(IAR Noticias)
06-Mayo-08
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Protesta de jóvenes "antiglobalización" |
La izquierda capitalista y su versión alterglobalizadora dentro de los
movimientos sociales forman más parte del problema que de la solución.
Por Agustín Morán -
La Haine
1.Política
y naturaleza
La política
es la acción consciente de tejer el tejido social. Por lo tanto, dicha
acción debe ser - y no puede no ser - un proceso en el que las personas,
convertidas en actoras, se autodeterminan y construyen colectivamente las
condiciones de su propia existencia material y social. La política es el
resultado de la deliberación. En rigor, no puede hablarse de política como
algo que precede al diálogo sino como el resultado de dicho diálogo.
La acción política supone una búsqueda permanente de las formas adecuadas
de participación, delegación y mediación social. Esta búsqueda tiene como
finalidad construir una sociabilidad segura para todxs. Las virtudes para
lograr la convivencia ordenada son la prudencia, la justicia, la amistad, la
deliberación, los límites compartidos, el bien común. Históricamente, dichas
virtudes han sido objeto de controversias entre los filósofos morales1 y
resultan del punto medio entre aspectos contradictorios: libertad y
necesidad, lo individual y lo social, lo material y lo imaginario,
naturaleza y sociedad, hombre y mujer, pasado, presente y futuro.
Pero ésta concepción ética de la política dista mucho de la dominante hoy
en día. En las sociedades de mercado, el bien común no depende de de las
formas de gobierno y de la voluntad de los individuos y los pueblos, sino
del cumplimiento de las leyes de la economía. La política no funda las
relaciones sociales, solamente las administra. No está antes, sino después
del intercambio rentable. No establece el orden social, sino que gestiona un
orden determinado de antemano por la economía.
La modernización mercantil disuelve las virtudes comunitarias en la
objetividad despiadada del dinero. El desorden económico, ecológico y moral
está sostenido por la fuerza del Estado y se legitima, como el único
posible, por los intelectuales apologistas del mercado. Las virtudes que
proclama son la satisfacción de los deseos individuales ilimitados y el
relativismo moral. Estos principios son compartidos, no solo, por los
beneficios, sino también por los perjudicados.
La fingida superación del debate sobre las formas políticas, facilita el
dominio de la economía sobre el conjunto de relaciones sociales. La
modernización económica y tecnológica promete la libertad política respecto
de la naturaleza, la servidumbre y la arbitrariedad. Pero impone un
sufrimiento general “inevitable”. Ante las leyes económicas, son tan
impotentes las mayorías excluidas como las minorías beneficiadas.
La globalización de este modelo acentúa su totalitarismo y su impunidad.
Crece la riqueza y con ella la desigualdad. Las cien empresas más grandes
controlan recursos equivalentes a 1/3 del producto interior anual de todos
los países del mundo. En EEUU, el 1% más rico de la población ha pasado de
poseer el 5% de toda la riqueza en 1975 a poseer el 20% en 2005. La
globalización económica y el libre comercio se presentan como el mejor de
los mundos pero, para la mayoría, construyen el peor de los infiernos.
Las catástrofes de la economía global aparecen como “naturales” y por
tanto, como inevitables. Tal como hace el criminal con el rastro de su
crimen, la naturalización de la economía de mercado necesita borrar las
huellas de su propia constitución. Aunque son producto de nuestras acciones
y omisiones, parecen tener su origen en el “más allá”. Perteneciendo a la
esfera de lo político, es como si obedecieran a leyes naturales. Al
banalizar la desigualdad, la explotación y el desamparo, la civilización
capitalista extiende por doquier la inseguridad y la violencia.
Las ciencias sociales modernas, constituidas en una ortopedia de la
economía, se limitan a constatar lo que hay. El ajuste entre la noción de
“orden” y el orden caótico realmente existente, equipara el ser y el deber
ser. Con ello, las ciencias sociales se transforman en una mera descripción
de la realidad, es decir, en apología. De esta manera se produce un cierre
sistémico entre la realidad práctica y la realidad teórica que teoriza dicha
práctica.
Las consecuencias políticas de este cierre están a la vista. La compasión
globalizada nos llama a movilizarnos contra la pobreza sin enfrentarnos con
sus causas y nos convoca a campañas y manifestaciones subvencionadas y
encabezadas por los causantes de dicha pobreza. Las ONGs ecologistas nos
movilizan a favor de la sostenibilidad del capitalismo. El sindicalismo
mayoritario se preocupa más de la buena marcha de los negocios que de las
necesidades de lxs trabajadorxs.
Para el liberalismo, el principio de realidad lo marca el mundo de la
economía. Esta, a su vez, se presenta como dependiente de leyes mercantiles
cuyo origen está en las leyes de la naturaleza. Para la antropología y la
sociología capitalista, el afán de posesión y la competitividad de los
individuos, son el origen de la riqueza y constituyen datos inmodificables.
2. Teologia, individuo y mercado
Adam Smith, en la obra fundacional del liberalismo2, establece la
separación formal de la política y la economía como un rasgo central de la
modernidad. La emergencia del mundo moderno se caracteriza por la disolución
de las formas de legitimación religiosa del orden social imperantes en la
Edad Media. Estas consideraban que el fundamento de las relaciones sociales
era la voluntad de Dios. A partir del siglo XVII la explicación de la
sociabilidad, que antes se daba como un hecho natural, aparece como un
problema.
En la Edad Media, el ser humano era un ser pasivo que debía acomodarse a
un orden providencial y sagrado. En la modernidad, el individuo pasa al
centro de la escena como el sujeto desde el que se constituyen las
relaciones sociales. El orden social, que venía dado por la providencia de
Dios, se presenta ahora como el resultado de las relaciones entre los
individuos.
Antes del siglo XVII no existía la noción de individualidad, ya que esta
se hallaba disuelta en la naturaleza espiritual del ser humano. Con la
modernidad, emerge el individuo como célula fundacional del orden social. La
tradición cristiana incorporó a esta emergencia su noción de la naturaleza
humana como un compuesto de cuerpo y alma. A partir de aquí, diversas
teorías explicaron la relación entre uno y otra.
