rover Norquist, un analista en un centro de investigación en
Washington, predijo que la sociedad de propietarios sería el mayor legado de
Bush, y que sería recordado “mucho tiempo después de que la gente ya no pudiera
pronunciar o deletrear Fallujah”. Sin embargo, en el último informe
presidencial, la alguna vez ubicua frase estaba visiblemente ausente. Y no es
para sorprenderse: en vez de ser su orgulloso padre, Bush resultó ser el
enterrador de la sociedad de propietarios.
Mucho antes de que la sociedad de propietarios tuviera una pulida etiqueta,
su creación fue básica para que tuviera éxito la revolución económica de la
derecha en el mundo. La idea era simple: si la gente de la clase trabajadora era
dueña de un pequeño pedazo del mercado –una hipoteca, un portafolio de acciones,
una pensión privada– dejaría de identificarse con los trabajadores y empezaría a
verse a sí misma como dueña, con los mismos intereses que su jefe. Eso
significaría que votaría por políticos que prometieran mejorar el desempeño de
las acciones, en vez de las condiciones laborales. La conciencia de clase sería
una reliquia.
Siempre fue tentador hacer un lado a la sociedad de propietarios como lema
vacío. Robert Reich, ex secretario de Trabajo, la describió como “palabrería”.
Pero la sociedad de propietarios era bastante real. Era la respuesta a un
obstáculo que los funcionarios que favorecían políticas en beneficio de los
ricos habían enfrentado durante mucho tiempo. El problema se reducía a esto: la
gente suele votar según sus intereses económicos. Hasta en el Estados Unidos
próspero, la gente gana menos del salario promedio. Eso significa que es en
interés de la mayoría votar por políticos que prometan redistribuir la riqueza
de arriba hacia abajo.
Entonces, ¿qué hacer? Margaret Thatcher fue la pionera en ofrecer una
solución. Los esfuerzos se centraron en la vivienda pública de Gran Bretaña,
donde vivían férreos simpatizantes del Labour Party. En una audaz
movida, Thatcher ofreció a los residentes fuertes incentivos para que compraran
sus departamentos de interés social a tasas reducidas (parecido a lo que hizo
Bush décadas más tarde, cuando promocionó las hipotecas subprime [las hipotecas
concedidas sin garantía, N de la T). Aquellos que podían pagar, se volvieron
propietarios de sus hogares, mientras que quienes no pudieron se enfrentaron a
rentas que subieron a casi el doble de lo que estaban antes. En consecuencia,
hubo una explosión del número de los sin techo.
Como estrategia política, funcionó: los que rentaban continuaron oponiéndose
a Thatcher, pero las encuestas mostraron que más de la mitad de los nuevos
dueños sí cambiaron de partido, a los Tories. La clave fue un cambio
sicológico: ahora pensaban como dueños, y los dueños suelen votar por los
Tories. La sociedad de propietarios como proyecto político había nacido.
Del otro lado del Atlántico, (Ronald) Reagan inauguró una gama de políticas
que, de modo parecido, convenció al público de que las divisiones de clase ya no
existían. En 1988, sólo 26 por ciento de los estadunidenses le dijo a los
encuestadores que vivían en una sociedad dividida en “los que tienen” y “los que
no tienen”. Setenta y uno por ciento rechazaba por completo la idea de clase. El
verdadero avance, sin embargo, llegó en los años 90, con la “democratización” de
los propietarios de acciones, que finalmente llevó a que casi la mitad de los
hogares estadunidenses fuesen propietarios de acciones. La vigilancia de las
acciones se volvió un pasatiempo nacional, las barras donde van pasando los
precios de las acciones en tiempo real en las pantallas de televisión se
volvieron más comunes que los pronósticos del clima. Main Street, nos dijeron,
había tomado por asalto los enclaves de la elite en Wall Street (Main Street: se
refiere a donde vive la población común, N de la T).
Una vez más, el cambio fue sicológico. La propiedad de acciones componía una
relativamente pequeña parte de las ganancias de un estadounidense promedio, pero
en la era de las frenéticas actividades de reducción de tamaño de las empresas y
del traslado de operaciones al exterior, esta nueva clase de inversionista
amateur tuvo un marcado cambio de conciencia. Cada vez que anunciaban una
nueva ronda de despidos, y que por tanto subía el precio de otra acción, muchos
respondían, no identificándose con aquellos que habían perdido sus empleos, o
protestando contra las políticas que habían llevado a aquellos despidos, sino
llamando a sus corredores para instruirlos a que compraran.
Bush asumió el poder determinado en llevar estas tendencias más lejos,
entregar las cuentas de Seguridad Social a Wall Street y que las comunidades de
minorías –tradicionalmente fuera del alcance del Partido Republicano– fuesen la
población objetivo para obtener fácilmente la propiedad de una casa. “Menos de
50 por ciento de los afroestadounidenses e hispanoestadounidenses son dueños de un
hogar”, dijo Bush en 2002. “Son muy pocos”. Hizo un llamado a Fannie Mae
(empresa para promover hipotecas a familias con bajos recursos) y al sector
privado “para que soltaran millones de dólares en fondos destinados a la compra
de vivienda”, un importante recordatorio de que los prestamistas de subprime
recibían línea desde arriba.
Las promesas básicas de la sociedad de propietarios no se cumplieron.
Primero, explotó la burbuja del punto-com; luego, los empleados miraron cómo sus
pensiones con una fuerte proporción de acciones se esfumaron, con Enron y
WorldCom. Ahora tenemos la crisis de las hipotecas subprime: más de 2 millones
de propietarios de hogares enfrentan el desalojo, porque el banco les quitará
sus casas. Muchos atracan sus 401(k) [un tipo de fondo de retiro en acciones. N
de la T] –su pedazo del mercado de acciones– para poder pagar su hipoteca. Wall
Street, mientras tanto, se desenamoró de Main Street. Para evitar el escrutinio
regulatorio, la nueva tendencia se mueve lejos de las acciones a la venta del
público y hacia los fondos privados. En noviembre, Nasdaq unió fuerzas con
varios bancos privados, incluyendo Goldman Sachs, para formar Portal Alliance,
un mercado para negociar participaciones en empresas, abierto sólo para
inversionistas con activos mayores de 100 millones de dólares. En pocas
palabras, la sociedad de propietarios de ayer se transformó en la actual
sociedad solamente para miembros.
El masivo desalojo de la sociedad de propietarios tiene profundas
implicaciones políticas. Según una encuesta de septiembre del Pew Research
Center, 48 por ciento de los estadounidenses dice que vive en una sociedad
dividida entre “los que tienen” y “los que no tienen”, casi el doble de la cifra
de 1988. Sólo 45 por ciento se identifica como parte de “los que tienen”. En
otras palabras, presenciamos un dramático regreso de la conciencia de clase que
la sociedad de propietarios intentó borrar. La clase está de regreso. Y los
ideólogos del libre mercado perdieron su más potente herramienta sicológica.