Los seres humanos viven en la biosfera y gracias a ella. Pero en la primera
década del siglo XXI el 86% de la energía primaria que consumen los 6.700
millones de personas proviene de la litosfera.
Un 40% de esta energía es petróleo. Otro 40% es gas natural y carbón. Y un
6% más proviene del uranio.
Esto supone que cada año se extraen cerca de 10.000 millones de toneladas
de petróleo equivalente del interior de la tierra.
La tecnosfera, esa construcción humana, transforma a su vez la biosfera a
la conveniencia del hombre y eso incluye la extracción, transformación y el
transporte de materiales útiles de la corteza terrestre, a un ritmo de unos
33.000 millones de toneladas anuales, a los que hay que sumar 36.000 millones
de toneladas de gangas y unos 30.000 millones de toneladas de recubrimientos y
estériles.
Los 11.000 millones de toneladas de petróleo equivalente de energía
primaria se utilizan, pues, para extraer, transformar y transportar unos
100.000 millones de toneladas de materiales, incluyendo la propia energía
primaria. Sin esta energía, esto sería imposible en esos niveles. Y con un
aporte energético decreciente, esta gigantesca actividad decrecería
proporcionalmente.
Siendo el planeta esférico y por tanto, limitado en tamaño, es obvio que
los recursos que contiene también son limitados.
Los geólogos han observado que la extracción de recursos de la litosfera
está sujeta a ciertos patrones que limitan y dan forma a las tasas de
extracción de los mismos.
Los geólogos de ASPO han señalado que esos patrones siguen la muy conocida
curva en forma de campana, con un aumento inicial de los ritmos de extracción,
seguido de un cenit o dos o a veces una meseta y finalmente un declive
irreversible, hasta que la tasa de extracción del recurso ya no resulta útil a
la sociedad y el resto que queda en la litosfera se abandona. Es la curva de
Hubbert.
El cenit o pico, o los picos, o mesetas, se suelen dar cuando se ha
extraído aproximadamente la mitad de la cantidad conocida en esa parte de la
litosfera. Y en geología se cumple perfectamente el dicho de que “nunca
segundas partes fueron buenas”.
Y al extrapolar los diversos patrones de extracción de cientos de
yacimientos y de decenas de países productores ya en declive, con las reservas
probadas, las probables y las posibles y a las que todavía se calcula quedan
por descubrir en todo el explorado mundo, los científicos de ASPO han
concluido que el mundo está a punto de alcanzar el cenit de su tasa de
extracción máxima de petróleo, que pronto será seguida de la del gas natural.
Hoy prácticamente ningún experto discute este hecho geológico clave y las
únicas diferencias de importancia son respecto a la fecha en que este fenómeno
se dará, aunque las variaciones oscilan entre los que opinan que ya se ha dado
para el petróleo regular y/o convencional y los más optimistas que creen que
no se dará hasta el 2030. Lo que es mañana mismo en términos históricos.
Se atribuye a Kenneth Defeyyes, profesor emérito de la Universidad de
Princeton y alumno aventajado de M. King Hubbert, padre de la teoría del cenit
de la producción mundial del petróleo, el dicho de que dicha llegada al cenit
se suele ver siempre desde el espejo retrovisor.
Es decir, que la llegada a un límite físico, no se suele avistar, para
nuestra desgracia, por adelantado, sino a toro pasado, cuando ya se está en
pleno declive y la producción de varios años consecutivos no ha hecho más que
descender continuamente a cada año que pasa y el hecho ya no se puede ignorar
por más tiempo.
La frase ha hecho fortuna finalmente entre los que creen que la llegada a
tal momento es inminente, desde el punto de vista histórico. Matthew Simmons,
presidente de Simmons & Company International, una de las mayores empresas del
mundo en asesoría de inversiones financieras en el campo de la energía, suele
comentar que la vista de este fenómeno en el espejo retrovisor es inminente.
Algunos miembros de ASPO también toman esta frase para señalar la cercanía
de este momento histórico para la Humanidad y para advertir y poner en guardia
sobre las dramáticas consecuencias que tal hecho puede tener para toda la
Humanidad, si terminamos viéndolo sólo desde el espejo retrovisor. Todo ello,
en un mundo que vive gracias a la extracción de 85 millones de barriles
diarios de este elemento, que conforman más del 90% del transporte mundial
actual y que son de muy difícil sustitución en tiempo y forma, si sólo somos
capaces de verlo cuando ya esté sobrepasado.
