El 14 de marzo, 2008, fue un día decisivo en la historia del capitalismo
mundial. Fue cuando el público se percató de que Bear Stearns, el quinto banco
inversionista más grande de Estados Unidos — y una de las mayores instituciones
financieras del mundo — se declaró en quiebra.
Ese día, el mundo cambió fundamentalmente. Todas las estupideces que los
varios comentaristas, dirigentes políticos, economistas académicos y sabios de
los medios de comunicación emiten todos los días acerca de las maravillas y las
virtudes del “libre mercado” y que éste representa no sólo la organización más
avanzada de la organización económica de la sociedad, sino su única forma
posible — probaron no tener ningún valor.
De repente, la gente se dio cuenta que un desplome, semejante al de la Gran
Depresión, no sólo era posible sino que estaba a punto de suceder.
Los comentarios que surgieron en ese entonces, además de los testimonios de
las personas que participaron en el rescate de Bear Staearns, dejan este punto
bien claro.
Durante tres días, el Banco Federal de Reservas, junto con el Ministerio de
la Tesorería de Estados Unidos, laboró 24 horas al día para resolver la manera
en que el rescate se iba a llevar a cabo. El tiempo era esencial; temía que si
éste no se llevaba a cabo antes que los mercados del Asia abrieran sus puertas y
el comercio bursátil se reaunudara el lunes, 17 de marzo, el sistema económico
mundial se desplomaría de tal manera que la misma Wall Street
también también se hundiría.
Uno de los elementos claves del plan de rescate, con el cual JP Morgan
eventualmente se adueño de Bear Stearns, fue la garantía que el Banco Federal de
Reservas ofreció: que éste se responsabilizaría de los $30.000.000.000 en deudas
que había dejado el fracasado banco. Fue una decisión sin precedentes en la
historia del banco central de Estados Unidos.
Tal como comentara el economista de Wall Street, Ed Yardeni, en una
nota a sus clientes: “El gobierno de último recurso ahora sirve como Prestamista
de Último Recurso para defender los merdados de crédito y vivienda y así evitar
la Gran Depressión II.”
Al prestar testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, el presidente del
Banco Federal de Reservas, Ben Bernanke, usó palabras más modestas, pero su
mensaje fue esencialmente el mismo.
“El 13 de marzo”, le declaró al Congreso, “Bear Stearns le informó al Banco
Federal de Reservas y otras instituciones del gobierno que la liquidez de sus
fondos se había deteriorado significativamente y que iba a declarase en quiebra
el día siguiente a menos que se le hicieran asequibles recursos monetarios
adicionales.
“Esta noticia planteó interrogativas difíciles en cuanto a la política
pública. Por lo regular, el mercado elige cuales empresas han de sobrevivir y
cuales han de fracasar. Nuestro sistema económico es extremadamente complejo e
interrelacionado, y Bear Stearns participó ampliamente en varios mercados
críticos a la economía. Lo más probable es que el colapso repentino de Bear
Stearns habría conducido desencadenadamente al caos de su posición en esos
mercados y a un severo desmoronamiento en la confianza. El fracaso de la empresa
también pudo haber creado dudas acerca del estado económico de miles de
contrapartidas de la empresa y quizás de empresas consagradas a comercios
similares. Dadas las presiones excepcionales sobre el sistema mundial económico
y las financiero, los daños causados por la quiebra de Bear Stearns podrían
haber sido extremadamente severos y difíciles de controlar. Además, el impacto
negativo de una declaración de quiebra no se habría limitado al sistema
financiero, sino que el impacto sobre el valor de los activos y la
disponibilidad de crédito se habría sentido ampliamente en toda la economía
real”.
Es decir, la posibilidad de una depresión mundial fue real.
Varios informes indican la magnitud de los vínculos entre Bear Stearns y el
sistema mundial de las finanzas, por no mencionar el impacto que su colapso
habría tenido. Calculan que el banco tenía contratos, valorizados en
$2.500.000.000.000 con empresas en todo el globo terráqueo. Es decir, contratos
cuyo valor era equivalente a aproximadamente un sexto del Producto Interior
Bruto (PIB) de los Estados Unidos y una vigésima parte del PIB mundial estaban
en riesgo. Como diría uno de los participantes en la misión de rescate: “Fue
mucho peor de lo que todo el mundo esperaba; los mercados estaban al borde del
precipicio de una verdadera crisis”. (“Leveraged Planet”, Andrew Sorkin, New
York Times, 2 de abril, 2008).
