Si Ben Bernanke logra evitar que el sistema financiero se derrumbe,
se lo elogiará -y con toda razón- por sus heroicos esfuerzos. Sin embargo, lo
que deberíamos preguntarnos es: ¿cómo llegamos aquí? ¿Por qué los economistas
de modales suaves tienen que convertirse en superhéroes?
Por Paul Krugman (*)
- Clarín
La respuesta es que estamos pagando el precio de la amnesia deliberada.
Elegimos olvidar lo que pasó en la década de 1930 y, al negarnos a aprender de
la historia, la estamos repitiendo.
Al contrario de lo que suele creerse, la crisis del mercado bursátil de 1929
no fue el momento definitorio de la Gran Depresión. Lo que convirtió una
recesión común en una depresión que amenazó con devastar la civilización fue
la ola de corridas bancarias que asoló a EE.UU. en 1930 y 1931.
La crisis bancaria del 30 demostró que, sin regulación, los mercados
financieros pueden experimentar fracasos catastróficos con facilidad. Pero nos
olvidamos de esa lección. Entonces para entender el problema hay que pensar
qué hacen los bancos. Ellos existen porque contribuyen a reconciliar los
deseos opuestos de ahorristas y prestatarios. Los ahorristas quieren libre
acceso a su dinero. Los prestamistas no quieren arriesgarse a repentinas
exigencias de reembolso. Por lo general, los bancos satisfacen ambos deseos.
La razón es porque los retiros y los nuevos depósitos suelen estar parejos.
En ocasiones, sin embargo -sobre la base de un mero rumor-, los bancos
enfrentan corridas en las que mucha gente trata de retirar su dinero al mismo
tiempo. Para colmo de males, las corridas bancarias pueden ser contagiosas de
banco en banco. Por eso puede haber consecuencias económicas más amplias: a
medida que los bancos que sobreviven tratan de reunir efectivo mediante la
toma de préstamos, puede generarse un círculo vicioso en el que las corridas
bancarias ocasionan una contracción crediticia que puede derivar en más
derrumbes empresarios. Eso, en resumen, fue lo que pasó en 1930-1931 y
convirtió la Gran Depresión en catástrofe. Por eso el Congreso trató de
asegurarse de que nunca volviera a suceder y creó un sistema de regulaciones y
garantías que proporcionara una red de seguridad. Así fue que vivimos felices
durante un tiempo, pero no para siempre.
A Wall Street le molestaban las regulaciones que limitaban el riesgo y las
ganancias. Poco a poco, se fue liberando y creando un "sistema bancario
paralelo" que eludía las regulaciones.
A medida que pasaban los años, el sistema bancario paralelo avanzó cada vez
más sobre el sector bancario debido a que los actores no regulados de ese
sistema parecían ofrecer mejores posibilidades que los bancos convencionales.
Mientras tanto, se minimizaba o se calificaba de anticuados a los que
manifestaban su preocupación por el hecho de que ese intrépido nuevo mundo de
las finanzas carecía de una red de seguridad. Pero en realidad estábamos de
fiesta como en 1929, y ahora llegó 1930.
La crisis financiera actual es básicamente una versión actualizada de aquellas
corridas bancarias. La gente no saca el dinero de los bancos para guardarlo en
el colchón, sino que lo coloca en letras del Tesoro. El resultado: la
contracción financiera. Bernanke hace todo lo que pueden para ponerle fin. Si
no lo logra viviremos malos años; no otra Gran Depresión, pero seguramente la
caída más profunda de las últimas décadas. Pero si Bernanke tiene éxito, esa
no es forma de dirigir una economía. Es hora de aprender de nuevo las
lecciones del 30 y de volver a poner el sistema financiero bajo control.
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(*)Economista y profesor del MIT
Traducción: Joaquín Ibarburu