La visión teológica del mundo, escindido en el mundo finito de las
personas y el mundo infinito de Dios, se traslada a la visión del individuo
compuesto por dos naturalezas. Una finita y cognoscible - el cuerpo - de la
que podemos hablar y otra - el alma – que, por pertenecer al mundo de Dios,
no es comprensible por nuestra razón. Cuando la naturaleza humana era
únicamente espiritual, los problemas del orden social consistían en seguir
las reglas del bien y rechazar el mal, fijados por la omnipotencia de Dios.
Con la modernidad, el mundo se abre en dos órdenes incomunicados. Sobre el
mundo infinito de Dios, de donde procede la noción del bien y del mal, no
podemos decir nada. Por lo tanto, las normas sobre las que construir el
orden social sólo se pueden plantear desde el propio individuo, finito y
corpóreo. La realidad social parte del individuo y desde él se explica la
constitución de la sociedad. A partir de estas nociones se desarrolla, desde
el siglo XVII, el individualismo metodológico.
La concepción de un individuo previo a la realidad social profundiza la
ruptura con el pensamiento aristotélico. Para Aristóteles, individuo e
individuo como ser social eran lo mismo porque no es pensable un ser humano
preexistente o fuera del hecho social3. Desde este presupuesto, las nociones
de bien y de mal estaban integradas en la determinación social de la
persona. Bien, es el conjunto de acciones que construyen una sociabilidad
ordenada cuyo fundamento es la integración social de todas las personas.
Mal, es lo que, al crear desigualdad, exclusión y violencia, disuelve el
orden social.
Desde la visión liberal existen dos formas de entender el funcionamiento
de la sociedad. Una, parte de la naturaleza social del individuo y tiene que
ver con la mayor o menor idoneidad de las acciones de éste respecto a las
leyes y los sentimientos morales. La otra, se deriva de la naturaleza
individual de dicho individuo y tiene que ver con su propensión a aumentar
su propia riqueza. La primera es una teoría de la moral. La segunda es una
teoría de la eficacia económica. Se trata de dos teorías distintas con una
misma antropología que conduce a un resultado mágico: los individuos,
persiguiendo sus intereses particulares realizan los intereses generales de
la sociedad.
Para el pensamiento ilustrado la moral es un concepto variable ya que,
según se modifiquen nuestros sentimientos, se modificará la moral. Por el
contrario, para dicho pensamiento, la económica no admite modificaciones
porque permite la regularidad de las cosas. Esto nos conduce a que las
personas son libres en el campo de los sentimientos morales, pero no en el
de la economía.
El individuo “moderno” está escindido entre el rechazo a los resultados
de la violencia mercantil, que sus sentimientos morales perciben como
negativos y la impotencia para evitar el funcionamiento inapelable de dicha
economía. La moral y la compasión pertenecen al terreno de los sentimientos,
que pueden permitirse ser irracionales. Por eso, deben estar gobernados por
la economía. Al individuo de mercado, sólo le queda asumir su precariedad
como un destino inevitable y ser compasivo y solidario con las víctimas de
las leyes de la economía.
Lo que otorga racionalidad a las sociedades de mercado es el sistema
económico. El sistema moral aparece como algo accesorio. La racionalidad de
la economía, al estar dentro de la naturaleza de las cosas, convierte a las
personas en meras receptoras de dicha racionalidad. Esta concepción
“moderna” nos retrotrae a la afirmación escolástica: “la verdad es la
adecuación del conocimiento a la realidad”. Augusto Compte, padre del
positivismo, daba cursos de astronomía a trabajadores para demostrarles que,
al igual que el orden de los astros es inmutable, el orden capitalista de la
sociedad también lo es.
La ideología “de mercado” no admite una interpretación ética del
comportamiento económico porque considera que ética y economía son dos
planos separados e independientes. Podemos tener compasión por los
trabajadores accidentados o sentir lástima hacia los muertos por el hambre,
la comida basura, las enfermedades profesionales y los accidentes de
tráfico, pero este sentimiento no puede interferir la racionalidad de las
relaciones económicas causantes de esas muertes.
Desde Adam Smith, el pensamiento económico se considera emancipado de la
política y de la moral. Esto implica otorgar a la ganancia del capital el
poder constituyente de las relaciones sociales. Sin embargo, la soberanía
del capital no se debe al poder del pensamiento económico sino al poder de
quienes lo administran. La potencia con la que se despliega la economía de
mercado se basa en su capacidad de integración social o en la veracidad de
las teorías que la legitiman, sino en la violencia material y cultural que
la constituye. Sin la violencia armada y cultural del estado, la violencia
competitiva del mercado no podría sobreponerse a sus consecuencias
catastróficas ni lograría el consentimiento de sus víctimas.
3. Democracia y Mercado
El orden político y la paz social se fundamentan en la libertad de las
personas y de los pueblos junto con el respeto a los límites de la
naturaleza y a las leyes. Sin embargo, tras el nombre de “democracia” se
despliega un régimen parlamentario que otorga a la libertad de empresa más
fuerza que a las libertades y los derechos de la gente. Los políticos,
sindicalistas e intelectuales defensores -o leales opositores- de este
régimen, se autodenominan “los demócratas”.
La política, convertida en técnica para la administración de los
individuos individualizados, se basa en normas externas a dichos individuos.
Estas normas, contenidas en el Derecho y el imaginario social instituido, se
apoyan en la legalidad “natural” del mercado, la competitividad y los
comportamientos individualistas. La sociabilidad mercantil exige la
subordinación de los individuos a dichas normas. La libertad de los
individuos, paradójicamente, solo es posible bajo las leyes del estado y
desde las leyes del mercado. Desde su aparente libertad, el individuo
construye un sistema que se emancipa de él y le arrebata la libertad.
