La creación de una seguridad energética real.
Por Michael T. Klare (*) -
La Jornada, México
Ver parte I
La realidad de la dependencia creciente de Estados Unidos hacia el petróleo
del extranjero únicamente refuerza la convicción (existente en Washington) de
que la fuerza militar y la seguridad energética son gemelos inseparables. Casi
dos tercios de la cuota diaria de petróleo en el país son importados –y el
porcentaje sigue creciendo–, por lo que no es difícil darnos cuenta de que los
montos significativos de nuestro petróleo llegan ahora de áreas propensas a los
conflictos como el Medio Oriente, Asia central y África (www.eia.doe.gov/oiaf/aeo/).
Mientras este sea el caso, los planificadores
estadounidenses instintivamente
buscarán a los militares para garantizar la entrega segura de crudo. Es evidente
que importa muy poco que el uso de la fuerza militar, especialmente en Medio
Oriente, haya hecho mucho menos estable y menos confiable la situación
energética, además de acicatear el “antiamericanismo”.
Ésta no se apega, por supuesto, a la definición de la “seguridad energética”,
sino a su opuesto. Una aproximación viable, de largo plazo, no debería depender
de una sola fuente de energía particular –en este caso el petróleo–, por encima
de otras, ni exponer a los soldados estadounidenses, de manera regular, a mayores
riesgos de daños, o a los contribuyentes estadounidenses a mayores riesgos de
quiebra.
Una política energética
estadounidense que tuviera sentido debería abrazar un
enfoque holístico de la procura de energía y sopesar los méritos relativos de
todas las fuentes potenciales de energía. Sería un enfoque que estuviera a favor
del desarrollo de fuentes domésticas y renovables de energía, que no degraden el
ambiente ni pongan en peligro otros intereses nacionales. Al mismo tiempo, una
política que favoreciera un programa detallado y operativo de la conservación de
energía –algo ausente en los últimos 20 años–, que ayude a cortar la dependencia
de las fuentes extranjeras de energía en el futuro cercano y que frene o haga
más lenta la acumulación atomosférica de gases con efecto de invernadero, que
alteran el clima. El petróleo podría continuar teniendo un papel significativo
en un enfoque así. El petróleo mantiene mucho atractivo como fuente de energía
para la transportación (en particular la aérea) y como insumo de muchos
productos químicos. Pero con la inversión y las políticas de investigación
correctas –y la voluntad de aplicar algo más que fuerza en lo referente al
abastecimiento de energía– comenzaría a llegar a su fin el papel histórico del
crudo como el combustible único. Sería especialmente importante que los
planificadores estadounidenses no prolongaran su papel de manera artificial, como
ha sido el caso de las últimas décadas, en que se subsidió a las principales
firmas petroleras estadounidenses, con gastos del orden de los 138 mil millones
de dólares por año en protección de las entregas de crudo extranjero. Estos
fondos, en cambio, podrían redirigirse a la promoción de la eficiencia
energética, en particular al desarrollo de fuentes domésticas de energía.
Algunos planificadores que concuerdan en la necesidad de desarrollar
alternativas a la energía importada insisten en que dicho enfoque debe comenzar
con la extracción de petróleo en la Reserva Nacional de la Vida Silvestre en el
Ártico (Arctic National Wildlife Refuge o ANWR) y otras áreas protegidas (www.youtube.com/watch?v=pOZRrbE8Qao).
Aun reconociendo que esas perforaciones no reducirían sustancialmente la
dependencia estadounidense hacia el petróleo extranjero, estas personas insisten,
de todos modos, en que es esencial hacer todos los esfuerzos concebibles para
sustituir las importaciones con existencias de crudo a nivel interno para
conjuntar el abasto total de energía de la nación. Pero estos argumentos ignoran
que los días del petróleo están contados, y que cualquier esfuerzo por prolongar
su duración sólo complica la inevitable transición a una economía pospetrolera (www.peakoil.net/).
Un enfoque más fructífero, mejor diseñado para promover la autosuficiencia
estadounidense y su vigor tecnológico en el mundo intensamente competitivo de
mediados del siglo XXI sería enfatizar el uso del ingenio doméstico y las
habilidades empresariales con el fin de maximizar el potencial de las fuentes de
energía renovable, incluidas la energía solar, la del viento, la geotérmica y la
de las olas. Esas mismas habilidades deberían aplicarse a desarrollar métodos de
producir etanol de materia vegetal no alimenticia (etanol de celulosa), o
utilizar el carbón sin liberar carbono a la atmósfera (vía la captura y
almacenamiento de carbono, o CCS por sus siglas en inglés), miniaturizar las
células combustibles de hidrógeno, e incrementar masivamente la eficiencia
energética de vehículos, edificios y procesos industriales.
Todos estos sistemas de energía son muy promisorios, y como tal deberíamos
decidirnos a otorgar el respaldo y la inversión necesarios para que jueguen un
papel dominante en la generación de la energía estadounidense. En este momento no
es posible determinar cuál de todas ellas (o cuál combinación) será la que mejor
se posicione para la transición de la pequeña escala a una gran escala con
desarrollo comercial. Así, todas ellas deben contar en un inicio con el
suficiente respaldo con tal de probar su capacidad de efectuar esta transición.
Si se aplica la regla general, sin embargo, es importante que se le otorgue
prioridad a las nuevas formas de combustibles para el transporte. Es aquí donde
el petróleo ha sido por mucho tiempo el rey, y aquí es donde con más crudeza se
sentirá la escasez de petróleo. Es sólo por esto que siguen creciendo los
llamados a intervenir militarmente para garantizar un abasto adicional de crudo.
Así que el énfasis debe ponerse en el rápido desarrollo de los biocombustibles,
de los combustibles derivados de carbón en líquido (con el carbono extraído
mediante CCS), el hidrógeno, la potencia de las baterías y otros modos
innovadores de hacer andar los vehículos. Al mismo tiempo, es obvio que asignar
alguna parte de nuestro presupuesto militar al desarrollo de un incremento
masivo de transporte público podría ser un punto importante de la salud mental
nacional.
Una aproximación de este tipo reafirmaría la seguridad nacional en múltiples
niveles. Incrementaría el abasto confiable de combustibles, promovería el
crecimiento económico en casa (en vez de enviar un verdadero raudal de dólares a
los cofres de regímenes petroleros nada confiables) y disminuiría el riesgo de
involucrarnos en guerras por el petróleo extranjero. No hay otro enfoque.
Ciertamente no podemos confiarnos en el enfoque actual, tradicional,
incuestionado, que nos hace depender de la fuerza militar para lograr esto. Hace
ya mucho que pasó el tiempo de resguardar la gasolinera global.
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(*)Michael T. Klare es profesor estudios de paz y seguridad mundial en
Hampshire College y es autor de varios libros sobre política energética,
incluyendo Rising Powers, Shrinking
Planet: The New Geopolitics of Energy.
Traducción: Ramón Vera Herrera.