Soldados británicos ejecutaron al menos 20 prisioneros iraquíes
después de haberlos mutilado. El último es de un chico de 14 años que fue
forzado a practicar sexo oral y anal durante un tiempo
prolongado.
Por John Pilger (*)
- Revista Sin Permiso
El ejército ha erigido un muro de silencio en torno de su recurso frecuente
a prácticas bárbaras, incluida la tortura, y hace lo imposible para eludir el
escrutinio legal.
Cinco fotografías han quebrado este silencio. La primera es la de un ex
sargento mayor del regimiento gurka, Tul Bahadur Pun, de 87 años. Está sentado
en una silla de ruedas frente a Downing Street 10. Sostiene una gran cantidad
de medallas, entre ellas
la Cruz Victoria, el mayor premio al valor,
que ganó sirviendo al ejército británico.
Le denegaron la entrada a Gran Bretaña y a un tratamiento en el Sistema
Nacional de Salud para curarle una seria afección cardíaca: una atrocidad que
pudo salvarse tras una campaña pública en su favor. El 25 de junio llegó hasta
Downing Street para devolverle su Cruz Victoria al Primer Ministro, pero
Gordon Brown se negó a recibirlo.
La segunda fotografía es de un niño de 12 años, uno de tres chicos. Son
Kuchis, nómadas de Afganistán. Habían sido alcanzados por bombas de
la OTAN, estadounidenses o británicas, y las
enfermeras están tratando de quitarles la piel quemada con unas pinzas.
Durante la noche del 10 de junio, aviones de
la OTAN atacaron de nuevo, matando al menos
30 civiles sólo en un poblado: niños, mujeres, maestros, estudiantes. El 4 de
julio, otros 22 civiles murieron de esta forma. Todos, incluidos los niños
quemados, fueron descritos como “militantes” o “presuntos talibanes”. El
Secretario de Defensa, Des Browne, dice que la invasión de Afganistán es “la
noble causa del Siglo XXI”.
La tercera fotografía corresponde al diseño computarizado de un
portaaviones aun no construido, uno de los dos mayores mandados a construir
por
la Armada Real. El contrato de
cuatro mil millones de libras esterlinas es compartido con la empresa BAE
Systems, cuya venta de 72 aviones de combate a la corrupta tiranía gobernante
en Arabia Saudita ha convertido a Gran Bretaña en la principal comerciante de
armas del mundo, especialmente a los regímenes opresivos de los países más
pobres. En un momento de crisis económica, Browne describió a los portaaviones
como “un gasto asequible”.
En la cuarta foto puede verse a un joven soldado británico, Gavin Williams,
que fue salvajemente golpeado hasta la muerte por tres oficiales. Este
“castigo sumario informal”, que elevó su temperatura corporal a más de 41
grados, tuvo la intención de “humillar, llevar al límite y herir”. La tortura
fue descrita en la corte como un hecho de la vida militar.
La última fotografía es de un hombre iraquí, Baha Mousa, quien fue
torturado hasta la muerte por soldados británicos. Tomada después de su
muerte, la figura muestra algunas de las 93 terribles heridas que sufrió a
manos de los hombres del Regimiento Queen Lancashire, quienes lo golpearon y
abusaron durante 36 horas, encapuchándolo con sacos de arpillera bajo un calor
sofocante. Era recepcionista de un hotel. A pesar de que su muerte tuvo lugar
cinco años atrás, fue recién en mayo de este año cuando el Ministerio de
Defensa respondió a los tribunales y accedió a una investigación independiente
sobre el hecho. Un juez ha descrito esto como un “muro de silencio”.
Una corte marcial condenó sólo a un soldado por el “tratamiento inhumano”
hacia Musa, a pesar de lo cual ha sido liberado disimuladamente. Phil Shiner,
de Abogados de Interés Público, representante de las familias de iraquíes que
han muerto bajo custodia británica, dice que la realidad es evidente: el abuso
y la tortura por parte del ejército británico es sistémica.
