e dijo de todo para explicar la crisis alimentaria que amenaza con elevar ya a casi mil millones el número de
quienes se mueren de hambre en el planeta. Sucedió en la reunión realizada
en la sede de la FAO en Roma, que terminó este jueves y en la que 193
naciones del mundo lanzaron gritos de alarma ante lo que se viene. En
realidad ya vino, pero hace más de 20 años que los gestores del mundo
globalizado globalizan sistemáticamente el hambre y al parecer se
distrajeron.
En las reuniones de los países más industrializados, los del grupo G-8,
el tema del hambre apenas merecía una mención trivial. Hoy causa un
repentino nerviosismo y Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU, fue claro
en las razones: “No podemos fracasar (en resolver el problema). Es una lucha
que no podemos perder; el hambre crea inestabilidad y tenemos que reaccionar
unidos e inmediatamente”. No hay compasión, hay miedo.
En 2007, el precio del arroz, los frijoles y la fruta subió un 45 por
ciento en el mercado interno de Haití y a fines de marzo pasado se elevó la
espiral. El 3 de abril, en la ciudad portuaria de Les Cayes, más de tres mil
manifestantes levantaron barricadas en las calles, bloquearon a los camiones
que transportaban arroz, distribuyeron el producto y trataron luego de
incendiar una instalación de las fuerzas de paz de la ONU a cargo de tropas
uruguayas que abrieron fuego contra la multitud. Resultado: cuatro muertos y
20 heridos (http://www.lahaine.org/index.php?p=29545).
Las protestas se extendieron a la capital, Port-au-Prince, donde miles de
personas marcharon hacia el palacio presidencial al grito de “¡Tenemos
hambre!”, exigieron la retirada de las fuerzas de la ONU y el regreso del
presidente Jean-Bertrand Aristide, que un golpe de Estado marca USA derrocó
en 2004. El primer ministro Jacques Edouard Alexis aclaró las cosas: era una
manifestación infiltrada por narcos y otros contrabandistas. El precio del
arroz no estuvo allí.
Hubo de lo mismo en más de 20 países del llamado Tercer Mundo. A fines de
2007, la policía de Dakar no vaciló en apalear y gasear a miles de
senegaleses que reclamaban comida. En febrero de este año, los sindicatos y
pequeños comerciantes de Burkina Faso realizaron una huelga de dos días
exigiendo la rebaja del precio del arroz y de otros alimentos, que habían
aumentado del 10 al 65 por ciento (www.irinnews.org, 22-2-08).
Más de 100 detenidos, claro. En Bangladesh, unos 20 mil obreros textiles
de Fatullah, localidad cercana a Dhaka, la capital, fueron a la huelga por
mayores salarios en abril: la bolsa de dos kilos de arroz equivale a medio
día de salario. Casi contemporáneamente, y por la misma demanda, fueron
reprimidos los trabajadores del complejo textil de Mahalla, en el delta del
Nilo: el gobierno egipcio envió miles de tropas para impedir la huelga, hubo
dos muertos y alrededor de 600 detenidos (http://www.lahaine.org/index.php?p=29335).
La lista sigue.
En Costa de Marfil; Pakistán, Tailandia, Camboya, Etiopía, Níger, Perú,
Honduras, Zambia y otros se presenciaron –y reprimieron– movimientos
semejantes. El FMI, que tanto contribuye a esta grave crisis imponiendo
“reformas estructurales” a los países pobres, parece algo asustado: su
director ejecutivo, Dominique Strauss-Kahn, advirtió a los gobiernos que
“verán la destrucción de todo lo que hicieron y también de su legitimidad
ante la población. De modo que no se trata sólo una cuestión humanitaria
–agregó sin reparo alguno–, tampoco sólo de una cuestión económica, es
además una cuestión de democracia”, es decir, de mantener el sistema que
hambrea (ifm.org, 12-4-08).
Como dijera Elías Antonio Saca, presidente de El Salvador, país que
también sufre lo suyo: “Es una tormenta escandalosa que se puede convertir
en huracán y trastornar nuestras economías y también la estabilidad de
nuestros países” (International Herald Tribune, 18-4-08).
Estabilidad, palabra santa.
Hay 2600 millones de personas en el mundo que ganan menos de dos dólares
por día y alimentarse les comería, según el país, hasta el 80 por ciento de
sus ingresos. De manera que no comen o comen de manera insuficiente, su
rebeldía es concreta como una piedra y los enormes intereses que manejan el
precio de los cereales conocen el temor: “La idea de que las masas
hambrientas, llevadas por su desesperación, tomaran las calles para derribar
al ancien régime parecía definitivamente exótica dado que el
capitalismo triunfó de manera terminante en la Guerra Fría”, señala el
conocido periodista Tony Karon en “Cómo el hambre puede derrocar regímenes”
(Time, 11-4-08).
Y agrega: “Sin embargo, los titulares del mes pasado sugieren que el
abrupto aumento del precio de los comestibles amenaza la estabilidad de un
número creciente de gobiernos en todo el mundo... cuando las circunstancias
tornan imposible alimentar a los hijos, ciudadanos normalmente pasivos
pueden convertirse rápidamente en militantes que no tienen nada que perder”.
En efecto, el hambre es una forma aguda de terrorismo.