Durante el mes que ha transcurrido desde que reventara la crisis, el rescate
impuesto por el Banco de Reservas y las reducciones adicionales de la tasa de
interés han resultado en cierta estabilización de los mercados financieros .
Pero nadie opina que la crisis ha llegado a su fin. Más bien, la interrogante
que todavía domina a los mercados financieros es: ¿cuándo caerá el otro zapato?
El peso total de las consecuencias de la crisis del crédito todavía no se ha
sentido.
En el Global Financial Stability Report [Informe sobre la
estabilidad de las finazas mundiales], publicado el 9 de abril, el Fondo
Monetario Internacional calculó que las pérdidas totales en los Estados Unidos
alcanzarían $1.000.000.000.000, lo cual representa una cantidad equivalente a
aproximadamente el 7% del Producto Interno Bruto.
El informe advierte que “la información que se ha recibido en cuanto a los
efectos macro económicos” va causando mayores inquietudes, pues lo más probable
es que la incertidumbre acerca de la economía “era un gran peso sobre los
péstamos inmobilarios, las inversiones comerciales y los precios de los activos,
lo cual afectaría al desempleo, al aumento en la producción y a los balances de
las empresas.
Las tendencias hacia una recesión económica también son aparentes. Un informe
del 4 de abril ha revelado que le economía de Estados Unidos perdió 80,000
empleos en marzo, tercer mes sucesivo en que las estadísticas señalan una
disminución del empleo, suceso que no había sucedido durante cinco años. La tasa
de desempleo aumentó del 4.8% al 5.1% según indicaron varios informes acerca de
varias industrias. En el importantísimo sector industrial de la construcción,
unos 50,000 trabajadores perdieron sus empleos, cifra que ha alcanzado los
350,000 durante los últimos doce meses. Las industrias manufactureras han estado
perdiendo empleos durante los últimos veintiún meses.
El Economic Policy Institute [Instituto para la Programación de la
Economía] ha indicado que “durante cinco meses seguidos menos de la mitad de las
industrias ha desarrollado nuevos empleos, lo cual muestra que la pérdida de
empleos es constante”. También hizo notar que esta ha sido la primera vez, desde
que se mantienen documentos oficiales al respecto, que el ingreso mediano de las
familias no ha recuperado todo lo que había perdido desde la última recesión.
Los escritores más perspicaces de la prensa dedicada a las finanzas reconocen
varias de las insinuaciones históricas que esta crisis tiene a largo plazo.
Martin Wolf, escritor principal sobre la economía del Financial Times,
comenzó sus comentarios de la siguiente manera durante una reunión reciente:
“Durante tres décadas hemos estado fomentando la felicidad que nos trae un
sistema económico liberalizado, pero ¿cuáles han sido sus consecuencias? La
respuesta: ‘una enorme crisis económica tras otra’. Esto no quiere decir que la
economía liberalizada no ofrezca beneficios. Lo cierto es que ha hecho a
bastante personas extraodinariamente ricas”.
Wold hizo notar que, desde finales de la década de los 1970, habían ocurrido
no menos de 117 crisis bancarias sistémicas en 93 países — la mitad del mundo —
y en 27 de éstas el precio de los rescates fue equivalente al 10% de Producto
Interno Bruto. Pero Wolf continúa con que la crisis de 2007-2008 ha sobrepasado
a todas las otras y ha sido la de mayor significado durante las tres últimas
décadas”.
“¿Qué hace que esta crisis sea tan importante? Pone en tela de juicio al
sistema económico más evolucionado que tenemos. Emana del corazón del sistema
económico más avanzado del mundo y de transacciones llevadas a cabo por las
instituciones financieras más sofisticadas, las cuales se valen de los
instrumentos de valorización más astutos y dependen de una prevención de
siniestros muy sofisticada. Pero aún así, el sistema económico ha reventado y
los mercados interbancarios y basados en valores mercantiles han quedado
paralizados durante meses; el papel convertido en valores resultó ser
radioactivo y las clasificaciones de solvencia ofrecidas por las agencias de
valoración no han sido más que una fantasía; los bancos centrales se vieron
obligados a inyectar enormes cantidades de liquidez; y el pánico se apoderó
Banco Federal de Reservas, que se vio obligado a establecer reducciones sin
antecedentes históricos en las tasas de interés.