Shiner y sus colegas han presenciado declaraciones de testigos y
corroborado crímenes prima facie de una especie especialmente atroz,
usualmente asociado con los estadounidenses. “Mientras más casos sigo, peor se
pone”, dice. Estos incluyen un “incidente” acontecido en las inmediaciones de
la ciudad de Majar al-Kabir, en 2004, cuando soldados británicos ejecutaron al
menos 20 prisioneros iraquíes después de haberlos mutilado. El último es de un
chico de 14 años que fue forzado a practicar sexo oral y anal durante un
tiempo prolongado.
“En la raíz del proyecto estadounidense y británico”, dice Shiner, “existe
el propósito de evitar el tener que rendir cuentas de lo que se hace. La
prisión de Guantánamo es parte de la misma batalla para evitar las
explicaciones mediante jurisdicciones”. Los soldados británicos, dice, usan
las mismas técnicas de tortura que los americanos, y rechazan que se les
aplique a ellos
la Convención Europea sobre Derechos
Humanos,
la Carta de Derechos Humanos y
la Convención sobre
la Tortura de las Naciones Unidas. Y la
tortura británica es un “lugar común”: de modo que “la naturaleza rutinaria de
este maltrato ayuda a explicar por qué, a pesar del abuso por parte de los
soldados y los gritos de los detenidos, claramente audibles, todos, en
particular las autoridades, hacen oídos sordos.
Increíblemente, continúa Shiner, el Ministerio de Defensa bajo Tony Blair,
decidió que la prohibición sanitaria de 1972 a ciertas técnicas de tortura
regía solo en el Reino Unido e Irlanda del Norte. En consecuencia, “muchos
iraquíes fueron asesinados y torturados en centros de detención”. Shiner está
trabajando en 46 casos terribles.
Un muro de silencio siempre ha rodeado al ejército británico, sus rituales
arcanos, ritos y prácticas y, sobre todo, su desacato a la ley y la justicia
natural en sus variados propósitos imperiales. Durante ochenta años, el
Ministerio de Defensa y sus obedientes ministros se negaron a pedir perdones
póstumos por los niños sobre los cuales tiraron a matar durante la masacre de
la Primera Guerra Mundial. Los soldados
británicos utilizados como conejillos de indias durante las pruebas de
armamento nuclear en el Océano Índico fueron abandonados a su suerte, así como
tantos otros que sufrieron los efectos tóxicos de
la Guerra del Golfo de 1991. El trato que
recibió el gurka Tul Bahadur Pun es el habitual. Habiendo sido devueltos a
Nepal, muchos de éstos “soldados de
la Reina ” que no tenían una pensión están
completamente
empo brecidos y se les niegan los permisos de residencia o
asistencia sanitaria en el país para el cual combatieron y para el cual 43.000
de ellos fueron muertos o heridos. Los gurkas han ganado no menos de 26 Cruces
Victoria, aunque el “gasto asequible” de Browne no los contempla.
Un aún más imponente muro de silencio asegura que la población británica
ignore en gran medida el asesinato industrial de civiles en las modernas
guerras coloniales británicas. En su famoso trabajo Unpeople: Britain’s
Secret Human Rights Abuses (Antigente: Los abusos secretos británicos de los
derechos humanos.) , el historiador Mark Curtis utiliza tres categorías
principales: responsabilidad directa, responsabilidad indirecta e inacción
activa.
“Las cifras totales (desde 1945) contemplan entre 8,6 y 13,5 millones de
muertos”, escribe Curtis. “De éstas, Gran Bretaña tiene responsabilidad
directa en la muerte de entre cuatro y cinco millones de personas. Estos datos
son, si cabe, probablemente subestimados. No todas las intervenciones
británicas han sido incluidas debido a la ausencia de fuentes”. Desde que este
estudio fue publicado, el número de víctimas mortales ha alcanzado, según
estimaciones fidedignas, un millón de hombres, mujeres y niños.
