James Petras, uno de los más fecundos pensadores
revolucionarios de hoy, examina la evolución de la situación política
boliviana, la política real que sigue Evo y la crisis por la que pasan los
movimientos sociales y populares. En su análisis, Petras toma como
referencia e insumos a varios trabajos de la agencia independiente
Econoticiasbolivia
Por James Petras - econoticiasbolivia
D
urante dos años y medio (2005-2008), Bolivia pasó de un período
insurreccional, en el que los movimientos sociales revolucionarios dominaron y
definieron las prioridades políticas, a un período en el que la extrema
derecha ha lanzado una ofensiva política importante que ha desarticulado la
Asamblea Constituyente, ha dominado el gobierno y las calles en seis de las
nueve provincias y ha forzando al partido MAS, de centro-izquierda, a una
lamentable retirada de casi todos sus compromisos electorales socioeconómicos.
El cambio brusco y profundo en la correlación de fuerzas entre los movimientos
sociales y la oligarquía es, en gran medida, perceptible en las políticas y
prácticas del gobierno de centro-izquierda del presidente Evo Morales y su
vicepresidente García Linera. El paso de la derecha de ser una fuerza
marginada, asustada y derrotada a una potente, agresiva y avanzada máquina
política, fue el resultado, en gran parte, de varias políticas decisivas y
contraproducentes impuestas por Evo Morales y García Linera a los movimientos
sociales por medio de sus instrumentos sociopolíticos.
En primer lugar, el gobierno del MAS logró canalizar las políticas a través de
instituciones del Estado, a saber, las ramas electorales, parlamentarias y
ejecutivas, socavando por tanto las tácticas de acción directa de los
movimientos sociales, su instrumento más efectivo de la influencia política.
En segundo lugar, el equipo Morales-García Linera definió y distorsionó
radicalmente varias de las demandas políticas y socioeconómicas populares
principales a fin de acomodarse a los intereses de la oligarquía y del capital
extranjero. Los pactos y acuerdos formales entre el gobierno y la oligarquía
llevaron directamente a la rápida reconstrucción de la extrema derecha y a la
desmovilización y debilitamiento estratégico de los movimientos sociales.
Estos cambios políticos radicales pueden resumirse brevemente.
Asamblea Constituyente: del poder popular al revanchismo oligárquico
Una de las demandas políticas fundamentales de los movimientos sociales
revolucionarios durante el período insurreccional (febrero de 2003 a junio de
2005) fue la convocatoria de una Asamblea Constituyente cuyos miembros
provendrían de la elección directa de representantes de los movimientos
sociales, comunidades indias y pobres rurales y urbanos. Morales y García
Linera pervirtieron totalmente esta demanda. En un acuerdo formal con los
desacreditados jefes de los partidos oligárquicos, el presidente y el
vicepresidente organizaron elecciones basadas en las entidades territoriales
existentes, en las que los partidos de extrema derecha se aseguraron la
representación amplia necesaria para bloquear cualquier cambio radical a
través de sus potentes máquinas de patrocinio y el control sobre el 90% de los
medios de comunicación de masas. En las negociaciones previas a la
constitución de la Asamblea, Morales y García Linera aceptaron una cláusula de
votación de la oligarquía según la cual eran necesarios dos tercios de los
votos para aprobar cualquier artículo de la Constitución. Más tarde, cuando la
derecha entró en la Asamblea en número suficiente para bloquear todos y cada
uno de los cambios sustanciales, o incluso las reformas de procedimiento,
Morales y García Linera intentaron introducir una norma de mayoría simple pero
fueron incapaces incluso de afectar el funcionamiento de la Asamblea. Después
de casi un año y medio de parálisis, no se aprobó un solo artículo sustancial;
los movimientos sociales habían perdido todas sus esperanzas en la
«refundación del Estado» y en la posibilidad de alcanzar cambios sociales
significativos. La derecha utilizó la situación disfuncional de la Asamblea
para organizar manifestaciones callejeras de masas y establecer «redes
cívicas» potentes, dominadas por los oligarcas separatistas y sus fuerzas
paramilitares, a fin de promover un programa en gran parte de derechas.
El vicepresidente García Linera reconoció, efectivamente, la debacle total de
la Asamblea Constituyente y convocó una conferencia pluripartidista con
participación del partido Movimiento al Socialismo (MAS) y todos los partidos
de extrema derecha, empresarios y oligarcas, a fin de resolver sus
diferencias. En otras palabras, Morales y García Linera pasaron de un pacto
político fallido con la oligarquía a otro con los mismos resultados
desastrosos.