La operatividad de estas normas exige el disciplinamiento de los
individuos mediante la producción social de un individuo impotente,
solitario y calculador. Este individuo individualizado, arrancado de sus
vínculos comunitarios, usa su razón para maximizar su utilidad al margen –y
a menudo en contra- de los demás individuos. Al basarse en comportamientos
económicos egoístas, predecibles y calculables, la economía se postula como
una ciencia de la sociedad. Por el contrario, la política, al depender de
las relaciones de poder y de la voluntad de las personas, aparece como un
terreno incierto. Este terreno peligroso, debe tener como límite y como
horizonte el funcionamiento de la economía. Al ocultar las relaciones de
explotación y dominación que la constituyen, la economía “naturalizada”
aparece como el reino de la libertad y la seguridad.
Con esta operación se cierra la posibilidad de que las personas organicen
la sociedad a partir de su voluntad y de su libertad. El individuo, supuesto
protagonista del orden social, es protagonizado por la dinámica fundacional
de dicho orden, la economía. En dicha economía los individuos se sumergen,
inertes, en las leyes de la oferta y la demanda. Las ciencias sociales se
constituyen sobre la clausura de la autodeterminación de los individuos, de
las clases sociales, de las mujeres y de los pueblos respecto a la
constitución de la economía como principio de realidad. Es decir, sobre la
clausura de la política. La economía niega el fundamento político de la
democracia y la reduce a un mero instrumento suyo.
En las sociedades de mercado la actividad política se realiza al margen
de la vida de lxs ciudadanxs. Dicha actividad consiste, sobre todo, en crear
las condiciones que hacen posible la libertad de empresa y en la gestión de
sus permanentes crisis económicas, ecológicas y bélicas. A pesar de que el
caos mercantil no podría sostenerse ni un día sin las muletas del estado,
los políticos de mercado se esfuerzan en convencernos de lo peligrosa que es
cualquier intervención política en la economía.
Los empresarios y sus políticos a sueldo vociferan, como si se acabara el
mundo, contra las regulaciones laborales, medioambientales o sociales. Sin
embargo, reciben con agrado las jubilaciones anticipadas y el seguro de
desempleo para facilitar el despido de sus trabajadorxs, así como todo tipo
de desgravaciones fiscales y exenciones de la cuota empresarial a la
Seguridad Social. Más aún, claman por la inyección de liquidez en el sistema
bancario, piden ayudas frente a las perdidas producidas por la especulación,
la deslocalización o la competitividad que ellos mismos defienden y exigen
infraestructuras y equipamientos para nuevas promociones inmobiliarias a
pesar de existir tres millones de viviendas vacías. Es decir, están contra
toda intervención estatal en la economía con la única excepción de la que
transfiera recursos públicos a las cuentas de resultados de sus empresas o
reduzca sus impuestos.
La Economía global y la economía criminal tienen muchas zonas de solape y
muchos rasgos comunes, sin embargo, la corrupción de la política y de los
políticos facilita la presentación del mercado como un sistema de regulación
social más seguro y eficiente. Al partir del egoísmo de las personas, la
economía parece más científica que la política. La economía, basada en el
individuo individualista, es más previsible y calculable que la política,
que persigue un imposible diálogo en busca de los intereses generales. Esta
visión corrompida de la naturaleza humana y de la política es, a su vez,
corruptora. La sombría noción del “individuo de mercado”, no solo describe
el tipo de persona que facilita las tropelías del capitalismo. También lo
prescribe y lo construye. El ajuste entre economía de mercado, sociedad de
mercado e individuo de mercado, constituye el sistema más totalitario de la
historia de la humanidad. Imposibilita la valoración política y ética de los
actos de las personas y coloca la virtud en el campo de la obediencia a las
leyes económicas. La dictadura parlamentaria del capital es la forma que
adopta el fascismo en las sociedades modernas. En ausencia de una verdadera
oposición, las clases dominantes no necesitan desmontar la democracia porque
el capitalismo es su verdadero y único contenido.
Entre la izquierda y la derecha parlamentarias existen diferencias. Ante
los desastres del “libre comercio”, la derecha propone más mercado y la
izquierda más estado. Pero ambas coinciden en la aceptación del mercado y la
libertad de empresa como principales mecanismos reguladores de la vida
económica y social. Tanto la derecha como la izquierda conciben la política,
no antes de la economía, fijándole fines y poniéndole límites, sino después,
poniéndole parches y pagando los costes de sus desaguisados con los recursos
de toda la sociedad. Todos los políticos parlamentarios hacen su política
desde las leyes del mercado y no desde la centralidad de los derechos y
libertades de la gente. El régimen político que permite que la libertad de
empresa tenga más fuerza que las libertades y los derechos ciudadanxs usa el
nombre de “democracia”. Los políticos, sindicalistas e intelectuales
defensores - o leales opositores - de este orden, se autodenominan “los
demócratas”.
En el régimen parlamentario de mercado la oposición se reduce a
expresiones de desacuerdo verbal entre corporaciones de políticos
profesionales que no persiguen cambiar el rumbo de la sociedad sino empuñar
el timón. El pluralismo político se limita a las broncas parlamentarias y
mediáticas entre el modelo liberal – keynesiano defendido por la izquierda
cuando está en la oposición y el modelo neoliberal defendido y aplicado por
la derecha y por la izquierda cuando está en el gobierno. Salvo el
movimiento popular vasco por la autodeterminación y el socialismo, los
movimientos sociales del estado español son filiales de estas dinámicas.
La oposición real es la que no se produce entre quienes consideran el
capitalismo un hecho natural y quienes lo consideran un hecho político
producto de la desigualdad, el dominio y la explotación. La existencia de la
izquierda está vinculada a la oposición de masas contra el orden totalitario
y violento del mercado. Al igual que no hay libertad sin lucha por la
liberación, no hay izquierda sin enfrentamiento con el capitalismo. El vacío
de oposición es simétrico al vacío de una izquierda real, entendida ésta
como una teoría y una práctica política sustancialmente diferentes de la
teoría y la práctica de la derecha. Es decir, una teoría y una práctica cuya
finalidad es la autodeterminación sinérgica de los trabajadorxs, las mujeres
y los pueblos oprimidos.