El incremento geométrico del militarismo dentro de Gran Bretaña es poco
conocido, aun por aquéllos que alertan a la población sobre la legislación que
afecta las libertades civiles básicas, como la recientemente esbozada ley de
comunicación de datos (Data Communications Bill), que le otorgará al gobierno
el poder para tener registros de todo tipo de comunicación electrónica que se
establezca. Al igual que los planes para la cédula de identidad, esta está en
consonancia con lo que los estadounidenses llaman el “estado de seguridad
nacional”, el cual busca el control del disenso interno mientras persigue la
agresión militar en el extranjero. Los cuatro mil millones de libras
destinados a los portaaviones son para tener un “papel mundial”. Por mundial,
entiéndase colonial. El Ministerio de Defensa y el Foreign Office siguen los
dictados de Washington casi al pie de la letra, como puede observarse en la
absurda descripción de la aventura de Afganistán como una noble causa, por
parte de Browne. En realidad, la invasión de
la OTAN , inspirada por los Estados Unidos,
ha tenido dos efectos: la muerte y desposesión de cientos de miles de afganos
y el resurgimiento del tráfico de opio, que los talibanes habían prohibido. De
acuerdo con Hamid Karzai, el líder títere de occidente, el maniobrar de los
británicos en la provincia de Helmand ha conducido directamente al regreso de
los talibanes.
La militarización de la forma en que el Estado británico concibe y trata a
otras sociedades queda gráficamente demostrada en África, donde diez de los
catorce países más empobrecidos y conflictivos son tentados a comprar
armamento y equipos militares británicos con “créditos blandos”. Al igual que
la familia real británica, el Primer Ministro simple y llanamente persigue el
dinero. Habiendo ritualmente condenado un déspota en Zimbabwe por “abusos a
los Derechos Humanos” –en realidad por haber dejado de servir a los agentes de
negocios occidentales- y habiendo obedecido el último dictum
estadounidense sobre Irán e Irak, Brown visitó Arabia Saudita, exportadora del
fundamentalismo Wahhabi y parte importante del comercio de armas.
Para complementarlo, el gobierno de Brown está gastando 11 mil millones de
libras del dinero de los contribuyentes en una gran academia militar
privatizada en Gales, donde se entrenarán soldados y mercenarios extranjeros
reclutados para la falsa “guerra contra el terrorismo”. Con fábricas de
armamento tales como Raytheon beneficiándose de ello, la academia se
convertirá en la “Escuela de las Américas” versión británica, un centro para
la contrainsurgencia (terrorista) para el diseño de y el entrenamiento para
las futuras aventuras coloniales.
No ha tenido casi ninguna publicidad.
Por supuesto, la imagen de una Gran Bretaña militarista contrasta con una
conciencia nacional benigna, según escribió Tolstoi, formada “desde la
infancia, por todos los medios posibles –manuales escolares, servicios
religiosos, sermones, discursos, libros, diarios, canciones, poesía,
monumentos [conduciendo] a las personas adormecidas en una sola dirección”.
Muchas cosas han cambiado desde que él escribió esto. ¿O tal vez no? De la
mezquina, destructiva guerra colonial en Afganistán sólo se informa a partir
de los datos ofrecidos por el ejército británico, con soldados rasos haciendo
siempre lo correcto, y con los miembros de la resistencia afgana
constantemente descalificados como “intrusos” e “invasores”. Imágenes como la
de chicos nómadas con la piel quemada por bombas de
la OTAN nunca aparecen en la prensa o la
televisión, ni los efectos de las armas termobáricas británicas, o “bombas de
vacío”, diseñadas para aspirar el aire de los pulmones. En cambio, páginas
enteras lloran a un agente de inteligencia militar británica porque sucede que
era una mujer de 26 años, la primera en morir en actividad desde la invasión
de 2001.
Baha Mousa, torturado hasta la muerte por soldados británicos, también
tenía 26 años. Pero él era diferente. Su padre, Daoud, dice que la forma en la
que el Ministerio de Defensa se ha comportado respecto de la muerte de su hijo
lo ha persuadido de que el gobierno británico considera la vida de los otros
como algo “barato”. Y está en lo cierto.
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(*)John Pilger es un internacionalmente renombrado periodista
de investigación y director de documentales. Su última producción es The war
on Democracy. Su libro más reciente es Freedom Next Time (Bantam/Random House,
2006).
Traducción para
www.sinpermiso.info:
Camila Vollenweider