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Un manifestante quema un billete de cinco euros durante una protesta
efectuada el sábado en el centro de Madrid, contra el capitalismo depredador y la cumbre financiera
del G-20. (Foto Reuters) |
Estados Unidos y Gran Bretaña desean aplicar la modalidad inversa del
“síndrome Sansón”, algo así como: “si no quieren caerse con nosotros, entonces,
sálvennos con sus reservas de divisas”.
Por Alfredo Jalife-Rahme
- La Jornada, México
Salvo un milagro, no se espera mucho de la cumbre del G-20, cuando el mismo
anfitrión ignora en forma increíble su significado (ver Bajo la Lupa, 12/11/08),
y Gran Bretaña ha puesto sus límites a las tan solicitadas “regulación” y
“reformas” al caduco sistema financiero internacional que domina la dupla
anglosajona y, por extensión, el G-7.
Pareciera que el régimen torturador bushiano y el premier británico Gordon
Brown buscan que el mundo refinancie su casino financiero totalmente quebrado.
Mientras Baby Bush se afianza en su catatonia, Brown está
dispuesto a ceder una minoría de los activos bursátiles de su insolvente banca a
las petromonarquías árabes (fortalecidas con sus “fondos soberanos de riqueza”),
en espera de mejores tiempos para expulsarlas “soberanamente” a patadas, pero
nunca concederá el control total de sus empresas ni, mucho menos, aceptará una
reforma regulatoria a su “contabilidad invisible” en sus “paraísos fiscales” (Hernsey,
Guernsey y Isle of Man) donde se practica generosamente el blanqueo. Sería como
pronunciar la muerte oficial de Gran Bretaña, que preferirá mejor empujar a
Estados Unidos e Israel a una tercera guerra mundial.
Por desgracia, son los vencedores de las guerras desde hace siglos (Holanda,
Gran Bretaña y Estados Unidos) quienes han impuesto el “nuevo orden financiero”
que más conviene a sus intereses corporativos, según ilustra el libro Caos y
orden en el sistema-mundo moderno, de nuestro amigo Giovanni Arrighi.
Estados Unidos y Gran Bretaña desean aplicar la modalidad inversa del
“síndrome Sansón”, algo así como: “si no quieren caerse con nosotros, entonces,
sálvennos con sus reservas de divisas”.
Las reformas de Bretton Woods de 1944 fueron impuestas por Estados Unidos y
Gran Bretaña en vísperas de concluir la Segunda Guerra Mundial. En estos
momentos, esos dos países e Israel han perdido algunas guerras (Irak, Afganistán
y Líbano), que han acelerado su decadencia, pero aún no sufren una derrota
definitiva que los obligue a adoptar sin chistar las condiciones de Europa
continental y del BRIC (Brasil, Rusia, India y China).
Sería muy ingenuo esperar un acto de generosidad humanista de parte de
Estados Unidos y Gran Bretaña para aceptar un “nuevo Bretton Woods” que afecte
sus intereses.
Rusia, que Estados Unidos y Gran Bretaña desean aislar (como también a
Francia), tampoco aceptará la edulcoración de la anglósfera liderada por la
City y Wall Street con el fin de preservar su hegemonía financiera global.
Ante la Asamblea Federal de la Federación Rusa, Dimitri Medvediev expresó que
su país sobrevivirá al tsunami financiero estadounidense (Ria Novosti,
5/11/08). Cabe señalar que Rusia ha sido presa de una genuina “guerra
financiera” desde la City, que ha desestabilizado sus finanzas,
poniendo en jaque a su bolsa y al rublo. Baste leer la prensa británica para
percatarse de la feroz campaña en contra de las vulnerables finanzas de Moscú,
pese a sus sólidos parámetros económicos.