Las políticas redistributivas, de cohesión social, desarrollo sostenible
e igualdad de género deben ser apoyadas. Pero sin olvidar su carácter
paliativo y su dimensión demagógica. Más allá de su positividad parcial son,
sobre todo, un instrumento para la sostenibilidad del mercado, un mecanismo
para desactivar cualquier movimiento social autónomo y una capa de
maquillaje para la izquierda capitalista. Las políticas sociales, ecológicas
y feministas de “la izquierda de mercado” son una gota de bálsamo frente a
la potencia ideológica - constructiva y destructiva - del enriquecimiento y
la competitividad.
Romper con el PP es conseguir que vivienda, alimentación, educación y
sanidad estén fuera del mercado, que se respete la autodeterminación
popular, que los cuidados tengan el rango de actividad primordial para todxs
y que el gobierno se mantenga al margen de agresiones y crímenes de guerra
contra otros pueblos, lo que supone cancelar las bases militares extranjeras
en nuestro territorio y poner fin a la pertenencia del estado español a la
OTAN. Pero esto significa romper también con casi toda la política del PSOE.
Apoyar al PSOE significa apoyar sus políticas enfrentadas al PP (el 5%),
pero también significa apoyar sus políticas coincidentes con las políticas
del PP (el 95%). Elegir al poli bueno frente al poli malo es interpretar el
guión que han escrito para nosotros. Este guión permite que la violencia
competitiva - más totalitaria cuando más global - se despliegue libre y
democráticamente.
Las catástrofes sociales y ecológicas así como la dominación de unas
clases por otras, de unos países por otros y de las mujeres por los hombres,
carecen de fuerza revolucionaria por la naturalización del mercado, del
individuo individualista y del machismo. El lenguaje compartido por
empresarios, políticos, sindicalistas e intelectuales, clausura toda
oposición verdadera. Desde dentro de este “coro único” no hay salida. A
pesar de sus desastres, el auge de la economía de mercado se explica por su
capacidad para convertir la democracia en “política de mercado”, es decir en
una dictadura parlamentaria del capital.
La política de mercado propicia el ascenso de políticos e intelectuales
insignificantes cuyo liderazgo se basa en la construcción social de un
individuo de mercado que sólo aspira a ser productor y consumidor de
mercancías. Este esclavo voluntario es halagado por los líderes de opinión
que llaman tolerancia a su relativismo moral y madurez democrática a su
cobardía y su oportunismo.
4. Mercado y violencia. El precio politico de la paz
La economía de mercado, la política de mercado y el individuo de mercado,
en un cierre sistémico, se presentan como la culminación de la libertad
humana y la superación del hambre, la irracionalidad y la violencia. Sin
embargo, la injusticia armada del mercado mundial siembra por doquier la
desolación y el odio. En la historia de la humanidad no ha habido un modelo
civilizatorio más irracional, excluyente y violento que la actual
globalización capitalista.
Cualquier movimiento social que, en defensa de sus derechos, no se deje
sobornar ni intimidar, es criminalizado y aislado. A continuación, sus
miembros son privados de libertades y garantías jurídicas. La dificultad
para defender las necesidades insatisfechas, desde dentro del régimen
parlamentario de mercado, explica muchas expresiones violentas calificadas
como terrorismo. Esta dificultad propicia la utilización de métodos de lucha
ilegales, lo que a su vez favorece la vulneración generalizada de derechos y
libertades. Al negar esta vulneración por parte del poder económico y
político, no se disuelven los daños ni desaparecen las víctimas. Por el
contrario, lo que es ocultado y reprimido acaba reapareciendo de forma
destructiva y autodestructiva.
A la violencia política de los desheredados de la tierra que luchan por
su derecho a la vida o por su libertad, hoy se le llama terrorismo. Acabar
con el terrorismo nos obliga a mantenernos alejados del uso que hacen de él
quienes no pueden ni quieren plantearse sus verdaderas causas. El peor
servicio a la causa de la paz y los derechos humanos es ponernos detrás de
las pancartas antiterroristas de quienes defienden e impulsan la
globalización, el libre comercio de alimentos, fuerza de trabajo, educación
y protección social, así como la precariedad, las privatizaciones y las
organizaciones armadas internacionales contra los trabajadores y los pueblos
del mundo. Tras su máscara democrática, estas políticas producen cada año
muchos millones de muertes por hambre, guerras, explotación laboral y
enfermedades evitables. Es decir, ponernos detrás de las pancartas del
terrorismo mayorista.
Estar contra la violencia y el terrorismo exige identificar sus causas.
Todo lo contrario de lo que hizo la Comisión Parlamentaria que investigó en
2005 los atentados del 11-M-04 en Madrid. En lugar de investigar la relación
evidente entre dichos atentados y la participación del estado español en la
invasión de Iraq, esta Comisión se dedicó a especular sobre qué había
fallado en los servicios de seguridad para que los terroristas pudieran
poner las bombas. Con semejante planteamiento, no es de extrañar que fuera
incapaz de llegar a conclusión alguna. Ni tampoco que, una vez descentrada
la investigación, el PP utilizara este foro para proferir las acusaciones
más inverosímiles, burlándose del parlamento, de la población española y,
sobre todo, de los 197 muertos y 1.500 heridos producidos aquí como - una
primera - respuesta a su participación en los crímenes de guerra contra el
pueblo iraquí.
La contundente acción militar en represalia al lanzamiento de misiles
caseros desde Gaza contra territorios palestinos ocupados por colonos
israelíes, persigue doblegar a la población civil para que reniegue del
gobierno legítimo de Hamás. Al mismo tiempo, la izquierda palestina, para
destruir a su rival islámico elegido democráticamente por el pueblo
palestino, hace negocios con Israel y EEUU contra su propio pueblo. Quienes
asesinan cada día niñxs palestinxs desde sus blindados y sus misiles,
consideran terrorista a un suicida que hace explotar su mortífera carga en
un autobús. ¿Con qué autoridad moral se puede llamar “terrorista” a unos y
“ejército” a otros? ¿Con qué argumento se puede calificar de “izquierda” al
presidente Mahmud Abbas a Al Fatal, a sus seguidores y a sus cómplices?