El problema para la Humanidad comienza no cuando se acabe este preciado
elemento, sino cuando la producción mundial de oro negro comience a declinar,
por razones puramente físicas, a tasas que oscilan entre el 4 y el 10% anual.
Esto es, que cada año se empiece a disponer de menos combustible que el
anterior, sin remisión y sin que sean fáciles otros sustitutos y alternativas
a un combustible tan versátil y tan abundante y disponible como el petróleo,
en una sociedad acostumbrada a crecer sin límites, sobre todo desde que
comenzó a explotar intensiva y extensivamente los combustibles fósiles a
partir del siglo XIX
Se trata más de flujos, de flujos decrecientes, que del final del petróleo
o del gas. Es un tema de agotamiento físico y geológico, más que un asunto
puramente económico.
Existen claras evidencias de que el crecimiento económico y el consumo de
energía van parejos y están muy directamente relacionados, aunque se puedan
dar mejoras locales o nacionales del PIB por unidad de energía (más bienes o
servicios con menos energía) que, sin embargo, no se ven confirmadas a nivel
mundial, a medida que la calidad de los recursos extraídos se deteriora.
Las mejoras tecnológicas y mayores inversiones financieras en exploración
pueden contribuir a retrasar el cenit o la meseta de la curva en forma de
campana o a deformarla, pero no pueden eludir la realidad geofísica de un
agotamiento gradual de los combustibles fósiles.
Hay además claras indicaciones de que los gases de efecto invernadero y
otras emisiones de gases están también íntimamente relacionados con el consumo
de energía de los combustibles fósiles, extraídos de la litosfera para ofrecer
servicios a la sociedad.
Desde finales del siglo pasado, los científicos de ASPO han estado
advirtiendo sobre las consecuencias que para los 6.700 millones de seres
humanos, que viven fundamentalmente de los recursos energéticos de la
litosfera, puede tener el cada vez más difícil acceso a las reservas conocidas
y los cada vez mayores costes que implica. Y también sobre las consecuencias
que para la Humanidad puede tener el empezar a disponer, a cada año que pasa,
menos de esos recursos vitales energéticos que mueven y mantienen a nuestra
moderna sociedad.
¿Está tocando techo el mundo de los combustibles fósiles?
Se
cumplen ahora exactamente 10 años desde que el irlandés Dr. Colin Campbell y
el geólogo francés Jean Laherrère publicaran, en el volumen 278, no. 3 de la
revista Scientific American ( Investigación y Ciencia), su artículo,
ya histórico, titulado “El fin del petróleo barato”.
En él hacían mención a un concepto que ya se conocía desde los años 50, en
que el geólogo de la Shell, Marion King Hubbert intuyera que el modo general
de explotación de un yacimiento, región o país, describía una curva más o
menos en forma de campana y que el recurso medido y probado solía estar a la
mitad aproximada de su explotación posible, cuando llegaba a su tasa máxima de
extracción y empezaba a partir de ahí a declinar de forma inexorable. Esto es:
la llegada al cenit o punto máximo de la producción mundial de un recurso
finito. El conocido para el caso del petróleo mundial como “Peak Oil”
Pero este asunto fue virtualmente ignorado por la ciencia del momento y
menos aún la economía establecida, porque aunque la producción de un
determinado lugar llegase a ese cenit y empezase a declinar, siempre había
nuevos yacimientos por explorar, para sustituir a los que primero se empezaron
a agotar, ya en los años treinta del siglo pasado.
En su caso, Campbell y Laherrère analizaban el petróleo mundial, basándose
en unas ingentes bases de datos de pozos, yacimientos, regiones y países, que
como grandes expertos mundiales tenían a su disposición. Vieron las reservas
conocidas, los tipos de petróleo existentes, los ritmos de explotación y de
consumo, las tendencias y sobre todo, los que habían pasado ya del cenit.
Compararon con las previsiones de Hubbert, que atinó en 1956, que los EE. UU.
llegarían al cenit en 1971 y predijo en aquellas lejanas fechas que el mundo
llegaría al cenit en el año 2000 para luego declinar en su producción
petrolífera. Y llegaron a una conclusión parecida: el cenit del llamado
“petróleo convencional” (que Laherrère prefiere especificar se trata de
“regular convencional”) se daría hacia el 2010.