Como era de esperar, la oligarquía y la derecha consideraron la marginación de
la Asamblea como una victoria y utilizaron el nuevo formato para impulsar su
programa aún más agresivamente y exigir, en la práctica, la rendición total en
todos los asuntos principales relativos a la agroindustria; la ocupación
ilegal de tierras públicas; el separatismo (calificado de autonomía), que
incluye el control provincial (departamental) total sobre los ingresos por
impuestos y regalías, y un mayor control provincial (departamental) de las
políticas sociales y económicas. La propuesta pluripartidista llevó
rápidamente a un fin innoble, como la Asamblea Constituyente antes de ella,
pero no sin antes reforzar aún más a la derecha, desmoralizar las clases
populares y demostrar la quiebra de las políticas de Morales y García Linera
de pactos políticos con los partidos oligárquicos. Al carecer incluso de la
seguridad física más elemental en Sucre, la Asamblea Constituyente huyó
primero a una instalación militar y más tarde a Oruro donde fue protegida por
los mineros y aprobó una Constitución contradictoria y ambigua.
La nueva Constitución está sometida a la aprobación de los votantes en
referéndum. Las cláusulas principales son una mezcolanza de cláusulas
«centralista» y cláusulas «autónomas», que potencian el poder federal y
fragmentan potencialmente el país en unas 30 a 60 «naciones indias» y en
gobiernos regionalistas de derecha.
Declarando al mismo tiempo la intangibilidad de la propiedad privada, la
Constitución reivindica limitar la propiedad de la tierra a 25.000 acres por
persona, incluyendo la posibilidad de un cierto tipo de reforma agraria (la
mayoría de la cual sería invalidada mediante el procedimiento de poner la
tierra a nombre de los miembros de la familia ampliada.) La Constitución
reivindica la propiedad del Estado de todos los derechos del subsuelo sin por
ello denegar a todas las grandes empresas mineras, del gas y del petróleo
todas las reservas subterráneas en su cotización según el mercado de valores.
La Constitución refleja la ideología y las políticas profundamente
contradictorias del gobierno de Morales y García Linera, que proclama cambios
radicales pero aplica un programa liberal.
Ideología
En la base de estos desastrosos pactos políticos, tácticas y estrategias del
gobierno actual, se halla la ideología del capitalismo andino basada en la
idea de la protección de la propiedad privada (que incluye la élite de la
agroindustria, ese 1% de la población que posee el 80% de las tierras
fértiles), de empresas mixtas con multinacionales extranjeras que explotan los
grandes recursos naturales, y con campesinos indios de pequeña propiedad
basada en la comunidad.
Para sostener el proyecto económico capitalista, Morales y García Linera
necesitaban la colaboración y el apoyo de los partidos de derecha
oligárquicos, lo que condujo directamente a la firma de los tristemente
famosos y fatales pactos políticos que socavaron totalmente las actividades y
la dinámica de los movimientos sociales. El indigenismo y la retórica de la
defensa de las comunidades indias han sido recursos retóricos rituales en boca
de ambos líderes y desmentidos en la práctica, como demostraron concretamente
sus supuestos socios, con la destrucción de la disidencia en su reducto
económico de Santa Cruz.
Indigenismo
El segundo componente principal de la ideología de Morales y García Linera era
la autonomía política indígena y local. La ideología del indigenismo varía en
significado y uso según su exponente y propósito político. En Bolivia hoy
ambos líderes hablan de indigenismo con varios significados contradictorios y
confusos, en función del momento y lugar políticos. El énfasis principal se
pone en los derechos culturales y políticos: reconocimiento de la igualdad
legal, respeto de las normas culturales indias y sus prácticas jurídicas y
reconocimiento del derecho al autogobierno y la autonomía por parte de las 39
a 60 (dependiendo de las ONG y los antropólogos) naciones indias.
Morales y García Linera han puesto de relieve el carácter cultural y
democrático de su «revolución», negando cualquier pretexto para la
transformación de la propiedad y las relaciones sociales, la expropiación del
capital extranjero o los 25 millones de hectáreas en manos de la clase
dominante agroindustrial.
El reconocimiento de varias docenas de «naciones indias» implica la
fragmentación total de Bolivia en una cadena de mini estados insostenibles, si
se llegase a poner en práctica la ideología del indigenismo. Inútil decir que
los dos líderes no tienen ninguna intención de poner en práctica la
«autodeterminación» indígena, un concepto ideológico sin fundamento económico
y político prácticos. Sin una redistribución fundamental de la tierra, una
reforma agraria profunda que transfiera la tierra de los 100 clanes a 2
millones de indios sin tierra, lo que Morales y García Linera han rechazado
categóricamente, la población india no tiene ninguna base económica para
afirmar su autodeterminación.