Dimitri Medvediev señaló que la determinación de supervivencia de Rusia, que
no hay que olvidar es la única competidora nuclear de Estados Unidos, pasa por
la abolición del sistema financiero global, hoy totalmente fracasado, pero que
la dupla anglosajona desea imponer al mundo entero para su beneficio unilateral.
mencionó que su país había preparado sus propuestas para la Cumbre del
G-20.Vamos a ver qué tanto les hace caso Baby Bush.
En forma interesante, correlacionó la crisis financiera global con el ataque
de Georgia a Osetia del Sur, apuntalado por Estados Unidos y Gran Bretaña, los
cuales catalogó como los dos grandes eventos de 2008.
Explicó que posteriormente a la “barbárica agresión” a Osetia del Sur, la
OTAN movilizó sus navíos al Mar Negro, mientras Estados Unidos intensificó su
despliegue misilístico antibalístico (ABM, por sus siglas en inglés) en Europa
del Este, lo que ha desestabilizado los fundamentos del orden global.
Más allá de las contramedidas tomadas para contrarrestar el cerco anglosajón,
Dimitri Medvediev instó a una reforma radical del sistema político y económico
internacional, y comentó que Rusia estaba dispuesta a trabajar en común con
Estados Unidos, la Unión Europea, los otros tres países del BRIC, así como otros
países, para conseguir tal objetivo.
Se pronunció por la configuración de una “nueva arquitectura financiera
mundial” con “nuevas reglas” y por la necesidad de “prevenir la emergencia de
crisis y minimizar su efecto”. Exhortó al desarrollo de “nuevos sistemas de
evaluación de riesgos que tomen en cuenta las relaciones de las instituciones
financieras con la economía real” y propuso a Rusia como un “nuevo centro de
liderazgo financiero mundial” que cotice los hidrocarburos rusos en rublos.
Por su parte, He Yafei, viceministro de Relaciones Exteriores de China,
adelantó los tres tópicos de deliberación del G-20: 1) la evaluación de las
medidas tomadas ante el tsunami financiero estadunidense; 2) la
discusión de las causas del estallido de la crisis, y 3) la “exploración” de los
parámetros regulatorios y las reformas sistémicas.
No había necesidad de que se reuniera el G-20 para “evaluar” que las medidas
tomadas hasta ahora han sido precarias y únicamente han servido para rescatar a
la plutocracia bancaria del G-7 (extensivo a sus caricaturas tropicales como el
“México neoliberal”, donde Calderón se ha preocupado más por salvar a la
parasitaria Cemex, de la que es publicista Enrique Krauze Kleinbort, que a las
empresas y ciudadanos comunes).
Sería más que bizantino discutir las “causas” del estallido de la crisis
cuando es ampliamente conocido el culpable: la desregulada globalización
financiera (con sus letales “derivados financieros”, su “contabilidad invisible”
y sus “paraísos fiscales”), que impuso la dupla anglosajona a los subyugados del
mundo.
En cuanto a la “exploración” (¡súper-sic!) de las reformas y su regulación
resulta más que estéril cuando Estados Unidos (en la fase crepuscular de
Baby Bush y en espera del ascenso de Obama) y Gran Bretaña se aferran a un
modelo que los ha beneficiado sustancialmente y que pretenden conservar con el
mínimo de daños y al menor costo posible.
Hasta The Wall Street Journal (7/11/08) confiesa que las ventas
masivas de hedge funds (“fondos de coberturas de riesgos”) por miles de
millones de dólares, para devolver su dinero a los inversionistas en pleno
pánico, como consecuencia de las grandes pérdidas en sus apuestas lúdicas,
constituyeron el mayor factor en el desplome de las bolsas en el mundo.
Según The Financial Times (11/11/08), cuando las recetas
monetaristas se han agotado, el G-20 se encamina a un “estímulo fiscal
coordinado” mediante reducción de impuestos e incremento al gasto público,
medidas necesarias pero insuficientes desde el punto de vista estructural, ya
que no abordan siquiera la perniciosa “hegemonía del dólar” ni el modelo mismo
del neoliberalismo global que resultó tan letal.