Hace poco, cuando el vicepresidente Dick Cheney fue consultado por la
corresponsal de ABC News Martha Raddatz acerca de encuestas que demostraban
que una abrumadora mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos se oponían a
la guerra en Irak, éste respondió: "¿Y qué?".
Raddatz insistió: "¿No le preocupa lo que piensa el pueblo de Estados
Unidos?".
"No", respondió Cheney. "No puede cambiarse el curso de una política
debido a las fluctuaciones en las encuestas de opinión pública", explicó.
Después, la vocera de la Casa Blanca Dana Perino recordó que el pueblo de
Estados Unidos decide el curso de su política "cada cuatro años. Y esa es la
manera en que se ha establecido en nuestro sistema".
Eso es correcto. Cada cuatro años, Estados Unidos puede elegir entre
candidatos cuyos puntos de vista rechaza, y luego debe callarse la boca.
Pero como el pueblo no entiende bien esa teoría de la democracia, suele
expresar su desacuerdo con vigor.
"Un 81% de los entrevistados dicen que cuando adopta una ‘decisión
importante’, los líderes deben prestar atención a las encuestas de opinión
pública", señala el Programa de Actitudes Políticas Internacionales (PIPA,
por sus siglas en inglés), con sede en Washington.
Y cuando se les preguntó "si creen que ‘las elecciones son el único
momento en que los puntos de vista del pueblo deben tener algún tipo de
influencia’, un extraordinario 94% dijo que los líderes del Gobierno deben
prestar atención a los puntos de vista del pueblo entre una y otra
elección".
La misma encuesta reveló que el público tiene escasas ilusiones acerca de
cuánto valen sus deseos. Un 80% dijo que "este país está controlado por
escasos intereses de gran magnitud que sólo se preocupan por sí mismos", y
no "por el bienestar del pueblo".
Con su desprecio sin límites por la opinión pública, el Gobierno de
George W. Bush ha estado en el extremo aventurero y radical nacionalista del
espectro político. Es posible que un candidato demócrata vire más hacia el
centro. Sin embargo, el espectro es angosto.
Las declaraciones y registros de Hillary Clinton y Barack Obama hacen
difícil esperar cambios significativos en la política hacia el Medio
Oriente.
¿Retirada? Ni hablar
Ninguno de los candidatos demócratas ha expresado una objeción de
principio a la invasión de Irak, como ocurrió cuando los rusos invadieron
Afganistán, o cuando Saddam Husein invadió Kuwait. Una condena en el sentido
de que la agresión es un crimen, "el crimen supremo a nivel internacional",
como lo determinó el Tribunal de Nuremberg.
A lo más criticaron "un error garrafal a nivel estratégico" (Obama), o la
participación en "otra guerra civil, una guerra que no se puede ganar" (Clinton).
Se critica la guerra en Irak en base al costo y al fracaso, una posición
considerada pragmática, sobria, moderada. Lo que se dice habitualmente
cuando se trata de crímenes cometidos por Occidente.
Las intenciones del Gobierno de Bush y posiblemente del senador John
McCain fueron subrayadas en una declaración de principios divulgada por la
Casa Blanca en noviembre de 2007.
Se trata de un acuerdo entre Bush y el Primer Ministro iraquí, Nuri Al
Maliki, que permite a las fuerzas de EEUU continuar allí de manera
indefinida "para frenar la agresión extranjera" y por razones de seguridad
interna. Aunque no sea, por cierto, la seguridad interna de un Gobierno que
rechace la dominación de Estados Unidos.
La declaración también exige a Irak facilitar y alentar "el flujo de
inversiones extranjeras, especialmente norteamericanas". Una expresión
inusitadamente descarada de voluntad imperial.
En resumidas cuentas, Irak continuará siendo un Estado cliente, aceptará
instalaciones militares permanentes de EEUU y asegurará a los inversionistas
acceso a sus grandes recursos petroleros. Una declaración razonablemente
clara de los objetivos de la invasión, que eran evidentes para todos
aquellos no cegados por la doctrina oficial.
