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Imagen tomada recientemente por
satélite, de la planta nuclear de Natanz. (Foto: AP) |
La credibilidad de las grandes potencias, cuando pretenden imponer al resto
del mundo ciertos patrones de comportamiento en lo relacionado con la
producción y uso de la energía nuclear, está tan bajo mínimos que no es
extraño que el gobierno iraní -tan reprobable por otros muchos aspectos- no
tome en serio las amenazas y presiones con las que se intenta controlar el
desarrollo de su industria nuclear.
Por Alberto Piris - La Estrella Digital
No son fiables las repetidas declaraciones del presidente iraní de que no
aspira a poseer armas nucleares sino que lo que Irán desea es gestionar, según
su libre y soberana decisión, todas las fuentes de energía, incluida la
nuclear. No se puede descartar que el desarrollo de esta energía con fines
pacíficos derive, en un futuro no muy lejano, hacia la experimentación y el
desarrollo de armas nucleares.
Pero tampoco merece crédito el Consejo de Seguridad, que por una parte hizo
a Irán una razonable y verosímil oferta de ayuda al desarrollo energético y de
suspensión de las sanciones internacionales, a la vez que enfáticamente
declaraba que, si Irán aceptara sus condiciones y detuviera las actuales
actividades nucleares, se alcanzaría "un Oriente Medio libre de armas de
destrucción masiva".
Para Teherán y para cualquier observador medianamente informado de la
situación real en la zona, es engañosa y falaz tan idílica conclusión. Quienes
la proclaman saben de sobra que Oriente Medio no puede estar libre de armas de
destrucción masiva desde el momento en que Israel las posee y bastantes de sus
dirigentes no han ocultado la intención de utilizarlas, llegado el caso.
Ninguno de los miembros del Consejo de Seguridad que exigen a Irán la
paralización de su programa nuclear ha insinuado siquiera que Israel se
deshaga de sus armas nucleares, tan ilegales, peligrosas y desestabilizadoras
para esta región como lo serían las iraníes. Es grande el cinismo que a veces
se observa al tratar de este asunto: cuando hace unos meses se preguntó en el
Parlamento británico al ministro de Defensa sobre esta cuestión, esta fue su
respuesta: "Todo lo que yo conozco es que Israel no admite poseer armas
nucleares". Y se quedó tan fresco. Nadie pidió su dimisión.
Tampoco es frecuente señalar que en Irán existe un legítimo recelo ante las
armas nucleares de Israel y que esa es la razón por la que se aspira a
disponer de un arsenal, aun mínimo, de tales armas. Si Francia oficialmente
confía todavía en la disuasión nuclear ¿por qué Irán no habría de hacerlo? Lo
que está ocurriendo en Oriente Medio es una etapa más de la ya conocida
carrera nuclear que se desencadenó y se alimentó durante la Guerra Fría por
las grandes potencias. Está comprobado que el recelo ante un país provisto de
tales armas puede inducir a otros a obtenerlas. El ejemplo de India y Pakistán
es tan elemental que no habría necesidad de citarlo.
Entre los muy variados asuntos aludidos por Barak Obama en su reciente gira
internacional -con gran brillantez retórica y bien estudiado apoyo mediático-
no se le ha oído hablar de las causas de la inestabilidad nuclear del ya de
por sí inestable Oriente Medio. Hubiera sido una interesante novedad y nos
hubiera hecho pensar que, con Obama, "el cambio" del que tanto alardea sí
sería posible.
No es solo la existencia de armas nucleares en Israel lo que quita fuerza
al discurso occidental frente a terceros países. Es también el incumplimiento
reiterado, por las grandes potencias, del Tratado de no proliferación nuclear,
que exige a los países oficialmente nuclearizados "avanzar hacia un desarme
general y completo". Si los que hicieron el tratado son los primeros que lo
incumplen, es difícil ejercer fuerza moral para que los demás lo respeten. Así
que solo queda la fuerza de la coacción o la violencia que, lejos de resolver
los conflictos, los prolonga y agrava.
Ha perdido también todo su valor el tradicional argumento de que las armas
nucleares en "nuestras manos" son factor de estabilidad y seguridad, mientras
que en "manos ajenas" solo pueden conducir al desastre. Esto se debe a la
irracional estrategia de la guerra preventiva, aceptada explícita o
implícitamente por varias de las grandes potencias. La consecuencia es que los
países oficialmente nuclearizados no respetarán ya la cláusula de no servirse
de esas armas contra los que no las poseen, como ha venido ocurriendo desde el
comienzo de la era nuclear. Esto muestra que el equilibrio nuclear es hoy más
inestable que durante la Guerra Fría.
Como el lector podrá observar, estamos ante un juego poco limpio y
peligroso, en el que algunos Estados solo tienden a promover sus propios
intereses aun a riesgo de desacreditar el principal tratado que, si bien de
modo poco justo y bastante imperfecto, intentaba frenar la alocada carrera
nuclear que EEUU inició en Hiroshima un día un 6 de agosto, hace 63
años.