¿Cuáles serán las consecuencias finales? Según Nouriel Roubini, de la
Facultad de Comercio Stern de la Universidad de New York, es probable que la
bofetada al sistema económico llegue a los $3.000.000.000.000, lo cual equivale
a 20% del Producto Interno Bruto.
Wolf presentó una buena descripción del desconcierto que se ha apoderado de
aquellos que se supone están a cargo del sistema económico: “Yo ya no sé lo que
yo creía que sabía. Y tampoco sé lo que ahora pienso”.
Wolf continuó enfatizando la necesidad de aprender de la historia: “Una
lección fundamental tiene que ver con la manera en que el sistema económico
funciona. Los de afuera estaban conscientes de que se había convertido en una
caja negra gigante. Pero se habían convencido de que los de adentro por lo menos
sabían lo que sucedía. Pero ahora vemos que ésta no ha sido toda la verdad. (Martin
Wolf, Financial Globalization, Growth and Asset Prices [La
globalización de las finanzas, la expansión y los precios de activos], tesis
preparada para el Coloquio Internacional del Banco de Francia sobre la
globalización, la inflación y la política monetaria, París, 7 de marzo, 2008).
Esta es una admisión asombrosa de uno que no se opone al sistema capitalista
y al libre mercado, sino de uno de sus partidarios internacionales más
acérrimos.
El mismo panorama se despliega mediante un informe publicado a principios de
marzo, justamente antes de que surgiera la crisis de Bear Stearns, por The
President’s Working Group on Financial Markets [Grupo de Trabajo
Presidencial Sobre los Mercados de Finanzas], agencia que consiste de
funcionarios del Ministerio de la Tesorería, la Junta Directiva del Sistema
Federal de Reservas, la Comisión Estadounidense Sobre el Mercado de Valores [Securities
and Exchange Commission] y La Comisión Sobre Bienes Comercializados en el
Mercado de Futuros [Commodities Futures Trading Commission].
Según este informe, las razones detrás de la agitación en los mercados
financieros se debe a:
“una crisis en las normas que rigen el otorgamiento de hipotecas tipo
subprime, o sea, basadas en el tipo de interés bancario preferencial mínimo,
a base de los demás;
“una erosión muy significativa de la disciplina mercantil por aquellos
relacionados con el sistema de garantías hipotecarias, incluyendo los
organizadores, los garantes, las agencias de riesgo crediticio y los
inversionistas internacionales; todo lo cual todo está relacionado con no haber
ofrecido u obtenido la información adecuada acerca de los riesgos;
“defectos en las evaluaciones que las agencias de riesgo crediticio hacen de
valores basados en hipotecas tipo subprime (RMBS—siglas en inglés) y
otros complejos productos crediticios estructurados, sobretodo deudas
garantizadas con colaterales (CDOs—siglas en inglés) en posesión de los RMBS y
otros valores respaldados por activos (ABSs) (CDOSs de ABSs);
“debilidades en la manera en que varias de las grandes instituciones
bancarias estadounidenses y europeas manejan los riesgos;
“reglamentos de regulación, incluyendo requisitos de divulgación y capitales,
que fracasaron en mitigar las debilidades exhibidas por el manejo de los
riesgos”.
En pocas palabras, todo el mundo participó...desde aquellos que en primer
lugar hicieron los préstamos hipotecarios hasta aquellas instituciones que las
manipularon a su antojo; las agencias que valorizaron la clasificación
crediticia y que calificaron de excelente a los “paquetes” que ofrecieron en
venta; las instituciones estadounidenses y europeas que no asesoraron los
riesgos adecuadamente; y hasta los que se encargaron de formular las
regulaciones oficiales.
Hubo un elemento bastante fuerte que sólo se podría catalogar de criminal,
engendrado no por las características concretas de los individuos, sino de la
misma índole del sistema capitalista.
