Aunque golpeados, a medida que los representantes
de la más moderada corriente "realista" de relaciones
internacionales asumían el control de la política exterior, su voz
todavía resuena, alta y clara, en los círculos del poder.
Sus esperanzas de que el presidente George W. Bush ataque Irán antes
de finalizar su mandato, en enero de 2009, se han desvanecido, pero
cuentan con figuras clave como el vicepresidente, Dick Cheney, y el
consejero adjunto de Seguridad Nacional, Elliott Abrams.
Los neoconservadores también son apoyados entre dos de los
principales aspirantes del gobernante Partido Republicano a la
candidatura presidencial: el ex alcalde de Nueva York, Rudolph
Giuliani, y el senador John McCain, quien logró importantes avances
en las elecciones internas realizadas hasta ahora.
Los neoconservadores, a pesar del fiasco en Irak, ya tratan de tomar
distancia de Bush y de la aventura bélica que fomentaron con tanto
entusiasmo para atrincherarse más profundamente en los ámbitos
institucionales de Washington, según señala Jacob Heilbrunn en su
libro "They Knew They Were Right: The Rise of the Neocons".
"Son guerreros curtidos que se han creado una base permanente para
sí mismos, ya sea en la Fundación para la Defensa de las
Democracias, el Fondo Nacional para la Democracia, el semanario
Weekly Standard o el diario New York Sun. No van a desaparecer",
aseguró Heilbrunn.
Él mismo es un ex neoconservador y editor del periódico The National
Interest, que publica el Centro Nixon, creado por el ex presidente
Richard Nixon (1968-1974) al cumplirse el 25 aniversario de su
investidura.
El libro de Heilbrunn, que coincide con la publicación de una
biografía sobre Richard Perle, el más influyente entre los
representantes de la línea dura, titulada "Príncipe de las
tinieblas" --aunque no totalmente crítica--, arroja luz sobre
algunas verdades sobre el movimiento neoconservador.
Heilbrunn se refiere a lo que acertadamente denomina una "actitud
mental" más que una "ideología".
En primer lugar, el neoconservadurismo, señala, "es en aspectos
decisivos un fenómeno judío", si bien muchos de sus participantes
--aunque aún una minoría-- no son judíos. Por otra parte, la mayoría
de los judíos estadounidenses no son neoconservadores.
Pero todos los integrantes del movimiento, con independencia de su
religión, "están unidos por su compromiso con la causa de la
supervivencia del Estado de Israel", explica Heilbrunn.
En segundo término, sus ideas básicas están largamente determinadas
por las lecciones que sus seguidores han extraído de las causas que,
en su opinión, hicieron posible el Holocausto.
Entre ellas, la imposibilidad de socialdemócratas y liberales
alemanes para hacer frente a la amenaza combinada de nazismo y
comunismo, así como el fracaso de las democracias europeas para
contener al régimen de Hitler en las vísperas de la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945).
También creen en la necesidad de contar con un abrumador poderío
militar que permita aplastar, preventivamente, a cualquier "nuevo
Hitler" que pueda surgir.
Heilbrunn, cuyo padre judío huyó de Alemania antes de la guerra,
cree que los neoconservadores "ven en todos lados un nuevo Munich",
en referencia al acuerdo sellado en 1938 en esa ciudad por el cual
Francia y Gran Bretaña entregaron a Hitler parte de Checoslovaquia
en un intento por "apaciguar" al dictador nazi.
Es típico de los neoconservadores ver una repetición de ese proceso
en cada desafío a la hegemonía estadounidense o israelí, ya sea del
gobierno sandinista de Nicaragua hace 25 años o del presidente iraní
Mahmoud Ahmadinejad en la actualidad.
Según Heilbrunn, "se han creado una imagen romántica de sí mismos,
según la cual constituyen una suerte de nuevo Churchill para poner
en caja a las fuerzas del mal". El experto se refiere al ex primer
ministro británico Winston Churchill, quien, como parlamentario, se
opuso al pacto de Munich y condujo a su país durante la guerra.
