Durante el año 2008 la economía mundial estará dominada por
las repercusiones de la debacle financiera que se inició en el sector
inmobiliario de los Estados Unidos el año pasado, cuyas consecuencias más
serias están aún por ocurrir.
Durante los últimos meses la crisis se derramó al sector financiero.
Salvatajes bancarios, falta de liquidez en los mercados interbancarios,
medidas de emergencia tomadas por bancos centrales —incluso intempestivas
bajas de la tasa de interés por la Reserva Federal de los Estados Unidos— han
contribuido a crear un clima de incertidumbre en los mercados.
En las interpretaciones sobre las causas y el probable desenlace de la crisis
dos grandes líneas de pensamiento han sobresalido. La primera sostiene que
la economía estadounidense sufre importantes desequilibrios y que sus déficit
comerciales y fiscales son insostenibles.
La segunda sostiene que los problemas se originan en una expansión
descontrolada del crédito que ha minado la solidez del sector financiero.
Para unos, estamos viviendo los prolegómenos de la crisis más grave de los
últimos 60 años y el final de una era del crédito fácil basada en el dólar
como moneda de reserva internacional.
La economía mundial sufre un desequilibrio profundo que necesita ser
corregido: los Estados Unidos ahorran poco y han vivido por arriba de sus
medios por muchos años.
Los crecientes desequilibrios norteamericanos fueron financiados por los
países superavitarios (entre otros Alemania, Japón, China y los países
petroleros) y han generado una acumulación excesiva de deudas en dólares. De
ahora en adelante, los Estados Unidos tendrán que ajustar su economía
—para aumentar su tasa de ahorro y equilibrar sus cuentas— o exponerse a
sufrir una crisis con serias repercusiones para la economía mundial. La
recesión en la economía más grande del mundo (24% del producto bruto
mundial) que a su vez tiene un sector financiero súper desarrollado (41% de la
capitalización total del mercado financiero mundial) tendrá inevitablemente
consecuencias en todo el planeta.
Para los otros, la crisis es más financiera que económica. Respecto a
la crisis económica la perciben como seria pero no catastrófica: si se
toman las medidas monetarias y fiscales apropiadas —para moderar las
consecuencias de la desaceleración de la economía norteamericana—, las fuerzas
dinámicas de la globalización, que soplan fuerte en las economías emergentes
de alto crecimiento impedirán la ocurrencia de una recesión mundial.
Los trastornos que les preocupan se concentran en los mercados financieros que
han crecido aceleradamente a través de la incorporación de complejos
instrumentos financieros (fideicomisos, securitización de créditos,
seguros de crédito y una multitud de nuevos productos derivados como los "swaps"
y las operaciones de futuros y a plazos).
Los nuevos instrumentos —en un contexto institucional que promovió la
desregulación del sector con la garantía implícita de los bancos centrales—
favorecieron una expansión descontrolada del crédito y provocaron sucesivas
burbujas especulativas que han debilitado la solidez de importantes
instituciones financieras.
Ahora, habrá que corregir los errores recapitalizando las instituciones
financieras con problemas y restableciendo un sistema regulatorio adecuado.
En nuestra opinión, para realizar un pronóstico más acertado de la compleja
situación actual es imprescindible reconocer que las dos líneas de
interpretación son complementarias y no opuestas. Se trata de las dos
caras de la misma moneda.
La contrapartida financiera a los desequilibrios acumulados en la economía
real norteamericana (bajas tasas de ahorro y déficit crecientes en las cuentas
externas y fiscales) fue una masiva acumulación de activos financieros
denominados en dólares en las manos de los países superavitarios.
Dichos activos fueron reciclados en los mercados internacionales
—generando atractivos beneficios para los mismos— para luego transformarse en
nuevos créditos que, en algunos casos, realimentaron las burbujas
especulativas que hoy amenazan al sistema financiero internacional.
Esta lectura más completa de la realidad nos permite elaborar un diagnóstico
más amplio de la situación actual:
La crisis es multiforme. Se suman la reversión del ciclo de alto
crecimiento que caracterizó la economía mundial durante los últimos años, el
resquebrajamiento de una burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos —que
podría extenderse a otros países, entre ellos España y Gran Bretaña—, un
preocupante debilitamiento del sector bancario internacional y la amenaza
potencial de una depreciación del dólar.
La crisis es global. Se está extendiendo gradualmente de la economía
financiera a la economía real a través de disminuciones en los niveles de
consumo e inversión en los Estados Unidos, en Europa, en Japón y, más
adelante, en las economías emergentes —en particular aquellas que a través del
comercio y los movimientos de capitales están más integradas a la economía
mundial—.
La crisis es estructural. Marca el fin de un modelo de crecimiento
económico mundial cuya locomotora fue el consumidor norteamericano, la
disponibilidad de crédito abundante y barato y simultáneamente bajas tasas de
inflación.
La crisis durará más de lo esperado. Primero, porque la crisis
crediticia no quedará contenida al sector financiero y se desparramará sobre
la economía real; segundo, porque la política monetaria será menos efectiva
que en otras ocasiones —las instituciones encargadas de extender el crédito
son parte del problema—; tercero, porque las presiones políticas de la campaña
electoral norteamericana dificultarán la necesaria coordinación de políticas
monetarias, fiscales y cambiarias entre las autoridades económicas de los
países más importantes.