La
primera implicación de política pública era que los gobiernos, todos los
gobiernos, debían permitir que estas corporaciones cruzaran libremente todas
las fronteras con sus bienes y su capital. La segunda implicación de política
pública era que los gobiernos, todos los gobiernos, debían renunciar ellos
mismos a cualquier papel de dueños de estas empresas productivas, y privatizar
así todo lo que poseyeran. Una tercera implicación era que los gobiernos,
todos ellos, debían minimizar, si no eliminar, todos y cada uno de los
diferentes pagos de transferencia por seguridad social a sus poblaciones. Por
ciclos, esta vieja idea siempre ha estado de moda.
En los años 80, estas ideas fueron propuestas para contrarrestar a las
también viejas visiones keynesianas y/o socialistas que habían prevalecido en
la mayoría de los países del mundo: que las economías deberían ser mixtas (el
Estado más las empresas privadas); que los gobiernos deberían proteger a sus
ciudadanos de las corporaciones cuasi monopólicas propiedad de extranjeros;
que los gobiernos deberían intentar ecualizar las oportunidades de vida
transfiriendo beneficios a sus residentes menos afortunados (especialmente en
los niveles de educación, salud y garantías de ingreso a lo largo de la vida),
lo que requeriría, por supuesto, fijarle impuestos a los residentes más
acomodados y a las corporaciones.
El programa de globalización neoliberal sacó ventaja del estancamiento
mundial de ganancias que vino tras el largo periodo de expansión global sin
precedentes posterior a 1945 y que abarcó hasta principios de los años 70, el
cual impulsó la visión keynesiana o socialista de dominar las políticas
públicas. El estancamiento de ganancias creó problemas en el balance de pagos
para un número muy grande de gobiernos en el mundo, especialmente en el Sur
global y en el llamado bloque socialista de naciones. La contraofensiva
neoliberal fue encabezada por los gobiernos de derecha de Estados Unidos y
Gran Bretaña (Reagan y Thatcher) más las dos principales agencias financieras
intergubernamentales –el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial–, y
estas instancias, juntas, crearon e impusieron lo que vino a ser conocido como
Consenso de Washington. El lema de esta política conjunta fue acuñada por la
señora Thatcher: TINA, siglas para “There Is No Alternative” (No hay
alternativa). El lema intentaba transmitirle a todos los gobiernos que tenían
que cumplir con el lineamiento fijado por las recomendaciones de política
pública, o ser castigados con un lento crecimiento y la negación de toda ayuda
internacional ante cualquier dificultad que pudieran enfrentar.
El Consenso de Washington prometió un crecimiento económico renovado para
todos y una salida del estancamiento global de ganancias. A nivel político,
los proponentes de la globalización neoliberal tuvieron mucho éxito. Gobierno
tras gobierno –en el Sur global, en el bloque socialista y en los fuertes
estados occidentales– privatizó las industrias, abrió sus fronteras al
comercio y a las transacciones financieras, y recortó el Estado benefactor.
Las ideas socialistas, aun las keynesianas, fueron desacreditadas en la
opinión pública y las elites políticas renunciaron a ellas. La consecuencia
visible más dramática fue la caída de la Unión Soviética y los regímenes
comunistas de Europa central y del este, más la adopción de políticas
amigables con el mercado por parte de la todavía denominada China socialista.
El único problema con este gran éxito político fue que no pudo igualarlo el
éxito económico. Continuó el estancamiento de ganancias en las empresas
industriales del mundo. La repentina alza en los mercados bursátiles en todas
partes no se basó en ganancias de la producción sino en las manipulaciones
especulativas financieras. La distribución del ingreso a escala mundial y en
los diferentes países se volvió muy asimétrica, un incremento masivo en el
ingreso de 10 por ciento superior y en especial de uno por ciento más elevado
de la población mundial, y una caída en el ingreso real para el resto de las
poblaciones mundiales.
La desilusión con las glorias del “mercado” sin restricciones comenzó a ser
visible a mediados de los 90. Esto pudo observarse en varios planos: en muchos
países regresaron al poder gobiernos más orientados hacia el bienestar social;
hubo nuevos llamados –especialmente por parte de los movimientos laborales y
las organizaciones de trabajadores rurales– a que los gobiernos emprendieran
políticas proteccionistas; creció a escala mundial un movimiento altermundista
cuyo lema es “otro mundo es posible”.
La reacción creció lenta pero constantemente. Entretanto, con el régimen de
George W. Bush, los proponentes de la globalización neoliberal no sólo
persistieron sino que incrementaron su presión. El gobierno de Bush pujó
simultáneamente por una distribución del ingreso más distorsionada (mediante
grandes recortes fiscales para los más acaudalados) y por una política
exterior de militarismo unilateral macho (la invasión de Irak).
Financió esto mediante una fantástica expansión de préstamos (un
endeudamiento) con la venta de bonos del Tesoro estadounidense a quienes
controlan las existencias mundiales de energía y las instalaciones de
producción a bajo costo.
Se veía bien en el papel, si sólo se fijaba uno en las cifras de los
mercados bursátiles. Pero era una burbuja de crédito superlativo condenada a
estallar, y ahora está estallando. La invasión de Irak (más Afganistán y
Pakistán) está demostrando ser un enorme fiasco político y militar. La solidez
económica de Estados Unidos cae en el descrédito, lo que ocasiona una radical
caída del dólar. Y los mercados bursátiles del mundo tiemblan conforme
confrontan el pinchazo de la burbuja.
¿Así que cuáles son las conclusiones de política pública que extraen los
gobiernos y las poblaciones? Parece haber cuatro en curso. La primera es el
fin del papel que tenía el dólar estadounidense como divisa de reserva para el
mundo, lo cual hace imposible continuar la política de superendeudamiento del
gobierno de Estados Unidos y de sus consumidores. La segunda es el regreso a
un alto grado de proteccionismo, tanto en el Norte como en el Sur globales. La
tercera es el regreso a la adquisición estatal de las empresas que fracasan y
la implementación de medidas keynesianas. La última es el retorno a políticas
redistributivas más enfocadas al bienestar social.
La balanza política oscila de regreso. De aquí a 10 años se escribirá
acerca de la globalización neoliberal como un oscilamiento cíclico en la
historia de la economía-mundo capitalista. La cuestión real no es si esta fase
terminó sino si el retorno pendular podrá restaurar, como en el pasado, un
relativo equilibrio en el sistema-mundo. ¿O se habrá hecho ya demasiado daño?
¿Estaremos en un caos más violento en la economía-mundo y como tal en el
sistema-mundo como un todo?