Peor aún, el énfasis de la ideología indigenista de Morales y García Linera en
la autonomía local (de departamento y municipal), ha sido aprovechado por la
clase oligárquica de derechas que gobierna en seis departamentos (la media
luna) como pretexto para poner en marcha un movimiento de secesión, tanto de
jure como de facto, para hacerse cargo de la mayor parte de las regiones ricas
en minerales y energía de Bolivia. En respuesta, Morales y García Linera han
retrocedido y reafirmado la supremacía del gobierno central del Estado y su
control total sobre los ingresos de exportación, la autoridad civil y el poder
legislativo.
La ideología indigenista ha tenido poco o nada de impacto en el aumento de la
renta y la resolución de las desigualdades de propiedad, los contratos con las
sociedades multinacionales extranjeras, los gastos presupuestarios y los
ingresos. Las festividades religiosas indígenas han sido financiadas por el
Estado y la ideología indigenista ha dado una cierta legitimidad popular a la
clase política, básicamente mestiza, que predomina en el gobierno.
Nacionalización
La inmoralidad del gobierno del MAS y su traición a las esperanzas y
aspiraciones de los movimientos sociales revolucionarios y sus sacrificios
políticos se evidencia claramente en el abandono total, por parte del
gobierno, de la nacionalización de la energía y otros recursos materiales
primarios. No se ha nacionalizado ni un solo pozo petrolero ni un gaseoducto a
pesar de los chillidos de Morales asegurando que «nacionalización no equivale
a expropiación».
Por supuesto; la continuación de la propiedad y el control extranjeros en la
elaboración de las políticas no era expropiación, pero tampoco ha existido una
nacionalización en el sentido que todos expertos, economistas, políticos,
periodistas y académicos emplean este término.
Morales y García Linera simplemente aumentaron los pagos por royalties y los
impuestos a los niveles de la mayor parte de los países capitalistas
occidentales y muy por debajo de porcentajes que se aplican en Próximo
Oriente, Asia y partes de África. Peor aún, el ajuste de precios al alza en la
venta de gas a Brasil y Argentina estaban aún por debajo de los precios
mundiales en un porcentaje de por lo menos un tercio o la mitad. Después de
lograr lucrativos y provechosos contratos a largo plazo, Petrobras de Brasil y
Repsol de Argentina decidieron hacer nuevas inversiones de gran envergadura
para el aprovechamiento de recursos bolivianos. Es decir, que Morales y García
Linera ampliaron y profundizaron la desnacionalización de la economía a un
coste enorme para la clase trabajadora y los pobres de la ciudad y el campo,
que ven poco o nada de unos ingresos cada vez mayores.
De acuerdo con sus políticas favorables al capital extranjero, Morales y
García Linera firmaron un acuerdo con la multinacional india Jindal para
aprovechar una de las tres minas principales de hierro y manganeso de América
Latina. La cordillera de Mutún fue desnacionalizada, se privatizó y se liquidó
en condiciones sumamente favorables para sus nuevos dueños extranjeros. El
acuerdo propuesto de industrializar el mineral de hierro implica el
tratamiento mínimo del mineral en lingotes y tendría lugar después de que
Jindel recuperase su inversión inicial. Morales y García Linera han firmado
contratos con casi todas las multinacionales extractoras oligárquicas y
extranjeras existentes en Bolivia. Por otra parte, Bolivia ha incrementado su
dependencia del capital extranjero al aceptar la participación de nuevos
explotadores foráneos. A principios de 2008, cuarenta y dos empresas de gas y
petróleo de propiedad extranjera explotan los campos energéticos bolivianos.
A excepción de un par de operaciones muy marginales, el gobierno boliviano no
ha nacionalizado ni una sola mina, pozo petrolero o campo de gas de propiedad
extranjera. Pagaron un precio excesivo por dos refinerías propiedad de
Petrobras. Y lo que es peor, las condiciones de propiedad extranjera siguen
siendo tan desfavorables como siempre. En casi todos los casos el estado
boliviano aparece como socio minoritario, con poca influencia sobre las
decisiones de inversión, producción y comercialización. En segundo lugar, los
dueños extranjeros obtienen préstamos subvencionados del Estado boliviano, con
un porcentaje medio del 3%, para financiar gastos corrientes. En cambio, el
Estado boliviano pide préstamos al 8% al Banco Andino (Corporación Andina de
Fomento). Las empresas extranjeras reciben gas a precios subvencionados. El
gobierno boliviano no ha hecho cumplir o poner en práctica viejos o nuevos
acuerdos y no ha iniciado un sólo proyecto industrial de gran envergadura,
confirmando con ello la economía de estilo colonial de Bolivia.