El debate metafísico sobre qué asesinatos son acciones terroristas y
cuales no, forma parte de la propaganda de guerra. Lo único importante para
acabar con la violencia es la resolución dialogada de los conflictos en base
a la justicia y la democracia. Todo lo demás es ruido y tormentas en un vaso
de agua entre globalizadores de derechas y alterglobalizadores supuestamente
de izquierdas. Al día siguiente de sacar a España de la OTAN, romper
relaciones con el estado terrorista de Israel y traer los soldados españoles
de Líbano y Afganistán, el peligro de atentado islamista en territorio
español se reduciría a cero. Pero la servidumbre de nuestra monarquía
parlamentaria a los EEUU y a la Europa del Euro nos impide dar ese paso.
En el plano estatal, a las 24 horas de abrir el debate y la negociación
sobre las formas para el reconocimiento del derecho de autodeterminación, se
terminaba la violencia de ETA (las otras violencias, no). Pero nuestro
bipartidismo neofranquista no puede revisar la Constitución aprobada bajo la
amenaza del golpe militar sin poner en cuestión su propia legitimidad. El
único precio político que hay que pagar para la paz es la democracia y la
justicia. Lo que para PP y PSOE es un precio insoportable, para la inmensa
mayoría de la población es un bien deseable.
5. La racionalidad capitalista y la izquierda
El régimen político, económico y social llamado “globalización” tiene un
gran soporte en su dimensión cultural. La sostenibilidad de este régimen
necesita someter a su lógica competitiva a la economía, la política y las
conciencias. Su objetivo es construir un tipo de persona individualista y
calculadora que interiorice las situaciones de dominación y desigualdad como
algo natural.
Para el gobierno y los empresarios la batalla de la competitividad
contiene una batalla contra las necesidades y derechos de los de abajo. La
izquierda parlamentaria -al igual que la derecha- comparte esta visión y nos
propone la imposible e indeseable integración de todxs en un orden
excluyente e insostenible.
En un editorial del diario “El País” referido a la reconversión
industrial se afirmaba: “... sectores como la minería, la siderurgia o la
industria naval, caminan irremediablemente hacia una profunda
transformación. Es casi un destino histórico y es seguro que las sociedades
desarrolladas no soportarán, en el siglo XXI, una industria cuyo
mantenimiento exige una auténtica sangría económica”. En el campo sindical,
veamos las palabras de Julián Ariza, miembro del PSOE y ex –miembro del PCE
y de la ejecutiva confederal de CCOO: “para el entendimiento hacen falta dos
cosas, una que el gobierno revise los términos del ajuste y otra que los
sindicatos tengamos claro que los márgenes de maniobra en las economías
abiertas y teniendo el capital la sartén por el mango, son ciertamente
estrechos”. Javier López, secretario general de la USMR de CCOO: “la
deslocalización es un fenómeno biológico”. Los líderes de UGT y USO en la
crisis de la multinacional Aceralia en Asturias, justificaban su acuerdo con
la dirección para el despido de 620 trabajadores y la modificación al margen
del convenio de salarios, jornada, turnos, vacaciones, categorías, movilidad
funcional y geográfica: “Aceralia es la mano que da de comer a Asturias, si
la compañía siderúrgica se resfría, la economía asturiana tiene una
pulmonía”.
De los ejemplos señalados se puede deducir que la izquierda considera el
modelo económico actual como una necesidad histórica y sus consecuencias
como inevitables. Esto quiere decir que las consecuencias negativas del
actual modelo de desarrollo económico dependen de leyes ajenas a la
política. Este discurso es compartido, tanto por el Fondo Monetario
Internacional como por la izquierda institucional. Sin romper activamente
con él, no hay salida.
Si aceptamos que la economía y el mercado tienen una racionalidad
“natural” y autónoma, esto significa que ambos pertenecen a un orden de la
realidad impermeable a la voluntad de las personas y de la sociedad. Esta
concepción teológica del desarrollo social nos conduce a una visión de la
política como “arte de lo posible”. La aceptación de lo que hay como
inmodificable, lleva consigo la deslegitimación de cualquier enfrentamiento
con el proceso de autodeterminación del capital y la sumisión de las
víctimas del capitalismo ante un destino inmodificable.
La izquierda capitalista, los movimientos sociales que ésta ha colonizado
y el circo electoral, forman parte, más del problema que de la solución. Es
necesario avanzar desde fuera de este escenario. Lo más racional, además de
lo más ético, es que no ejecutemos “voluntariamente” el papel que nos han
asignado. La crítica a la política de mercado exige dejar de apoyar a los
partidos y sindicatos que, con palabras de izquierda, realizan políticas de
derecha. Pero también exige olvidarse de subvenciones y apoyos procedentes
de ese mundo. Abandonar la cultura de la queja y comprometerse desde abajo
del todo con la organización política de las víctimas del mercado y del
estado capitalista. Así se evitará el aislamiento de quienes luchan de
verdad y se deslindarán los campos entre la izquierda y la derecha, hoy
confundidos en un bipartidismo neofranquista que, a través de sus redes
clientelares, penetra como una metástasis en la política, los movimientos
sociales y la conciencia de todos. Por eso nadie se cree nada. Muchos
millones de personas asalariadas votan al PP porque es más racional votar al
original que votar a las copias. En este contexto, cualquier avance de la
izquierda en el terreno electoral es a costa de sus valores ideológicos, su
memoria histórica y su autonomía.
La fuerza del PP tiene su condición en la complicidad del PSOE. El PSOE
no puede enfrentarse al PP porque sería como atacarse a sí mismo, ya que
comparte casi todas sus propuestas económicas y políticas, tanto en la
política interior como en las relaciones internacionales. La complicidad del
PSOE, a su vez, tiene su condición en la falta de autonomía de sindicatos,
organizaciones ecologistas, feministas, de solidaridad internacional, etc.,
respecto al poder. Estas complicidades sumen a la población en una ciénaga
cultural, política y moral.
