Desde finales de los 1940 hasta finales de los 1980 comunistas y
socialistas representaban la mitad del electorado: ahora sus 100
parlamentarios –al igual que los de los ambientalistas y los laicos– acaban de
ser borrados del Parlamento y esos partidos han perdido, con ellos, su fuente
de ingreso principal y su posibilidad de acceso a los medios televisivos.
Francisco I, derrotado y prisionero, exclamó “todo se ha perdido, menos el
honor”. No es el caso de esta izquierda, que con sus posiciones perdió también
su ideología y sus principios junto con su credibilidad. En efecto, al igual
que el Partido Comunista Italiano de Togliatti y de sus seguidores y epígonos,
esa izquierda que pretendía refundar el comunismo en Italia tenía una idea del
partido verticalista, decisionista, antidemocrática y se consideraba
vanguardia obrera por definición. Y tal como el viejo PCI, era estrechamente
nacional y nacionalista y creía que el campo de la política estaba constituido
por las instituciones estatales y que la lucha política consistía
principalmente en maniobrar y negociar en el Parlamento, aceptando totalmente
el marco de lo “posible”, o sea, el del capitalismo al cual, a lo sumo, se
debía retocar sus “excesos”. Para Bertinotti, el líder de Rifondazione
Comunista, por ejemplo, y para sus aliados y seguidores, la lucha se daba en
el Parlamento y en la televisión, acompañándola cada tanto con una
manifestación espectacular, para presionar un poco más. Los obreros, ya
conquistados, seguirían...
Este abandono de los principios y del terreno real de la lucha de clases
impidió una salida por la izquierda de la crisis del capitalismo en Italia y
allanó el camino a una revolución conservadora, lo contrario de una
revolución. La izquierda eligió el palacio y dejó así la plaza, las calles, al
fascismo, a los xenófobos racistas. Pasó la idea de que existía una “clase
política”, de que todos los políticos eran iguales, eran zánganos que vivían a
costa de los trabajadores. El abandono durante décadas de la educación en una
visión de clase llevó a una buena parte de los obreros, que antes votaban con
voto rojo, a ver como su enemigo no al patrón capitalista sino al emigrante
que vive junto a ellos, en el territorio, y que supuestamente amenaza su
trabajo. La izquierda perdió 3 millones de sufragios con respecto a las
elecciones de hace dos años y esos votos pasaron o a los neoliberales del
Partido Democrático, a la abstención o a la Liga Norte, xenófoba y
separatista. La idea estalinista de que había que unirse con la “burguesía
democrática” (Prodi) para impedir el triunfo de Berlusconi y tener ministros
“socialistas” en el gabinete burgués, para conseguir algunas mejoras sociales,
llevó a esos ministros a aplicar medidas burguesas reaccionarias y condujo al
desprestigio del gobierno Prodi y al triunfo aplastante de Berlusconi, ya sin
una izquierda que lo contrarrestase apoyándose en las luchas sociales. Porque,
si la izquierda aplicaba la política de Prodi, ¿por qué votarla? Y si era
igual al Partido Democrático, que tiene a Bill Clinton como modelo, ¿por qué
no votar directamente a éste? Así desaparecieron del Parlamento los
socialistas y los comunistas, pero sin conservar sus bases en los movimientos
y en la sociedad. Algunos de los mariscales que prepararon y dirigieron esta
derrota histórica hablan ahora de refundar la refundación del comunismo. Pero
ni son capaces de hacerlo (lo habrían hecho antes, si hubiesen sido
revolucionarios) ni tienen edad para esa tarea, ni tienen, sobre todo,
credibilidad, porque para volver a las puertas de las fábricas hay que tener
un público obrero al menos interesado, mientras que ahora los trabajadores
votan por la Liga y no creen en ellos; es más, los desprecian y los consideran
oportunistas que tratan de reconquistar desde el llano las posiciones
privilegiadas que perdieron por haberse olvidado de lo esencial: el Parlamento
sólo sirve para ayudar a cambiar la relación de fuerzas en lo social y para
organizar las fuerzas y el pensamiento socialista, y no es el centro de la
vida política ni la palanca para el cambio social.
Berlusconi, representante del sector aventurero y mafioso del capital, un
lumpenburgués, ha formado un bloque con el Vaticano dirigido por un Papa que
fue miembro de la juventud hitlerista, pero también con los fascistas, que
aprovechan la protesta reaccionaria de la pequeñoburguesía urbana, y con la
Liga del Norte, que tiene una fuerte base obrera y campesina atrasada pero que
le puede crear problemas. Esa alianza entre sectores plebeyos y capitalistas
tiene grietas potenciales.
Para hacer resucitar de sus cenizas una izquierda creíble, en un momento en
que la crisis mundial y la pasividad de los trabajadores chinos ante la
construcción de una potencia capitalista a cualquier costo amenazan con nuevas
desgracias a los trabajadores italianos y de los demás países
industrializados, lo primero sería una autocrítica, que ninguno ha hecho.
Después, explicar cuál es la fase actual mundial y a qué habrá que
enfrentarse. Al mismo tiempo, asumir la defensa y la organización, en el
territorio, en las fábricas, en los centros de estudio, de los trabajadores
sin contrato, precarios, de los maestros y trabajadores técnicos mal pagados,
de los emigrantes, enfrentando el egoísmo, el racismo e incluso el
corporativismo de los sindicatos que, al haber perdido con la izquierda sus
interlocutores en el aparato estatal, recurrirán a los neoliberales.
Desaparecida en la televisión y en el aparato del Estado, la izquierda debe
reaparecer en la sociedad, so pena de desaparecer definitivamente.