La lista de multinacionales extractoras extranjeras con influencia dominante
en la economía boliviana incluye a Petrobras (Brasil), Repsol (España),
Transredes (Enron-Shell), Jindal (India), Total (Francia), British Gas, Apex
Silver (EE UU), Sumitomo (Japón), Ashmore (Gran Bretaña), British Petroleum y
docenas de otras empresas importantes, que siguieron ganando miles de millones
de dólares entre 2006 y 2008. En total, 42 multinacionales extranjeras dominan
las industrias del gas y el petróleo bolivianos, una de las cifras más altas
de todo el mundo.
Hay datos que confirman que el gobierno boliviano ha firmado más contratos de
explotación, muy favorables para las empresas, con más corporaciones
multinacionales del petróleo, la minería y el gas que cualquier otro país de
América Latina. El hecho de que la mayoría de los nuevos contratos impliquen
la exportación de las materias primas, significa una carencia de recursos
energéticos para desarrollar el consumo interno de Bolivia y generar empleo
industrial y comercial.
Reforma agraria
Después de dos años en el poder y a pesar de repetidas promesas demagógicas a
las comunidades indias y campesinas, Morales y García Linera han fracasado
totalmente en la ejecución de cualquier tipo sustancial de reforma agraria, y
más todavía en lo que se refiere a tierras fértiles, productivas y de fácil
acceso a los mercados, de los oligarcas y agro-exportadores más poderosos y
más ricos. Al contrario, el régimen, desde el principio, dio garantías
categóricas de que defendería a los «productores productivos» con
independencia del tamaño de sus explotaciones, algunas de ellas de cientos de
miles de hectáreas. Los niveles masivos de desposesión de la tierra y de
pobreza (70%) continuaron, como en el pasado, entre los electores rurales del
gobierno. Morales y García Linera se explayaron sobre «la expropiación de las
explotaciones improductivas e ilegales» (tierras públicas arrebatadas y
ocupadas por los terratenientes), pero a partir de finales de 2007, se había
redistribuido poca tierra.
Según un estudio publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), cien familias son propietarias de 25 millones de hectáreas
de la tierra más fértil, mientras que dos millones de agricultores y
campesinos pobres poseen cinco millones de hectáreas de tierra sobrexplotada.
En el departamento clave de Santa Cruz, según el propio Instituto Nacional de
la Reforma Agraria (INRA), 15 clanes familiares poseen 500.000 hectáreas de
tierras fértiles colindantes con los mercados y centros de transporte.
Los poderosos clanes «de los 100 mayores terratenientes» son los mayores
propietarios, accionistas y consejeros de los principales bancos de Bolivia,
emisoras de televisión, plantas de embalaje, industrias de procesos
alimentarios, supermercados y empresas de comercio exterior.
En el departamento de Beni, 10 familias poseen 534.000 hectáreas. En Pando, 8
familias poseen un millón de hectáreas de tierra fértil. Esta estructura de
poder clan-familia oligárquica se extiende mucho más lejos del reino
económico. Los miembros del clan ocupan posiciones importantes en la alta
judicatura, administrativa y militar, en los medios de comunicación de masas y
en las instituciones civiles.
El régimen de Evo Morales y García Linera ha garantizado repetidamente la
inviolabilidad de la propiedad de la oligarquía, así como su fuerza sobre el
crédito público (el 80% del cual va a la élite de la agro-exportación). Con el
apoyo económico gubernamental, la oligarquía domina la maquinaria política y
la utiliza para intimidar, y frecuentemente atacar, a los partidarios del
régimen de Morales con impunidad. Como resultado, la oligarquía ha
intensificado su férreo dominio en los cinco estados orientales de Bolivia.
Mediante la fuerza, la intimidación y la persuasión, la oligarquía tiene la
hegemonía sobre las clases bajas en sus regiones.
En lugar de enfrentarse a la oligarquía, Morales y García Linera han
pretendido reclutarla. En Pando, ofrecieron a un importante oligarca, el
gobernador Fernández, un cargo en su gobierno. El gobernador Fernández lo
rechazó, porque no tenía ningún deseo de tener nada que ver con los «indios».
