los
derechos de los inversionistas fortalecen el atractivo de Brasil. Los líderes
fuertes y el nacionalismo económico se han abierto paso en países vecinos como
Venezuela y Bolivia, los cuales han nacionalizado los hidrocarburos y otras
industrias clave.
Aún hay muchos escépticos frente a la recuperación brasileña.
El economista de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard Aldo
Mussachio escribió recientemente que Brasil se está beneficiando de una burbuja
en los precios de las materias primas y que hay una buena posibilidad de que su
economía descenderá de las alturas.
Sin embargo, muchos inversionistas se sienten atraídos por la
creciente y diversa clase de consumidores.
La élite de los compradores brasileños usa el dinero plástico
con la misma voracidad que sus pares en el resto del mundo. La tienda de la
firma de bienes de lujo Louis Vuitton en el elegante sector de Jardins de São
Paulo, es una de las de mejor rendimiento en la compañía. Pero lo nuevo es la
aparición de un gran mercado intermedio.
"Todo el mundo está tras la parte más ancha de la pirámide",
indica Jorge Hillman, director general de operaciones brasileñas de Masisa, una
maderera chilena que está construyendo una planta de US$130 millones para
fabricar madera comprimida para el floreciente mercado de muebles.