¿Cuáles son las alternativas? Fueron expuestas en marzo de 2007, cuando
la Cámara de Representantes y el Senado aprobaron propuestas de los
demócratas estableciendo fechas de retirada. El general retirado Kevin Ryan,
profesor de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, analizó
las propuestas en el diario "The Boston Globe".
Éstas permiten al Presidente anular las restricciones en nombre de la
"seguridad nacional", lo que, según Ryan, deja la puerta muy abierta, pues
se permite a los soldados quedarse en Irak "en tanto y en cuanto realicen
tres misiones específicas: proteger las instalaciones de Estados Unidos, sus
ciudadanos o fuerzas; combatir terroristas de Al Qaeda o internacionales, y
adiestrar a fuerzas de seguridad iraquíes".
Entre dichas instalaciones figuran las grandes bases militares
norteamericanas y la Embajada de Estados Unidos, una ciudad dentro de una
ciudad, que no se parece a ninguna otra sede diplomática en el mundo.
"Las propuestas consisten en dar una nueva misión a nuestras tropas. Tal
vez se trate de una buena estrategia, pero esto no es una retirada", dice
Ryan. Y es difícil ver mucha diferencia entre las propuestas hechas por los
demócratas aquel 7 de marzo y las ideas de Obama o de Clinton.
Objetivo Irán
En relación a Irán, Obama es considerado más moderado que Clinton, y su
lema principal es "cambio". Por lo tanto, nos concentraremos en sus planes.
El senador pide una mayor disposición a negociar con Irán, pero dentro de
las restricciones habituales.
Dice que podrían "ofrecerse incentivos económicos y una posible promesa
de no buscar ‘cambio de régimen’ si Irán cesa de entrometerse en Irak y
coopera en tópicos de terrorismo y en asuntos nucleares", y si cesa de
"actuar de manera irresponsable" al respaldar a grupos militantes chiitas en
Irak.
Algunas obvias cuestiones vienen a la mente. ¿Cómo reaccionaríamos
nosotros si el Presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, prometiera "no buscar
cambio de régimen" en Israel a cambio de que ese Estado cesara sus
actividades ilegales en los territorios ocupados a los palestinos?
El enfoque moderado de Obama se acomoda a la opinión pública. Como los
otros candidatos viables, Obama ha insistido que EEUU debe amenazar con
atacar a Irán. La frase estándar es "debemos mantener todas las opciones
abiertas". Eso, por cierto, es una violación de la carta de las Naciones
Unidas, por si a alguien le preocupa saberlo. Pero una gran mayoría de
estadounidenses ha expresado su desacuerdo.
Un 75% está en favor de mejores relaciones con Irán, y apenas un 22%
propicia "amenazas implícitas", de acuerdo al PIPA. Por lo tanto, todos los
precandidatos presidenciales se oponen a unas tres cuartas partes de la
opinión pública en este asunto.
La opinión de norteamericanos e iraníes sobre la política nuclear ha sido
estudiada con cuidado. En ambos países, una gran mayoría señala que Irán
tiene el mismo derecho de cualquier otro firmante del Tratado de No
Proliferación: desarrollar energía atómica, pero no armas nucleares.
Una mayoría similar está a favor de establecer una "zona libre de armas
nucleares en el Medio Oriente que incluiría a los países islámicos e
Israel". Y más de un 80% de los norteamericanos entrevistados respaldan la
eliminación total de las armas atómicas, algo que rechaza el Gobierno de
Bush.
Seguramente los iraníes están de acuerdo con los norteamericanos que
Washington debe poner fin a sus amenazas militares e iniciar relaciones
diplomáticas normales.
En un foro en Washington, luego que fueron divulgadas las encuestas del
PIPA, Joseph Cirincione, vicepresidente para Seguridad Nacional y Política
Internacional del Centro por el Progreso de Estados Unidos (y asesor de
Obama), dijo que las encuestas demostraban "el sentido común de los pueblos
de Estados Unidos y de Irán, que es capaz de situarse por encima de la
retórica de sus líderes y encontrar soluciones de sentido común para algunas
de las cuestiones más cruciales" para ambas naciones.
