Numerosos expertos así lo creen. Pero también piensan que una
reducción de las previsiones de crecimiento y una ralentización de la economía
mundial serán inevitables.
Otros analistas, adeptos al capitalismo, se muestran mucho más alarmistas.
Así, por ejemplo, en Francia, Jacques Attali profetiza que "en breve (...) la
Bolsa de New York, garante de la pirámide de deudas, se hundirá (1)". Por su
parte, Michel Rocard estima que "la crisis mundial es para mañana mismo", y no
duda en añadir: "Tengo la convicción de que esto va a explotar de un momento a
otro".
Lo cierto es que los signos de desconfianza se multiplican. Prueba de ello,
la actual "fiebre del oro". El metal amarillo -cuya cotización en 2007, aumentó
un 32%- vuelve a su papel de valor refugio. Y todos los grandes organismos
económicos, en particular el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), ya prevén un
descenso del crecimiento mundial.
Todo comenzó en 2001 con el estallido de la burbuja de Internet. Para
preservar a los inversores, Alan Greenspan, presidente entonces de la FED,
decide orientar las inversiones hacia los valores inmobiliarios (3). Mediante
una política de tipos de interés muy bajos y de abaratamiento de los gastos
financieros, exhorta a los intermediarios financieros e inmobiliarios a incitar
a una clientela cada vez más amplia a invertir en "el ladrillo". Se pone así en
marcha el sistema de los subprime, créditos hipotecarios de alto riesgo
y de tasa variable concedidos a familias económicamente muy frágiles. Pero
cuando, en 2005, la FED aumenta los intereses del dinero, deteriora la máquina y
acarrea un desastroso efecto dominó que, a partir de agosto de 2007, va a hacer
tambalearse al sistema bancario internacional.
La amenaza de insolvencia de cerca de tres millones de hogares, endeudados en
unos 200.000 millones de euros, provoca la quiebra de importantes
establecimientos de crédito estadounidenses. Para protejerse contra ese riesgo,
éstos habían vendido una parte de sus hipotecas dudosas a otros bancos que los
habían cedido a fondos de inversión especulativos los cuales, a su vez, los
habían diseminado por bancos del mundo entero. Ejemplar demostración de la
locura actual de los mercados financieros.
Resultado: como una fulgurante epidemia, la crisis se ha extendido al
conjunto del sistema bancario. Algunos de los principales establecimientos
financieros -Citigroup y Merrill Lynch en Estados Unidos, Northern Rock en el
Reino Unido, Swiss Re y UBS en Suiza, la Société Générale en Francia, etc- han
acabado por reconocer pérdidas colosales y prevén depreciaciones suplementarias.
Para limitar la brutal caída y hasta la bancarrota, varios de ellos han tenido
que aceptar capitales provenientes de fondos soberanos controlados por potencias
del Sur (China, Corea del Sur, Singapur, Taiwan) y petromonarquías.
No se conoce todavía la amplitud exacta del desastre. Desde agosto de 2007,
los bancos centrales norteamericano, europeo, británico, suizo y japonés han
inyectado a la economía centenares de miles de millones de euros. Sin consegir
restablecer la confianza.
La crisis se propagará, con seguridad, de la economía financiera a la economía
real. Y una conjunción de factores complementarios -bajón acelerado de los
precios inmobiliarios en Estados Unidos así como en el Reino Unido, en Irlanda y
en España, restricción de
liquidez de capitales, regreso de la inflación, reducción de créditos- auguran
efectivamente un neto retroceso del crecimiento mundial. A esto se han añadido
últimamente otros fenómenos como el alza de los precios del petróleo, de las
materias primas y de los productos alimentarios. O sea, todos los ingredientes
de una crisis duradera. La más importante desde que la "especulación financiera"
es la característica principal de la economía. Y desde que la globalización se
ha convertido en el marco estructural de la economía mundial.
Esta crisis marca el fin de un
modelo: el de sesenta años de supremacía del dólar y de una economía basada en
el consumo estadounidense. Su salida se halla en la capacidad de las economías
asiáticas de relevar al motor norteamericano. En este sentido, la crisis
constituye también una nueva manifestación del declive de la supremacía de
Occidente. Y presagia quizá el desplazamiento próximo del centro de la
economía-mundo de Estados Unidos a China.