a larga y
extraordinaria carrera política de Fidel Castro ha terminado, al menos en lo
que concierne a la Presidencia de Cuba. Pero su enorme influencia
sobrevivirá.
Sus habituales columnas en el diario estatal Granma (las que ha
continuado escribiendo durante su enfermedad) persistirán. Sólo variarán de
título: en vez de ser las reflexiones del comandante en jefe, ahora serán,
simplemente, las del viejo camarada Fidel Castro.
Sin embargo, para los cubanos, como para los observadores extranjeros,
seguirán mereciendo ser leídas con atención. No puede haber reemplazo para
Fidel. No sólo debido a sus cualidades como líder, sino porque las
circunstancias históricas nunca volverán a ser las mismas.
Castro lo ha vivido todo, desde la revolución cubana a la caída de la
Unión Soviética, además de décadas de enfrentamiento con Estados Unidos. El
hecho de que se vaya mientras está vivo contribuirá a asegurar una
transición pacífica.
El pueblo cubano acepta ahora que el país aún puede ser gobernado de la
misma manera por un equipo diferente. Durante un año y medio se han venido
acostumbrando a la idea, mientras Castro seguía en teoría en la Presidencia
del país pero era su hermano Raúl quien sostenía las riendas. Como siempre,
el mentor era Fidel.
La cosa más sorprendente que descubrí sobre este hombre, durante las
horas que pasamos juntos compilando sus memorias, fue lo modesto, humano,
discreto y respetuoso que era.
Tiene un tremendo sentido moral y ético. Es un hombre de rigurosos
principios y de vida sobria. También descubrí que es un apasionado del medio
ambiente.
No es el hombre al que describen los diarios occidentales, ni tampoco el
súper-hombre que los medios cubanos a veces presentan. Es, además, un
estratego ejemplar, que ha llevado una vida de resistencia constante. Se da
en él una curiosa mezcla de idealismo y pragmatismo: sueña con la sociedad
perfecta pero sabe que las condiciones materiales son muy difíciles de
transformar.
Deja el cargo confiado en que el sistema político de Cuba es estable. Su
preocupación actual no es tanto el socialismo en su propio país como la
calidad de la vida alrededor del mundo, donde demasiados niños son
analfabetos, sufren hambre y padecen enfermedades que podrían sanarse.
Por eso piensa que su país debe tener buenas relaciones con todas las
naciones, cualesquiera sean sus regímenes u orientaciones políticas. Ahora
entrega el poder a un equipo al que ha probado y en el que confía.
Esto no conducirá a cambios espectaculares. La mayoría de los propios
cubanos (incluso los que critican aspectos del régimen) no visualizan ni
desean ciertos cambios: no quieren perder las ventajas que les han brindado
la educación gratuita hasta la universidad, la atención de salud universal
gratuita o el hecho de una existencia segura y pacífica en un país donde la
vida se desarrolla en calma.
Y mientras Castro se convierte en columnista a tiempo completo, la
principal tarea para sus herederos políticos será cómo enfrentar el desafío
perpetuo de la vida cubana: las relaciones con Estados Unidos.
Debemos esperar para ver si se producen cambios. Raúl Castro ha anunciado
públicamente dos veces que está preparado para sentarse a conversar con
Washington sobre los problemas entre los dos países.
Pero es en el mismo Estados Unidos donde puede producirse un giro más
notorio: el hasta ahora ganador candidato demócrata Barack Obama ha señalado
su disposición a tratar con los enemigos o adversarios percibidos de EEUU,
sean estos Irán, Venezuela o Cuba.
Sería improbable un cambio inmediato y radical, pero existen razones para
esperar que la elección de noviembre por lo menos altere la atmósfera
después de los años de Bush, una Presidencia que Castro ve como la más
dañina para todo el planeta, de las 10 que ha conocido.
La partida de Bush conducirá posiblemente a EEUU a una reevaluación de su
política exterior: aprender de las desastrosas lecciones de Irak y el Medio
Oriente y volver el foco a América Latina. EEUU encontrará una situación
cambiada: por primera vez, Cuba tiene amigos genuinos en el poder en América
Latina, en particular en Venezuela, pero también en Brasil, Argentina,
Nicaragua y Bolivia, un conjunto de gobiernos que no son especialmente pro
estadounidenses.
Está en el interés de EEUU redefinir sus relaciones con todos ellos: no
colonialistas, no explotadoras y basadas en el respeto. Cuba, mientras
tanto, ha desarrollado relaciones más estrechas con los países socios en el
marco de la organización económica y política ALBA y mediante acuerdos con
el área comercial del Mercosur.
En el cuadro internacional mayor, ya no es un caso único. Es en este
plano internacional donde probablemente se producirán los cambios más
visibles en la política cubana. Su socialismo sin duda se verá alterado,
pero no a la manera de China o Vietnam. Cuba seguirá transitando por su
propia vía.
El nuevo régimen iniciará cambios en el nivel económico, pero sin
perestroika cubana, apertura política ni elecciones multipartidarias. Sus
autoridades están convencidas de que el socialismo es la opción correcta,
pero que debe ser mejorada para siempre.
Y su preocupación ahora, más que nunca tras el retiro de Castro, será la
unidad. Pero en Cuba todo está relacionado con EEUU: ése es el aspecto
fundamental de la vida política que los extranjeros deben comprender. El
retiro de Castro, anticipado desde hace tiempo, significa continuidad. Pero
en la evolución histórica de esta pequeña nación, la elección de Obama
podría ser sísmica