Ganancias y política fiscal
Las «políticas económicas estructurales» diseñadas por Morales ampliaron el
poder y la riqueza de la oligarquía y del capital extranjero. Las políticas
socioeconómicas del régimen fracasaron en elevar el nivel de vida. En su
campaña electoral de 2005, Morales prometió duplicar el salario mínimo y
aumentar sustancialmente los sueldos de los obreros, los maestros y los
trabajadores sanitarios.
Dado el masivo aumento de la renta pública debido a los extraordinarios
precios del mercado mundial para las exportaciones bolivianas de energía y
metales, el régimen estaba en una buena posición para financiar aumentos
sustanciales para los mal pagados empleados públicos y los trabajadores del
sector privado. Nada de esto sucedió. El salario mínimo para 2008 aumentó un
10% -de 70 a 76 dólares al mes-. Con la actual tasa de inflación del 11%, el
aumento real fue de 1 dólar al mes, con mucho, el salario mínimo más bajo de
América Latina, en el momento de mayor acumulación de reservas extranjeras
(5.000 millones dólares bajo las bóvedas del Banco Central) en Bolivia.
Aún peor, a los maestros públicos y trabajadores se les concedió un incremento
salarial del 6% -en realidad una disminución si tenemos en cuenta la
inflación-, en un momento en el que la oligarquía del agro-negocio, la energía
de titularidad extranjera y las compañías petroleras cosechaban grandes
beneficios del registro.
El régimen de centro-izquierda de Morales y García Linera ha tenido un severo
efecto negativo en la organización y actividad de los movimientos sociales. Ha
fortalecido y aumentado el poder institucional de los partidos de derechas y
ha atrincherado al poderoso capital extranjero en todos los sectores
estratégicos de la economía. Las políticas centrales, las políticas de rentas
de los anteriores y desacreditados regímenes neoliberales permanecen intactas
y los programas de mejora, pobremente dotados, han tenido poco impacto en los
niveles de vida de los indios, obreros y empleados públicos.
La política fiscal ortodoxa del FMI de Morales y García Linera y su
manipulación de los símbolos indigenistas están aportando poco a los sectores
crecientes de la clase obrera, a los mal pagados empleados públicos (maestros,
trabajadores sanitarios), a los pequeños y medianos empresarios del transporte
y la minería, estudiantes y profesores universitarios, gobiernos municipales y
trabajadores públicos. Los paros laborales, las huelgas, barricadas y
protestas cívicas se han multiplicado por el declive de los salarios reales
entre los maestros de la escuela pública, el personal hospitalario, médicos,
enfermeras, camioneros, cooperativas de mineros y otros. Morales respondió a
las huelgas de los empleados públicos con reducciones en los sueldos,
represión contra los mineros huelguistas de Oruro y con decretos ejecutivos.
El doble discurso de Morales y García Linera ha conducido a agrias
confrontaciones entre sus partidarios originarios. Por ejemplo, persiguiendo
el voto de los pensionistas, Morales aumentó las pagas y rebajo la edad la
edad de jubilación; una medida loable. Sin embargo, en lugar de utilizar el
excedente de las reservas externas, Morales transfirió el 30% de los recursos
destinados a los gobiernos municipales y estatales y a las universidades, con
un impuesto de hidrocarburos para financiar los costos del aumento de
pensiones, que provocó protestas cívicas masivas. Aún peor, el ministro de
Minas de Morales, que captó el apoyo de las cooperativas de mineros (empresas
pequeñas y medianas) decidió cooperativizar una gran mina sindical, en
detrimento de la clase trabajadora minera. Tuvo lugar una confrontación armada
y murieron más de dos docenas de personas. Como resultado, Morales nacionalizó
las minas, pacificó a los mineros y expropió las cooperativas mineras. Morales
ha adoptado la táctica de amenazar a los trabajadores públicos en huelga con
represalias de sus leales indios campesinos que componen el sector más bajo de
su máquina de patrocinio electoral.
A pesar de su abrazo a las políticas fiscales del FMI, la expansión de la
explotación privada extranjera de las materias primas de Bolivia y sus
subsidios al agro-negocio, los precios al alza de las exportaciones agrarias,
energéticas y de metales, han permitido al régimen mantener su máquina de
patrocinio de masas y subvenciones a líderes indios «populares» y líderes
sindicales. La acción de la clase independiente es esporádica; la derecha
controla gran parte de la acción cívica y en la izquierda no hay ninguna
alternativa política en el horizonte, sobre todo a medida que se profundiza la
confrontación entre Morales y la oligarquía política de la derecha.