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Si se hicieran efectivas las reglas de transparencia emergería la insolvencia financiera del neoliberalismo en Estados Unidos. |
El emperador estadounidense se quedó desnudo y no puede ocultar más su
inmundicia contable, de tintes escatológicos (en el doble sentido de la
palabra), de sus “cuentas invisibles! (“off-balance sheet”) en sus
paraísos fiscales (“off-shore”), producto de la desregulación
financiera.
Por
Alfredo Jalife-Rahme - La Jornada, México
Este es justamente el principal problema de la grave crisis crediticia: EEUU
no puede exhibir la patética realidad de la contabilidad de su sistema
financiero a riesgo de su suicidio. ¡Ni la clepto-kakistocracia (el hurtador
gobierno de los peores) del neoliberalismo bananero mexicano llegó tan lejos!
EEUU perdió la seriedad que le incumbe a una potencia que aspira al dominio
global y, según The Financial Times (30.07.08), su Consejo de
Estandarización Financiera Contable (FASB, por sus siglas en inglés) concedió un
año más de gracia a los insolventes bancos para reportar sus pérdidas ocultas en
el “Nivel 3” del orden de 5 millones de millones de dólares (trillones en
anglosajón), que equivalen a 36 por ciento de su PIB y a más de 5 veces al de
México.
Si se hicieran efectivas las reglas de transparencia que propuso el mismo
FASB –hechas a la medida del tramposo sistema anglosajón, dizque para armonizar
las reglas de los “principios de contabilidad generalmente aceptados” (GAAP, por
sus siglas en inglés)–, pues emergería en forma diáfana la insolvencia
financiera del neoliberalismo de EEUU.
En la plenitud de su poderío global, EEUU se dio el lujo de imponer
unilateralmente su sistema de falsificación de datos económicos, como demuestra
persuasivamente Kevin Phillips (KP) en su impactante libro Dinero sucio:
finanzas implacables, política fracasada y la crisis global del capitalismo
estadounidense, que revela el engaño de las estadísticas económicas y
financieras pre y posneoliberales.
KP, anterior asesor de Richard Nixon y el promotor de su “estrategia sureña”
que empujó al Partido Republicano a la extrema derecha populista, afirma que la
corrupción de los datos económicos forman parte de las contradicciones profundas
de EEUU con el capitalismo global: exigidos por la concupiscencia de su
plutocracia que abandonó sus reformas sociales de más de tres décadas con el
objetivo de embarcarse en una “guerra unilateral de clases”, que desembocó en
una transferencia de riqueza sin precedente de la población laboral a una
diminuta elite gobernante que opera el axioma parasitario de “privatización de
las ganancias y socialización de las pérdidas”.
Con todo nuestro respeto a las lúcidas críticas de KP, nadie aborda que esta
situación aberrante ha sido posible gracias al paraguas militar que deberá ser
motivo tanto del mayor escrutinio ciudadano como de una creciente
democratización interna de las fuerzas armadas ¿Qué sería de cualquier
plutocracia, por más poderosa que fuere, sin su paraguas militar doméstico y
foráneo?
La degeneración economicista y su falsificación de datos han hecho posible la
perdurabilidad de la plutocracia, una de cuyas consecuencias ha sido la
disminución en 70 por ciento del presupuesto del seguro social, según KP.
Las tasas artificialmente bajas del desempleo y la pobreza (ambas dos veces
mayores en realidad) han ayudado a comprimir las condiciones sociales y los
parámetros de vida decente que pone en tela de juicio la axiología del modelo
anglosajón.
KP se centra en tres medidas: el índice de precios al consumidor (IPC), el
PIB trimestral y la tasa de desempleo mensual.
Todos los datos provistos oficialmente y difundidos profusamente han sido
pura ficción. El desempleo real en EEUU se ha ubicado entre 9 y 12 por ciento, y
no el 5 por ciento proclamado. La inflación ha oscilado entre 7 y 10 por ciento,
y no el 2 y 3 por ciento difundidos. El crecimiento económico real ha sido de un
magro uno por ciento, y no 4 por ciento decretado.
Ahora KP ilustra que la corrupción de las estadísticas oficiales de EEUU
datan de 50 años atrás.
John F. Kennedy inició los cambios en la medición del desempleo: los
expulsados en la industria del acero y el sector automotriz cesaron de ser
considerados como desempleados al ser insertados en la nueva categoría de
“empleados desalentados (sic)”.
Para encubrir el creciente déficit presupuestal, Lyndon Johnson aplicó el
concepto de “presupuesto unificado”, que combinaba el “seguro social” a otros
gastos.
Con Nixon, Arthur Burns, gobernador de la Reserva Federal, inventó la
“inflación básica” (“core inflation”) que excluye los alimentos y la
energía considerados “volátiles” ¡Así nunca va a existir inflación!
Con Reagan se suprimió a la vivienda del IPC mediante la medición peregrina
de la “renta equivalente del propietario” para disminuir en forma artificial el
costo inmobiliario. Peor aún: Reagan incluyó al ejército como parte de la fuerza
laboral, para abatir el desempleo.
Con Daddy Bush, su consejo de asesores económicos propuso el
recálculo de la inflación mediante una mayor ponderación a los servicios y al
menudeo, que implementó Clinton quien, con acrobacias contables “urbanas”,
pretendió reducir el desempleo racial de los afroestadounidenses.
Durante dos generaciones, desde Kennedy hasta Baby Bush, los
gobiernos y los economistas pre y posneoliberales intentaron combatir la
inflación mediante triquiñuelas aritméticas. El problema no reside en la
pertenencia partidista, sino en el sistema plutocrático consustancialmente
corruptógeno.
El rebelde del Partido Republicano, KP, es muy severo con el gobierno
Demócrata de Clinton, a quien critica sus tres otros “ajustes” al IPC: la
“sustitución del producto” (v.gr la hamburguesa más barata sustituye al
filete), la “ponderación geométrica” (los bienes y servicios que aumentan
rápidamente sus costos son consumidos en menor cantidad, por lo que son
ponderados a la baja), y el “ajuste hedónico” (la mejor calidad de algunos
productos y servicios se traduce en una reducción de su costo efectivo).
Explaya que todas estas modificaciones manipuladas constituyen la Biblia de
la Oficina de Estadísticas del Trabajo (BLS, por sus siglas en inglés).
Insatisfecho con la crítica demoledora de KP, Peters Daniels (PD) fustiga su
ignorancia del crecimiento explosivo de la población carcelaria de EEUU en los
recientes 30 años: 2.3 millones frente a una fuerza laboral de 153.1 millones,
lo cual mantiene artificialmente baja la tasa de desempleo oficial; fulmina que
el “ejercito y el sistema carcelario han reducido quizá (sic) al desempleo
oficial en 2 por ciento” (WSWS; 2.06.08).
Queda así destrozado el mito de las asombrosas y “precisas” estadísticas del
capitalismo anglosajón con las que nos engañaron durante medio siglo.