n términos de números, Washington detenta ya desde hace un par de décadas
el récord mundial absoluto de la actividad de inteligencia, no solo entre
sus enemigos o presuntos enemigos sino hasta en el aparato gubernamental y
empresarial de las naciones que más apoyo le ofrecen.
Las fuentes más conocedoras del tema estiman en un mínimo de 300 000
agentes activos el staff de las 16 (DIECISEIS) agencias que constituyen la
llamada comunidad de inteligencia sin contar los cientos de miles de
informantes, colaboradores, políticos y funcionarios corruptos y traidores
que recluta frenéticamente en el mundo entero.
En cuanto al presupuesto de esta gigantesca maquinaria del secreto, se
valora de manera muy conservadora a no menos de 30 mil millones de dólares,
una cantidad de dinero muy superior a los ingresos de varios países del
tercer mundo.
Si la Central Intelligence Agency (CIA) es el órgano más conocido del
mecanismo norteamericano de espionaje, la National Security Agency (NSA), la
National Geospatial-Intelligence Agency (NGA), la Defense Intelligence
Agency (DIA) y el National Reconaissance Office (NRO) no dejan de ser
instrumentos extremadamente peligrosos de la inteligencia imperial.
La NSA busca penetrar la información detenida por otros países, amigos o
enemigos. Ahí se concentran los cabezones del criptoanálisis, la
criptografía, de la información digital. El NRO maneja el conjunto del
dispositivo de satélites de espionaje que arrastra toda la información que
puede ser recogida desde el espacio. La NGA se concentra en observar las
regiones donde se sitúan los intereses militares norteamericanos
priorizados. La DIA, que pertenece a las fuerzas armadas, coordina la
intensa actividad de espionaje de todos los agregados de defensa de la red
diplomática, de los militares diseminados por todo el planeta y busca
sistemáticamente información de interés militar por todas las vías.
La comunidad de inteligencia también cuenta entre sus miembros con la
Oficina del Director de la Inteligencia Nacional (DNI), encabezada por Mike
McConnell, un ex vicealmirante de la US Navy, puro producto fascistoide de
la Guerra Fría, que informa al presidente y maneja el conjunto del programa
de inteligencia de Estados Unidos. En otras palabras, McConnell es desde el
13 de febrero de 2007, el zar del espionaje imperial.
El Buró de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado es
quien provee análisis a la alta jerarquía de esa instancia de los distintos
eventos que van sucediéndose en el mundo.
El bien conocido Buró Federal de Investigaciones (FBI) también tiene su
misión de inteligencia interna y vimos con el arresto de Los Cinco patriotas
cubanos cómo aplican al pie de la letra las órdenes de la Casa Blanca de los
Bush cuando se trata de colaboración con la fauna mafiosa cubanoamericana y
de apoyo a los planes anexionistas contra Cuba.
Este potente aparato de seguridad del estado norteamericano es
responsable propiamente de identificar las amenazas, falsas o verdaderas, a
la seguridad nacional y de "penetrar (así se dice oficialmente) las redes
nacionales y transnacionales que tienen deseo y capacidad de hacer daño a
los Estados Unidos". De manera obvia, los terroristas cubanoamericanos
quedan excluidos.
Siguen las organizaciones de espionaje específicas de cada sector de las
fuerzas armadas: aviación, ejército, marina y los llamados marines. Los
resultados de sus búsquedas, con los de la DIA, se suman a los de la CIA.
El Departamento de la Seguridad de la Patria (DHS) y su Dirección de
Análisis de la Información y de la Protección de la Infraestructura (sic)
tiene la responsabilidad precisa de espiar, escuchar, observar todo lo que
es o pudiera ser opositor, terrorista de adentro o de afuera, extranjeros
sospechosos, en fin, de todo lo que se mueve que no corresponde a los
intereses del poder.
La Guardia Costera, aunque parte del DHS, desarrolla su actividad propia
en materia de seguridad marítima, narcotráfico y, particularmente,
inmigración que no conviene al poder. Luis Posada Carriles no tiene que
preocuparse, no lo van a molestar.
El Departamento del Tesoro espía a los ciudadanos que tiene relaciones
con determinados países. La OFAC dedica millones de dólares y gran parte de
sus energías a espiar, detectar y castigar quién mantiene contactos con
Cuba, individuos, empresas y organismos.
Finalmente, Drug Enforcement Administration (DEA) pretende combatir al
tráfico de narcóticos en nombre del país que más droga consume en el mundo y
la inteligencia del Departamento de la Energía piratea la tecnología
extranjera.
Lo que viene detrás de este inmenso universo del secreto de estado es lo
más repugnante: secuestros, asesinatos, conspiraciones de todos tipos,
magnicidios, prisiones secretas, atentados, etcétera. Hay para redactar una
enciclopedia.
Mejor limitarse, por cuestión de espacio, a un solo episodio. La
inteligencia alemana entregó a los norteamericanos, en marzo de 1999, más de
dos años y medio antes del 11 de septiembre, la identidad del terrorista
Marwan Al'Shehhi, así como un número de teléfono sospechoso, después de
monitorear una conversación entre este individuo y un presunto "líder de al-Qaeda".
Radicado en Hamburgo, Al'Shehhi se trasladó unos meses más tarde al Sur de
la Florida, donde se entrenó para realizar, con otros 18 terroristas
viviendo en su mayoría en esta misma región, el atentado más espectacular
jamás visto. El de las Torres Gemelas.
Las 16 agencias del estado norteamericano no vieron nada. El FBI de
Miami, entonces dirigido por el Agente Especial Héctor Pesquera, que tenía a
Al'Shehhi y a sus amigos en su patio, ni una sola observación inscribió en
su agenda. Sin embargo, el 12 de septiembre de 1998 —hace exactamente diez
años— ese mismo oficial realizó una inútilmente espectacular operación para
arrestar en sus casas a unos cubanos que tenían todos como característica el
encontrarse infiltrados en organizaciones criminales cubanoamericanas que se
dedican a hostigar a la Revolución cubana.
Más grave aún. La operación policíaca se realizó a solicitud de
cabecillas de esos mismos grupos con los cuales Pesquera se vinculó, con el
apoyo activo de los representantes republicanos Lincoln Díaz-Balart e Ileana
Ros-Lehtinen, y la complicidad de miembros de la oficina del Director del
FBI y de la Fiscal General Janet Reno.
Y con todo conocimiento de los Bush. Así funciona la inteligencia
imperial. Dieciséis agencias. Trescientos mil agentes. Treinta mil millones
de presupuesto. Y millones de víctimas de un diabólico mecanismo cuyo único
propósito es la dominación del mundo a favor del gran capital.