(IAR Noticias) 18-Marzo-08
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Bush y el Dalai Lama enseñando la
Medalla de Oro del Congreso en Washington, en noviembre pasado. |
Después de fracasar en Birmania, todo indica que la "revolución de los
monjes" ya ha recalado en el Tibet de la mano de la CIA y del Dalai
Lama, a quién EEUU confirió en noviembre pasado la Medalla de Oro del
Congreso, en presencia de Bush. En las últimas horas, el Dalai Lama denunció la
represión china en Tíbet como un "genocidio cultural" y dijo que se "vive un
régimen de terror".
Informe especial
En momentos
en que el Congreso y el
gobierno norteamericano realizaban un homenaje oficial al Dalai Lama en
Washington, en noviembre pasado, el gobierno chino señalaba que: "Las
palabras y los actos del Dalai Lama en las últimas décadas muestran que él es un
político refugiado que se dedica a actividades secesionistas en nombre de
la religión".
El presidente chino describió el galardón estadounidense otorgado al Dalai Lama como "una brutal interferencia en los
asuntos internos de China", al señalar que este hecho pisoteaba severamente las
normas de las relaciones internacionales y dañaba los sentimientos del pueblo
chino.
Y advertía a Washington:
"Cualquier intento de interferir en los asuntos internos de China aprovechando
el problema del Dalai Lama está destinado al fracaso".
En las últimas horas, las
protestas en Tibet contra el gobierno chino en la región, con el Dalai Lama en
el centro del protagonismo, se han extendido desde Lhasa, la capital, hacia
zonas aledañas de China, después de días de manifestaciones con feroz
represión policial.
El llamado "gobierno tibetano en
el exilio" en India informó que al menos 80 personas murieron durante las
protestas de los últimos días en Tibet, poniendo en duda los reportes de las
autoridades chinas que hablan de sólo 10 víctimas.
En forma sincronizada al
"levantamiento", el líder tibetano en el exilio, el Dalai Lama, solicitó una
investigación internacional sobre las medidas severas que adoptó China, a la
cual acusa de ser un "régimen del terror" y de cometer un "genocidio
cultural".
En realidad, lo que está sucediendo en el Tibet es una repetición, en otra
escala, de la llamada "revolución de los monjes" en Birmania, exterminada
a sangre y fuego por la junta militar birmana apoyada por China.
En octubre pasado, y tal como ya sucedió en
Bielorrusia y Kazajstán (donde los gobiernos pro-rusos exterminaron a
sangre y fuego a los dos últimos intentos de "revolución naranja" de la CIA), la
Junta Militar birmana aplastó la "revolución de los monjes" apoyada por EEUU y
la UE, desoyó los llamamientos de la ONU e ignoró a su emisario, encarceló
masivamente a los monjes budistas, e impuso controles férreos sobre los medios de
comunicación.
Además,
estrechó el cerco sobre los seguidores de la "líder de la
oposición" sostenida por las ONG (de "derechos humanos")
controladas por la CIA, y
sentó un precedente en el sudeste asiático: Washington y sus socios sionistas de
la UE tienen vedado el ingreso y las operaciones desestabilizadoras en las áreas
de influencia asiáticas de la sociedad estratégica Rusia-China, sostenedora del
régimen militar que gobierna Birmania.
No obstante su derrota en este primer round, EEUU, operando
detrás de la figura del Dalai Lama, volvió a la carga, e ignorando las
advertencias de Pekín ya se encuentra manejando en forma encubierta el
levantamiento social tibetano orientado a desestabilizar al gobierno chino.
Igual que en Birmania en octubre
pasado, desde la semana pasada cientos de monjes salieron a las calles a
protestar, y miles de manifestantes marcharon hacia los edificios
gubernamentales y prendieron fuego a comercios chinos, obligando a la policía a
reprimirlos y poniendo al ejército chino en estado de alerta.
Para un conjunto de analistas
occidentales, la revuelta del Tibet , tanto como
la "revolución de los monjes" en Birmania (motorizada y organizada
clandestinamente por la CIA) forman parte
de la "guerra fría" por áreas de influencia que mantienen Rusia y EEUU, y en la
que se ve implicada China, por sus acuerdos comerciales y militares estratégicos
con Rusia en Asia.
Acompañando a la operación, el
Dalai Lama expresó en la prensa internacional sus temores de que se produzca "un
baño de sangre" en la región himalaya ocupada por China en 1950.
"Se ha vuelto realmente muy, muy tenso. Ahora, hoy y ayer, el lado tibetano está
determinado. El lado chino también (está) igualmente determinado. Eso
significa... el resultado: muerte, más sufrimiento", dijo.
Y la fecha de iniciación de estas protestas tampoco resulta una casualidad:
faltan poco menos de dos semanas para que empiecen los Juegos Olímpicos en
China, y para que la antorcha olímpica inicie su recorrido hacia Pekín,
en un trayecto que contempla el paso por Tibet.
Para los medios y analistas
chinos, la finalidad de las protestas y de la "rebelión social" contra China es
clara: Poner la represión y la violación de los derechos humanos en Tibet
como la imagen que define a China.
La nueva "rebelión de los monjes" se lanzó -no por casualidad- en un momento en
que la mirada internacional está fija sobre China, y cuando muchos miembros del
gobierno de la Región Autónoma de Tibet están actualmente en Pekín para asistir
al Congreso Nacional del Partido Chino.
Tibet, conjuntamente con los
territorios en disputa de Xinjiang y Taiwán, representan los mayores conflictos
secesionistas (y el centro de las operaciones desestabilizadoras de la CIA)
para los líderes chinos.
La ola de protestas de esta semana
coincide con el 49º aniversario del fallido levantamiento tibetano contra China
de 1959, cuando el Dalai Lama se tuvo que ir al exilio.
La última vez que se efectuaron protestas fue en 1989, justo antes de la
represión de la Plaza Tiananmen en Pekín.
En ese momento, el actual
presidente Hu Jintao era el Secretario del Partido Comunista en Tibet y su manejo de las
protestas le valió la aprobación de sus jefes en Pekín.
Para los expertos, no
es ningún secreto que EEUU y sus socios de la Unión Europea,
utilizando la fachada de las organizaciones no gubernamentales (ONGs),
vienen realizando campañas desestabilizadoras y golpes de Estado
(llamados "revoluciones naranja" o "golpes populares") contra
gobiernos pro-rusos en el espacio post-soviético de Asia y
Europa del Este.
Como ya se ha
revelado
a través de la historia, la maquinaria internacional EEUU-UE,
luego de la caída de la URSS a fines del 90, intentó
sustituir a líderes nacionalistas ex soviéticos por otros
"más democráticos" aliados de "occidente", como fue el caso
de Yushenko en Ucrania, cuya campaña fue alevosamente financiada
y dirigida desde el Departamento de Estado norteamericano, por
su propia esposa, que trabajó como asesora de Bush.
Las protestas y los movimientos de caos planificado y
desestabilización callejeros tras los comicios electorales
(Georgia, Ucrania y Bielorrusia) fueron organizados por ONG
financiadas y dirigidas por Washington utilizando las redes
económicas de la CIA canalizadas a través de la USAID
(Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), según informes de la inteligencia rusa expuestos en el
Parlamento moscovita.
Hoy esa dinámica
"golpista" parece concentrarse en el Tibet: Un enclave de China
"en rebeldía" que ya se plantea como un problema estratégico de
difícil resolución para Pekín.
En otras palabras,
Washington le está cobrando al gobierno chino su fracaso en
Birmania.
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