En el año 2000, estos dos científicos, y pocos más, crearon la Asociación
para el Estudio del Cenit del Petróleo, ASPO, por sus siglas en inglés. En el
año 2002, organizaron la 1ª Conferencia Internacional, junto con el profesor
de física de la Universidad de Uppsala, Kjell Aleklett, hoy presidente de
ASPO, a la que asistieron un reducido número de expertos.
Diez años después, el número de llamadas en Internet al concepto de “Peak
Oil” supera los cuatro millones. La 6ª Conferencia Internacional, del año
pasado en Cork, Irlanda, tuvo la asistencia de cientos de especialistas y
expertos de todo el mundo. Contó con la asistencia de varios ministros y ex
ministros europeos y de altas personalidades políticas, del mundo académico y
del sector energético, donde el concepto del cenit del petróleo se ha abierto
paso de forma incontestable, aunque la gran industria del sector sigue siendo
muy reticente al reconocimiento público de este fenómeno y sobre todo, a fijar
una fecha tan cercana a la que vivimos, como la que predijeron estos
científicos.
Hay creadas más de veinte Asociaciones nacionales, desde EE. UU. a China y
en casi todos los países europeos, que están vinculadas de forma muy libre,
exclusivamente alrededor de su punto de encuentro: la llegada inminente,
hablando en términos históricos, al cenit, máximo o pico de la producción
mundial de petróleo.
A Campbell y Laherrère se les puede aplicar en esta pasada década, lo que
dijo Gandhi sobre él mismo y su perseverancia: “primero te ignoran; luego
se ríen de ti; luego luchan contra ti; y luego vences”. El ex secretario
de Energía de los EE. UU. con la Administración Carter, Arthur Schlesinger,
viajó el año pasado a abrir la 6ª Conferencia Internacional de ASPO en Cork y
comentó, respecto de los miembros de ASPO y sus trabajos sobre el cenit del
petróleo, que podían “cantar victoria”; esto es, que sus tesis parecen ya
incuestionables en el fondo y que la Humanidad tendrá que afrontar este severo
reto antes de 10 años.
Sin embargo, los economistas clásicos todavía trabajan, piensan y se
comportan como si la Tierra fuese un lugar sin límites, una especie de Tierra
plana, en la que los recursos y sus tasas y flujos de extracción jamás
pudiesen disminuir.
Si el mundo llega a un máximo absoluto en su capacidad de extracción de
energía, parece bastante razonable que el sistema económico y financiero,
basado en la necesidad de un crecimiento constante para poder pagar los
intereses que sus capitales exigen, además del propio capital, sea el primero
en mostrar esa fatiga e impotencia para seguir creciendo.
Lo que está sucediendo estos días, puede ser el preludio que anuncia, hasta
sin querer, el fin de una era, de un modelo social. La economía clásica trata
a la energía como un bien de consumo más; pero hemos visto que no lo es; es el
requisito previo para que se puedan dar todos los demás bienes y servicios
proporcionalmente a su grado de explotación.
Sobre estas premisas, surge una duda acerca de si la energía disponible en
la biosfera (básicamente la biomasa, la energía solar, la hidráulica o la
eólica) y sus flujos o tasas de extracción posibles, podrán tomar el relevo de
las energías fósiles, pronto en decadencia, que ahora tomamos de la litosfera
a velocidades de vértigo.
O mejor todavía, si podrán cubrir la creciente brecha entre estos
agotamientos previsibles del aporte fósil y la siempre creciente demanda que
la economía clásica implica.
Así como una semilla se alimenta bajo la tierra y después emerge en forma
de planta, vamos a necesitar enfrentarnos pronto al dilema y a la paradoja de
tener que volver pronto a la biosfera en busca de recursos energéticos
renovables para nuestra supervivencia.
El sol proyecta sobre la tierra 8.500 veces más energía que la energía
primaria que consumimos y genera todas las energías renovables que derivan de
él.
Pero no se trata sólo de una cuestión de volúmenes, sino fundamentalmente
de flujos y de tasas razonables de captura energética, de una energía que
viene dada dispersa; de saber si esta energía, tan abundante como dispersa,
podrá mantener los actuales modelos sociopolíticos y tecnológicos, con todas
las mencionadas actividades de extracción, transformación y transporte de
materiales.
En la 7ª Conferencia Internacional de ASPO analizaremos y discutiremos
sobre estas importantes cuestiones, en un encuentro público, con algunas
señaladas contribuciones sobre estos temas. Tendrá lugar en el World Trade
Center de Barcelona, los próximos 20 y 21 de octubre.
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