Teresa Toda, víctima de la Audiencia Nacional en el macroproceso 18/98
afirmaba, antes de ingresar en prisión: “el sufrimiento nos hace mejores
personas”. Ciertamente, la entereza ante la injusticia y la represión, el
esfuerzo indomable por mantener la autonomía teórica, política y económica
respecto al poder, la generosidad en el apoyo mutuo y la firmeza ante las
ofertas que premian al traidor y al esquirol, nos hace mejores personas. Si
para los políticos de mercado, cobardes y oportunistas, esta lealtad es
propia de lunáticos, para la regeneración política y ética de la izquierda,
es una virtud insoslayable. Hoy, en el Estado Español, esta virtud no tiene
nada que ver con el mercado electoral, ni con las protestas festivas de los
alterglobalizadores a golpe del grupo PRISA.
6. Economia y cohesion social
La política es sociabilidad y la sociabilidad, unidad. Lo que une a los
seres humanos es la amistad. Cuando no hay amistad, las personas sólo pueden
unirse como cosas, o a través de las cosas. La sociedad, desgarrada por el
individualismo, otorga al dinero el poder sublimado de la seguridad, el
bienestar y la felicidad. Cuando la sociabilidad está mediada por el
mercado, el dinero se convierte en el agente mediador entre las personas. En
virtud de dicha mediación, el dinero se transforma en el sujeto de las
relaciones sociales y las personas pasan a ser su predicado. Las personas
que se relacionan entre sí como cosas, no son sociables más que a través del
dinero, que deviene en el verdadero protagonista del orden social.
Frente a la escisión real de los españoles está la unidad del capital.
Frente a las diferencias de los europeos, los Tratados de la Unión imponen
una moneda única que oculta y perpetúa dicha diferencia. Al ignorar el
trabajo de cuidados, lo que predica la economía se refiere sólo a los
hombres, constituidos en representantes del ser humano genérico. Sin
embargo, la realidad social está compuesta por hombres y mujeres cuya
naturaleza se especifica en sexos biológicos que han producido, cultural y
socialmente, géneros. Las diferencias entre estos géneros han devenido en
desigualdad y subordinación de las mujeres respecto a los hombres. En dicha
subordinación tiene mucho que ver la asignación unilateral del trabajo de
cuidados a las mujeres.
La economía, al ocultar el poder fetichista del dinero, se refiere
solamente a las personas que pueden expresar sus deseos en el mercado a
través de los precios. Quienes no pueden expresar sus necesidades como una
demanda solvente, no existen para la economía. La economía moderna se
refiere, sobre todo, a las personas con poder adquisitivo. Es decir, se
refiere a los hombres adultos y la minoría de mujeres que actúan en la
esfera pública del mercado y del Estado. Los demás, mujeres, niñxs y
excluidos, son secundarios para la economía. Esto nos coloca en una
paradoja. Por un lado, la economía de mercado no resuelve los problemas de
integración y seguridad a la mayoría de la humanidad. Por otro, la política
no puede imponerse a la economía, convertida en principio de realidad.
El eufemismo “cohesión social”, de origen europeo, es proclamado por el
social liberalismo del PSOE en América Latina. Sin embargo, la “cohesión
social” que se ofrece allí es sólo publicidad para nuestras multinacionales.
Estas multinacionales, defendidas en los foros internacionales por el rey de
España, actúan con los mismos fines -y a veces con los mismos medios– que
los auspiciados por la corona española hace 500 años.
En América Latina la “cohesión social” es una quimera. En muchos países
no hay estado, ni finanzas públicas, ni fuerzas sociales que le den un
contenido real. Para las mayorías sociales, la cohesión proclamada por el
gobierno de España, es sólo propaganda contra los movimientos de
autodeterminación de indígenas, pobres, pueblos y gobiernos frente a los
inversores estadounidenses, europeos y españoles. La política exterior de
España y sus multinacionales (Telefónica, Banco de Santander, FENOSA, Repsol
y otras), defensores formales de la “cohesión social”, arruinan a la pequeña
producción autóctona, fragmentan la sociedad, fuerzan las migraciones del
campo a la ciudad y a los países ricos y crean individuos asalariados,
solitarios y vulnerables ante los mercados globales de trabajo y de consumo.
La hipotética cohesión social del PSOE para los países en desarrollo tiene
como condición el intercambiio desigual, la contaminación y la
desestructuración social.
Hoy, en Europa, la izquierda alterglobalizadora invoca la “cohesión
social” conseguida por los movimientos obreros revolucionarios del siglo XX
ya rota por la economía global, la competitividad y el individualismo.
Destruidas las redes comunitarias, la única sustancia de la “cohesión
social” es un gasto público en retroceso por el avance de la libre empresa,
las privatizaciones y el libre comercio. La “vía de desarrollo” de las
clases medias del primer mundo es el avance hacia la precariedad y la
inseguridad. Los políticos y sindicalistas alterglobalizadores recitan sus
letanias keynesianas al tiempo que admiten todas las exigencias del
neoliberalismo.
7. La regeneracion democratica y la fuerza de la crítica
Para realizar una crítica a la economía constituida en principio
regulador de las relaciones sociales es necesario romper la distancia entre
el ámbito de lo económico, el ámbito de lo político y el ámbito de lo ético.
La crítica debe contener, además de la dimensión teórica, una dimensión
política. Esta dimensión necesita apoyarse en una fuerza, un sujeto,
actuante en la sociedad. El problema no es tanto enunciar una y otra vez los
daños del capitalismo, como enunciar las dificultades que tenemos para
impedir su despliegue histórico. No se trata tanto de salir de la crisis
capitalista, como salir del capitalismo y sus crisis constitutivas.
La economía se presenta como parte de la naturaleza pero, al tiempo,
destruye la naturaleza, incluida la naturaleza humana. Para salir de esta
naturaleza desnaturalizada hay que hablar, no solo de cómo son las cosas
sino también de cómo deben ser. En la búsqueda de las formas de sociabilidad
ordenada, es necesario buscar también en nosotros mismos. Cada uno de
nosotros estamos dentro y no fuera del proceso analizado. Pero, no sólo como
parte de la solución, sino también como parte del problema.