Cuando el mercado estaba en alza, cuando se podía ganar dinero por medio de
las hipotecas a base de tipos de interés preferencial mínimo y basadas en
préstamos “mentirosos” con el fin de enganchar a los incautos con ofertas
provocadoras; si se podía sacar dinero embalando estos préstamos para luego
venderlos; si se podía ganar dinero calificando a estos préstamos dudosos como
los mejores...bueno, pues, ¿a quién le importaría saber acerca de la viabilidad
a largo plazo de todo el proceso? Eso no lograría ningún beneficio, y tal como
lo expresara recientemente un ejecutivo financiero, siempre que la música siga
tocando, hay que seguir bailando.
El economista británico, John Maynard Keynes, quien sabía bastante acerca de
la especulación, una vez escribió: “desgraciadamente, un banquero responsable no
es aquel que predice el peligro y lo evita; es aquel que, cuando se arruina, es
arruinado de manera ortodoxa y convencional junto con sus semejantes para que
así nadie lo culpe”. Y cuando la crisis revienta, siempre pueden depender del
gobierno para que los rescate.
Llamo la atención a estos problemas porque quiero enfatizar su significado
político. Una de las fuerzas ideológicas más poderosas generadas por la sociedad
capitalista es que el pueblo trabajador no puede emprender la organización y
control de la sociedad, sobretodo de su economía, porque no posee los
conocimientos necesarios. El socialismo, pues, es imposible, y la organización
económica de la sociedad tiene que ser puesta en manos del mercado y de aquellos
que supervisan sus actividades.
Durante la primera mitad del siglo XX, millones de personas en todo el mundo
participaron en la lucha por el socialismo debido a que entendían — según sus
experiencias con guerras, fascismo, depresión y el enorme desempleo — que las
actividades del libre mercado y el sistema capitalista conducían al barbarismo.
Durante los últimos sesenta años, uno de los instrumentos ideológicos del
orden capitalista, asiduamente promulgado en las escuelas, las universidades,
los medios de comunicación y las plataformas políticas, ha sido el concepto de
que semejantes condiciones no podrían regresar. Se supone que aquellos en el
poder, no importa donde estén ubicados, han aprendido las lecciones que nos han
enseñado los desastres del pasado y saben como prevenir que éstos ocurran de
nuevo.
Se nos ha dicho repetidamente que, después de todo, Ben Bernanke, presidente
del Banco Federal de Reservas de los Estados Unidos, logró su fama en el mundo
académico al hacer un estudio acerca de las causas de la Gran Depresión de la
década de los años 1930 y que está determinado a que ésta no suceda otra vez,
pues, a pesar de algunas inconveniencias, todo ha sido por el mejor de los
mejores mundos posibles.
Si los sucesos de las últimas semanas han logrado algo es hacer añicoseste
mito. Los informes oficiales reconocen que han fracasado todos los instrumentos
de control que presuntamente prevendrían la crisis económica.
Bear Stearns funcionaba bajo los reglamentos de la Comisión Estadounidense
Sobre el Mercado de Valores. Pero como escribiera su presidente, Christopher Fox,
luego del colapso del banco: “La empresa tenía en toda ocasión un capital
protector por encima de lo que se requiere para reunir los requisitos de
supervisión”. Según Fox, Bear Stearns estaba “bien capitalizado” bajo los
reglamentos de la Comisión. Es decir, nos recuerda al el cirujano que declaró
que la cirugía había sido un gran éxito, pero que el paciente había quedado
muerto en la sala de operaciones.
Mientras los representantes de la economía capitalista expresan su asombro
acerca de lo que ha ocurrido, los eventos de las últimas semanas ofrecen una
prueba contundente del análisis que Marx hiciera del sistema de producción
capitalista, en el cual reveló que leyes objetivas gobiernan su trayectoria;
leyes que se imponen de la misma manera que la ley de la gravedad impone su
voluntad cuando un edificio se derrumba.
Y puesto que el derrumbe de la casa es consecuencia de procesos desarrollados
por largo tiempo, el colapso del sistema económico, y los problemas políticos
que surgen de ello, sólo puede llegarse a comprender por medio de un análisis
histórico de la economía mundial capitalista.