(IAR Noticias) 01-Abril-08
Si el objetivo de los fundamentalistas que rodean al Presidente es
atomizar a Bolivia, los errores políticos del decreto que enfureció a sectores
del aparato agroindustrial adquieren coherencia.
Por Andrés Soliz Rada
- La Haine
E s obvio que tres connotados
exportadores de oleaginosas: Branco Marinkovic (quien es, además, terrateniente
y Presidente del Comité pro Santa Cruz), la corporación estadounidense Archer
Daniel Midland y el Grupo Romero no podían seguir obteniendo descomunales
utilidades por la exportación de soya a precios internacionales y, al mismo
tiempo, pretender que los consumidores internos paguen idénticos montos, con lo
que acrecientan los índices inflacionarios.
Sostener que “esas son las reglas del mercado” es falso, ya que los citados
magnates tienen diesel subvencionado por el pueblo boliviano, cuyo precio es
calculado en relación al costo interno del barril de petróleo, 27 dólares, en
tanto la cotización mundial ha trepado a 110 dólares.
Lo lamentable es que en el enfrentamiento entre Evo Morales, quien ganó los
comicios de diciembre del 2005 con el 54 % de apoyo ciudadano, y Branco,
designado por grupos corporativos, este último ha logrado desinformar a la
ciudadanía, debido a la confusa redacción de la disposición legal pertinente que
no explica la necesidad de obligar a los productores a abastecer el mercado
interno con precios inferiores a los de exportación, a fin de compensar el
enorme subsidio que reciben por el precio del diesel. La deficiencia permitió a
Branco y sus amigos acusar al Presidente de poner en riesgo los mercados de
exportación de alimentos trabajosamente conquistados.
El segundo error consistió en mezclar la prohibición de exportar soya y sus
derivados con otros productos (carne de res, pollo, trigo, harina de trigo, maíz
y arroz), lo que estructuró un bloque opositor muy amplio. El tercero, en
afirmar en la disposición legal que el dirigente cívico y sus colegas habían
exportado 365.793 toneladas de aceites comestibles de soya y girasol en los dos
primeros meses del año, para luego admitir que esas ventas sólo llegaron a
54.000 toneladas.
De manera paralela, el oficialismo recibió el apoyo de entidades sociales del
Occidente, las que demandan la nacionalización de todas las industrias de
alimentos del país, lo que ayudó a sus adversarios a conseguir el respaldo de
sectores campesinos indecisos. Y todo esto cuando faltan pocas semanas para un
arbitrario e ilegal referéndum autonómico de Santa Cruz, que podrían culminar
con la escisión de Bolivia.
La miopía política continúa perjudicando al régimen actual. La pérdida de apoyo
de las capas medias se aceleró con la decisión de eliminar la palabra República
en la nueva Constitución Política, a fin de dar paso a un Estado integrado por
36 naciones indígenas, como lo propuso el hoy Vicepresidente Alvaro García
Linera, quien dijo, el 4-XI-01: “Queremos dividir algo que ya está dividido”
(Semanario “La Época” de La Paz), sin tomar en cuenta que el principal deber de
un gobernante es avanzar en la unidad del país en lugar de contribuir a
despedazarlo.
Convengamos entonces que si el objetivo de los fundamentalistas que rodean al
Presidente es atomizar a Bolivia, para lo que cuentan con gran apoyo de las ONGs,
los errores políticos del decreto que enfureció a sectores del aparato
agroindustrial adquieren coherencia. Lo anterior reitera la lamentable
coincidencia entre partidarios del indigenismo a ultranza y las radicales
invocaciones al separatismo que hacen las oligarquías de la denominada “media
luna” (Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando), para alegría de las transnacionales
mineras y petroleras que campean en Bolivia y en los países vecinos.
Si el MAS no recupera a las capas medias, lo cual pasa por unir al país frente a
las naciones opresoras, en lugar de fraccionarlo con consignas de cuotas
étnicas, el país habrá perdido la posibilidad de encauzar un proceso liberador
en el que cifró grandes esperanzas.
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