Aunque carecemos de registros internos, existen razones para suponer que
el Pentágono se opone a un ataque contra Irán. La reciente renuncia del
almirante William Fallon como jefe del Comando Central responsable de las
tropas en el Medio Oriente , fue interpretada como señal de su oposición a
un ataque, y es posible que ello sea compartido por el comando militar en su
conjunto. Y la Estimación de Inteligencia Nacional de diciembre de 2007,
informando que Irán frenó su programa de armas nucleares en 2003, tal vez
refleje la oposición de la comunidad de inteligencia a la acción militar.
Hay muchas incertidumbres. Pero es difícil ver señales concretas de que
un Presidente demócrata pueda mejorar la situación, o que su política
refleje la opinión pública de los estadounidenses o del resto del mundo.
Israel - Palestina
Tampoco en la cuestión entre Israel y Palestina los candidatos han
ofrecido esperanzas de algún cambio constructivo.
En su portal en internet, Obama señala que "respalda con vigor la
relación de Estados Unidos con Israel" y cree que "nuestro primer e
innegable compromiso debe ser con la seguridad de Israel, el aliado más
vigoroso de Estados Unidos en Medio Oriente".
Resulta claro que son los palestinos quienes enfrentan el problema de
seguridad más grave. De hecho, un problema de supervivencia. Pero los
palestinos no son un "vigoroso aliado" de EEUU.
Y, en la mejor de las circunstancias, serían un aliado muy débil, por lo
que sus aflicciones merecen escasa preocupación, según el principio
operativo de que los derechos humanos son en buena parte decididos por
contribuciones al poder, a las ganancias y a las necesidades ideológicas.
Obama se presenta como un súper halcón con respecto a Israel. "Él cree
que el derecho de Israel a existir como un Estado judío jamás debe ser
puesto en entredicho", dice su programa. Pero en ningún momento ha dicho que
el derecho de los países a existir como Estados musulmanes (o cristianos, o
blancos) "jamás debe ser puesto en entredicho".
Obama pide un aumento de la ayuda exterior "para asegurar que se
satisfagan las prioridades de financiamiento" a Israel. E insiste en que
Estados Unidos no debe "reconocer a Hamas a menos que renuncie a su misión
fundamental de eliminar a Israel".
Ningún Estado puede reconocer a Hamas, que es un partido político. Tal
vez se refiera al Gobierno que formó Hamas luego de elecciones libres, cuyos
resultados no fueron los esperados, y por lo tanto resultan ilegítimos,
siguiendo el criterio de "democracia" que prevalece en la elite.
También se considera irrelevante que Hamas haya pedido en numerosas
ocasiones un acuerdo de dos Estados, acatando el consenso internacional,
algo rechazado por Estados Unidos e Israel.
El candidato tampoco ignora a los palestinos. "Obama cree que una mejor
vida para las familias palestinas es buena tanto para los israelíes como
para los palestinos". Y añade una alusión a dos Estados viviendo lado a lado
de manera pacífica; una alusión lo bastante vaga para que los halcones de
Estados Unidos e Israel la acepten sin problemas.
En cuanto a los palestinos, tienen ahora dos opciones. Una es que Estados
Unidos e Israel acepten el consenso internacional de dos Estados, de acuerdo
a la ley internacional.
Una segunda posibilidad es una que ya están implementando: consignar a
los palestinos a su prisión en Gaza y a sus cantones en la Cisjordania,
separados por asentamientos judíos y grandes proyectos de infraestructura,
mientras Israel se apodera del valle del río Jordán.
Pero las circunstancias podrían cambiar, y quizá los candidatos junto con
ellas, para beneficio de Estados Unidos y de la región. La opinión pública
no puede quedar para siempre marginada e ignorada.
Tal vez el poder económico interno que en buena parte modela la política
reconozca que sus intereses son mejor servidos si se acata la opinión del
público, y del resto del mundo, en lugar de seguir aceptando la línea dura
de Washington.
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