Nuestra conciencia está subsumida en el ciclo de producción y
reproducción de la relación social capitalista. Esto significa que, después
de ser destructurada por los procesos de escisión, mediación, abstracción e
inversión del capitalismo, está reorganizada según su lógica de
individualismo, consumismo, machismo y competitividad y por lo tanto, no
tiene conciencia de su propio origen. Por eso, es necesario remontar el río
del pensamiento en el que nuestra conciencia piensa y se piensa a sí misma.
El mercado como principio constitutivo de las relaciones sociales,
aparece como el espacio de la máxima libertad para los individuos. Pero esto
es una tautología. Un orden en el que los individuos buscan maximizar su
interés sólo se realiza en el mercado que es, a su vez, el espacio en que
ese interés se realiza libremente. El mercado se presenta como el amanecer
de un nuevo orden de libertad y la historia como el progreso hacia ese
orden. Llegados aquí, la historia se culmina4. Si embargo, no es lo mismo
propiedad que apropiación. El fundamento de la propiedad es el uso y el
trabajo propio, pero la apropiación no tiene que ver con el uso y con el
trabajo, sino con la apropiación del trabajo ajeno y con el derecho. Lo que
legitima el derecho al uso, no es la necesidad de las personas sino las
leyes del mercado, es decir, la violencia del estado. Dicha violencia se
legitima por la escasa resistencia organizada, lo que tiene que ver con la
naturalización del mercado y del individuo individualista.
Eliminadas las economías planificadas que sometían la economía a la
política, el mercado aparece como el imperio de la democracia y frente a la
amenaza totalitaria. Una victoria abrumadora y sin retorno de la libertad5.
Ante la aparición de un nuevo enemigo, el terrorismo, como reacción
destructiva y autodestructiva al avance del mercado y a la ausencia de una
verdadera izquierda, se impone la consolidación y extensión del mundo libre.
Este avance, garantía de paz y prosperidad, se identifica con la
globalización del comercio, la libertad de inversiones de capital y la
neutralización de cualquier disidencia verdadera. Sin embargo, el mundo,
enteramente capitalista, resplandece de una triunfal calamidad.
Mercado y sociabilidad no son conceptos complementarios, sino
contrapuestos. A través del progreso tecnológico y la modernización
capitalista, el ser humano se aísla progresivamente. La globalización del
intercambio rentable es fundamental para ese aislamiento. El individuo
individualista sólo surge cuando rompe sus vínculos con la comunidad6. Con
la sociedad de mercado, el ser humano evoluciona hacia atrás desde un ser
genérico, tribal, gregario, a un individuo aislado que, como sujeto, se
relaciona sólo consigo mismo y mediante el dinero, se relaciona con los
demás como si fueran objetos.
Para la ciencia económica, no es la satisfacción de necesidades lo que
determina la escala de la producción, sino la escala de la producción lo que
determina las necesidades. La clase trabajadora se comporta como víctima del
capital y, al mismo tiempo, como agente dinamizador del mismo. Sin superar
la constitución del capitalismo dentro de nuestra propia conciencia, no
podremos sobreponernos a él en nuestra propia práctica. Para poder liberar a
alguien, la izquierda debe empezar por liberarse a sí misma. No habrá
crítica real sin desmontar la institución del capital en nuestra propia
conciencia y sin que dicha crítica, emancipada de los discursos de la
economía, se exprese políticamente mediante el movimiento popular
constituyente de las víctimas del mercado.
Vivimos en un mundo construido por nuestro trabajo y nuestros deseos, es
decir, en un mundo construido por nosotrxs mismxs. Sin embargo, aspectos
fundamentales de ese mundo están fuera de nuestro alcance (trabajo digno,
alimentos sanos y suficientes, vivienda, protección social, participación
política, creación cultural, igualdad entre hombres y mueres). Para crear
ese mundo han sido utilizadas, día a día, nuestra actividad y nuestras
aspiraciones. Pero, como demuestra nuestro malestar, ese mundo que se nos
impone no es el nuestro.
La falta de un empleo con el que construimos un mundo extraño y hostil,
supone un castigo añadido. Las personas, preparadas desde la infancia para
el trabajo asalariado, no lo encuentran en la cantidad y calidad necesaria.
La pérdida involuntaria de ese empleo prometido, conlleva un plus de
exclusión y una pérdida suplementaria de autonomía, pertenencia y
autoestima.
Los avances tecnológicos no nos han liberado de la lucha por la
supervivencia. En una sociedad desgarrada por el individualismo y la
competitividad, las personas estamos obligadas a crear constantemente un
mundo para nosotrxs mismxs. La existencia de múltiples mundos, a los que
pertenecemos ó podemos pertenecer, aparece como una muestra de libertad y
cosmopolitismo. Sin embargo, supone el extrañamiento de cualquier mundo
real. La posibilidad de tener muchos mundos equivale, de hecho, a no tener
ninguno. No tener un mundo significa no pertenecer. No pertenecer supone no
ser.
El individuo egoísta no solo vive escindido de los otros individuos, sino
también de la naturaleza y de sus condiciones materiales de vida. Esta
aislamiento le hace incapaz de tejer, con otros, el tejido de sus relaciones
sociales. Las personas, arrancadas de sus redes sociales, ven cómo las
potencias que les son propias (lenguaje, trabajo, deseo, cooperación) se
convierten en fuerzas ajenas y hostiles. Estas potencias, a pesar de estar
radicadas en sus propios cuerpos, son absorbidas por el capital para
someterles.
Los individuos de las clases dominantes, al haberlo creado a su imagen y
semejanza, identifican el mundo como suyo. Al desear pertenecer a ese mundo,
los excluidos, no sólo son propietarios de su exclusión, sino también del
deseo de producir el mundo ajeno y hostil que les excluye y después, a
sufrir un doble castigo por perderlo.
8. La regeneracion democratica y la critica de la fuerza: movimiento
antiglobalizacion y poder constituyente
La globalización capitalista, como modo de producción no solo económico
sino también político, ideológico y social, exige la constitución política y
posterior naturalización de un conjunto de instituciones: la economía, el
dinero, el trabajo asalariado, el individuo y el género. Se globaliza, sobre
todo, una economía cuyo producto por excelencia es el beneficio del capital.