El temor a que el ex dictador iraquí Saddam Hussein (1979-2003)
intentara un "segundo Holocausto" contra Israel fue una de las
principales motivaciones para que los neoconservadores promovieran
la invasión a Irak, destaca Heilbrunn.
"Como judíos --al igual que sus aliados católicos conservadores--
estaban perseguidos por el recuerdo de la imposibilidad de las
democracias para detener el Holocausto y creían firmemente que la
obligación de Estados Unidos era actuar preventivamente para evitar
el próximo", señaló.
En tercer lugar, Heilbrunn pone de relieve las raíces trotskistas
del movimiento neoconservador, encarnadas en su "padre fundador" Max
Shachtman. Esas raíces, señala, eran muy fuertes entre los judíos de
Europa central y oriental en la primera mitad del siglo XX.
La tradición trotskista insufló en sus miembros desconfianza e
incluso odio hacia el liberalismo, a pesar de su compromiso de los
últimos años por promover la democracia.
Al mismo tiempo, determinaron sus tácticas políticas mientras se
corrían a la derecha, primero hacia el Partido Demócrata, luego de
la Segunda Guerra Mundial, y luego hacia el Partido Republicano,
bajo el liderazgo del ex presidente Ronald Reagan (1981-1989).
"Su 'aventura amorosa' con el trotskismo les otorgó una actitud y
una serie de herramientas intelectuales que muchos jamás
abandonaron: un temperamento combativo y una afición por las
afirmaciones dogmáticas y las ideas grandiosas. Se ven a sí mismos
como una intelectualidad aristocrática", según Heilbrunn.
En cuarto lugar, la discriminación sufrida por los judíos a manos
los WASP (siglas en inglés de "blancos, anglosajones y
protestantes"), que persistió en Estados Unidos hasta entrados los
años 60, consolidó un "fuerte resentimiento" entre muchos de los más
influyentes líderes neoconservadores, en particular Irving Kristol y
Norman Podhoretz.
Podhoretz, quien editó desde principios de los años 60 hasta
mediados de los 90 la prestigiosa revista judía Commentary y ahora
asesora a Guiliani, enmarca el movimiento neoconservador en la
"guerra" contra el "patriciado de los WASP", según Heilbrunn.
Los neoconservadores "saben que jamás serán aceptados por el
establishment. Les deleita saber que son intrusos. Pero debajo del
barniz de confianza en sus propias fuerzas bulle la furia hacia la
burocracia gubernamental y las elites sociales", agregó.
Heilbrunn ofrece útiles, aunque poco originales, referencias sobre
las influencias del filósofo judío-alemán Leo Strauss y el estratega
militar Alfred Wohlstetter en la visión del mundo de los
neoconservadores.
Pero se pierde en la recapitulación de su evolución y la aparición
de sus distintas facciones, desde el momento en el que gozaron de
poder real por primera vez durante la presidencia de Reagan hasta el
desastroso epílogo de la invasión a Iraq.
Una de las razones podría encontrarse en las presiones para entregar
el original, así como en una pobre edición. Pero también pueden
atribuirse a las contorsiones ideológicas de los neoconservadores y
al decepcionante hecho de que Heilbrunn acepta la narrativa de su
propia historia.
De hecho, describe a los progresistas o izquierdistas, desde el
movimiento Poder Negro o la Nueva Izquierda, hasta líderes del
Partido Demócrata como George McGovern, Jimmy Carter y Bill Clinton
en términos que fácilmente aceptarían los neoconservadores más
fundamentalistas.
Señala, por ejemplo, que funcionarios clave del gobierno de Clinton
(1993-2001) "aparentemente creían que Estados Unidos, y no sus
enemigos, era el principal problema en el planeta". En suma, aunque
Heilbrunn critica a los neoconservadores, acepta gran parte de su
visión del mundo.