La producción social de los bienes y servicios que necesita la gente tiene
su condición en la existencia de beneficios para lxs inversorxs.
Ante la pregunta: ¿puede, aquí y ahora, una minoría organizada y
comprometida con la intervención social, el estudio y la elaboración teórica
ser útil para romper este “cierre sistémico”? La respuesta solo puede ser
una: Si, puede.
Dicha minoría debe intentarlo de forma valerosa, pero también prudente y
reflexiva sin garantías acerca del resultado. Los crímenes contra la
humanidad y la disolución de la naturaleza humana, así lo exigen. En
condiciones de movilización defensiva de mucha gente, aparecen nuevas
experiencias y formas de comunicación entre las multitudes, quedando al
descubierto los infiltrados del poder.
El movimiento antiglobalización ha mostrado, con sus discursos y sus
movilizaciones durante casi dos años, la posibilidad de ser un obstáculo
para la globalización y una herramienta para la neutralización de la
izquierda cómplice, aunque no para la reconstrucción de la izquierda
anticapitalista. Cuando se agrieta el espeso muro de la vida cotidiana,
reglada por el tiempo de la producción y el consumo de mercancías, surgen
tumultuosas la subjetividad y las necesidades aplastadas por el orden
mercantil. También surgen las estrategias de control y destrucción del
movimiento por parte de la izquierda alterglobalizadora. Este ha sido el
caso del “Movimiento contra la Globalización, la Europa del Capital y la
Guerra” que, dinamizado por redes anticapitalistas autónomas entre Junio de
2001 y Abril de 2003, obligó a la izquierda institucional a apoyarlo (huelga
general convocada por CCOO y UGT el 20-J-2002 y “No a la Guerra” defendido
por el PSOE en la primavera preelectoral de 2003).
Entre Enero y Mayo del año 2003, la opinión pública española, se expresó,
en las encuestas y en las calles contra la política belicista del gobierno
del Partido Popular. En las movilizaciones intervinieron más de seis
millones de personas. Sin embargo, las consecuencias políticas de esta
confrontación social contra el gobierno del PP han sido, hasta hoy, ambiguas
y contradictorias.
Es necesario interrogarse sobre la incapacidad de esta gran movilización
para lograr sus fines y para contribuir a la reconstrucción de la izquierda
anticapitalista. ¿Por qué no conseguimos que el gobierno diera marcha atrás?
¿por qué las redes del Movimiento contra la Globalización, la Europa del
Capital y la Guerra (M.A.G.) no continuaron las movilizaciones una vez que
el bloque socialdemócrata decidiera cortarlas en Abril de 2003? ¿por qué la
oleada social contra la política del PP no originó, dos meses después del
cese de las movilizaciones, en las elecciones municipales y autonómicas del
25 de Junio de 2003, el desplome electoral de dicho partido y
simétricamente, por qué no se produjo un aumento espectacular de los votos
al PSOE e IU como referentes político – institucionales del movimiento
contra la guerra? ¿qué papel han tenido en estas protestas, tanto las redes
sociales del M.A.G., como la izquierda parlamentaria y los grandes
sindicatos?
¿Por qué un año después, en las elecciones generales del 14 de Marzo y en
las del Parlamento Europeo del 13 de Junio de 2004, el PP, a pesar de sus
maquinaciones para ocultar la relación entre el atentado de Madrid del 11 de
Marzo y la participación de España en la guerra, ha perdido menos del 5% de
sus votos? ¿Por qué cuatro años después, el 9-III-2008 aumentan tanto el PP
como el PSOE, llegando a controlar el 84% de los votos y el 92% de los
escaños desplomándose las alternativas políticas con un mínimo contenido
crítico? ¿Cómo se explica que se haya implantado un estado de excepción
encubierto en Euskadi vulnerando todo tipo de derechos y libertades sin que
haya la menor respuesta política y social, más allá de las cínicas proclamas
de la autooposición del PSOE en los MMSS?
A partir del 2003 se produjo un vacío de referente autónomo para los MMSS
ya desarticulados por la “unidad de la izquierda” en torno al PSOE y sus
numerosas agencias7. Sin embargo, dicho control es un tigre de papel. Un
tigre, porque ha sido capaz de liquidar el Movimiento Antiglobalización, de
efímera vida (I-2001 a IV-2003), ultimo brote de poder constituyente en
Europa Occidental después de Mayo del 68, la revolución portuguesa de 1974 y
la transición política española. De papel, porque lo que el poder no puede,
ni podrá conseguir, es disolver los daños materiales, ecológicos y morales
que causa la economía global.
El diálogo, la participación política y la movilización social como modos
para la organización y expresión de los sujetos sociales explotados y
sujetados, forman parte de la solución para una vida digna, justa y
pacífica. El capitalismo global, el libre comercio, la libertad de empresa y
su máscara parlamentaria, forman parte del problema. La izquierda
capitalista y su versión alterglobalizadora dentro de los movimientos
sociales forman más parte del problema que de la solución.
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Notas:
1 “Individuo y Orden Social. La emergencia del individuo y la transición
a la sociología”. Andrés Bilbao. Ed. Sequitur y CAES 2007.
2 “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
Naciones”. Adam Smith, 1776. Ed. Fondo de Cultura Económica. 1992.
3 “La política” Cap I. Origen del Estado y de la Sociedad. Aristóteles.
Espasa Calpe 1982.
4 “El Accidente de Trabajo”. Andrés Bilbao Ed. S. XXI 1994.
5 “Léxico de Economía”. Andrés Bilbao. Ed. Talasa 1993.
6 “Elementos Fundamentales de la Crítica a la Economía Política”. (“Grundrisse”).
Volumen II. Karl Marx. Ed. Siglo XXI 1992.
7 “El Movimiento Antiglobalización en su laberinto. Entre la nube de
mosquitos y la izquierda parlamentaria”. VVAA. Ed. Catarata y CAES, 2003.
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