medida que se acerca el quinto aniversario de la Guerra de Iraq
(**) en
medio de una nueva oleada de violencia, los objetivos de "democratización",
"estabilidad" y "libertad" en su día reivindicados por los Estados Unidos
para la región se ven aplastados por las actividades violentas,
antidemocráticas, unilaterales y militaristas de Washington en todo Oriente
Medio, que atraviesa unos momentos más que difíciles.
La campaña militar a gran escala de Israel contra la Franja de Gaza de
los últimos días es sólo la parte más letal de una serie de crecientes
crisis regionales que están atravesando Oriente Medio, y que protagonizan
Palestina e Israel, Egipto y Arabia Saudí, Irán, Iraq, Líbano, Siria, el
Consejo de Seguridad de la ONU y los buques de guerra estadounidenses que
merodean por la costa libanesa.
En Gaza, Israel ha matado con sus ataques entre 125 y 131 palestinos, de
los que la mitad eran civiles y al menos 22 niños, incluidos algunos bebés.
Los ataques han devastado una Franja habitada por 1,5 millones de habitantes
que ya están sufriendo lo que una plataforma de organismos humanitarios
británicos, entre los que se encuentran Amnistía Internacional y Oxfam, ha
denominado como "la peor situación desde que empezó la ocupación militar
israelí en 1967".
A pesar de la oposición de Condoleezza Rice, la necesidad de un alto el
fuego es más urgente que nunca. Hamás ha ofrecido un cese duradero de las
hostilidades en repetidas ocasiones, pero Israel, con el apoyo de los
Estados Unidos, se ha negado sistemáticamente incluso a estudiar la
propuesta.
En El Cairo, Rice presionó a Egipto para que se involucrara más en el
"proceso de paz" de Annapolis. Al parecer, también envió un mensaje a Siria
a través del Gobierno egipcio, según el cual el actual despliegue de tres
buques de guerra estadounidenses frente a las costas libanesas pretendía
recordar a Siria que los Estados Unidos siguen siendo la principal potencia
militar de la región. Rice anunció simultáneamente que el Gobierno Bush
había levantado las restricciones del Congreso que permitirían proporcionar
a Egipto otros 100 millones de dólares en ayuda militar.
Las crecientes tensiones podrían cambiar radicalmente los resultados de
la reunión de la Liga Árabe prevista en estos momentos para fines de marzo.
Egipto y Arabia Saudí habían estado amenazando con boicotear el encuentro
para presionar a Siria, pero las tornas se han vuelto con el sangriento
ataque de Israel contra Gaza, las revelaciones de Vanity Fair sobre el
suministro directo de armas y fondos por parte de Washington para promover
el conflicto interno palestino, y la presencia de los buques de guerra
estadounidenses frente a la costa libanesa, ya que son hechos que ponen en
evidencia a todos los gobiernos proestadounidenses de la zona.
En Bagdad, aunque la violencia vuelve a recrudecerse, el presidente
iraní Ahmadineyad se paseó por las calles de la capital iraquí con toda
tranquilidad bajo las narices de la ocupación estadounidense.
Y en las Naciones Unidas, los Estados Unidos, con el respaldo de
británicos y franceses, ejerció la presión suficiente para obligar al
Consejo de Seguridad a imponer una nueva serie de sanciones -aunque menos
duras de lo que pretendía Washington- contra Irán por su programa nuclear.
A medida que se acerca el quinto aniversario de la Guerra de Iraq
(**), cada vez
es más difícil encontrar voces que defiendan el argumento, en su día
incontestable, de que "el contingente adicional ha funcionado". Mientras
permanecen en Iraq los 30.000 soldados extra de la ocupación estadounidense,
los analistas coinciden en que los motivos más importantes con que se
explicaba el descenso de la violencia a fines de 2007 -especialmente el
surgimiento de las milicias suníes de Al Sahwa, 'el despertar'- se hacen cada
vez más inciertos. Las milicias armadas por los Estados Unidos, presentadas
como un tremendo éxito de Washington porque dejaron de atacar a las fuerzas
ocupantes para colocar su punto de mira contra la Al Qaeda activa en suelo
iraquí, están empezando a enemistarse entre sí, lo cual coincide con un
aumento de los ataques de fuerzas vinculadas con Al Qaeda, la violencia
intrasuní, y las crecientes grietas sociales y políticas en las zonas donde
operan estas milicias. Desde diciembre de 2007, han muerto más dirigentes de
'el despertar' que soldados estadounidenses, lo cual indica que los niveles de
violencia van al alza, pero como éstos afectan especialmente a los iraquíes,
Washington lo sigue pregonando como una victoria. En la misma línea, el hecho
de que hace poco Muqtada Al Sadr anunciara que su milicia prorrogaba el alto
el fuego otros seis meses apunta a cuán poca influencia tienen los Estados
Unidos a la hora de determinar los niveles de violencia. Y es que Al Sadr
podría cambiar de opinión en cualquier momento. Al parecer, también Irán ha
instado a sus aliados iraquíes a que pongan freno a la violencia; al menos,
por ahora. Y en muchas zonas de Iraq, sobre todo en aquellas que en su día
estaban habitadas por comunidades muy mezcladas, la violencia ha disminuido
porque la salvaje limpieza étnica que desencadenó la ocupación estadounidense
prácticamente ha tocado fin y, en muchos lugares, la "pureza" religiosa o
étnica es casi total, por lo que simplemente no hace falta más violencia
sectaria para expulsar al "otro". Los motivos de celebración, por tanto, son
muy pocos.
Y aunque las probabilidades más inmediatas de un ataque militar contra Irán
se han reducido desde que en diciembre se diera a conocer un informe de los
servicios secretos según el cual Teherán no tiene ningún programa de armas
nucleares, la posibilidad de que eso suceda no se puede descartar por
completo. La política estadounidense en la región se basa en la reivindicación
de su dominio indiscutible de la zona, y en desafiar a Irán por la hegemonía
regional. El estacionamiento del buque de guerra USS Cole frente a las costas
libanesas estaba pensado precisamente para enviar a Siria, el aliado árabe más
cercano a Irán, el mensaje de que los Estados Unidos no dudarían en recurrir a
la fuerza. Si no directamente en contra de Irán, sí en contra del aliado de
Teherán, centrándose en la influencia siria en Líbano. Incluso los diarios
proestadounidenses en la región están informando de que la presencia del Cole
-ahora sustituido por otros tres buques de la marina estadounidense- pretendía
transmitir el mensaje de que "los Estados Unidos han perdido la paciencia con
Siria".
La política en Iraq, mientras tanto, parece basarse en mantener una
ocupación permanente: bases permanentes, despliegue permanente de tropas
(aunque sea con la mitad de efectivos, según el partido que ocupe la Casa
Blanca), dependencia permanente de mercenarios. En cuanto a Irán, a pesar de
las conclusiones del informe de la inteligencia estadounidense de que el país
carece de un programa de armas nucleares, prosiguen las amenazas y las
presiones, y la posibilidad de emprender ataques militares "sigue sobre la
mesa". En lo que respecta a Israel-Palestina, los Estados Unidos se niegan a
ejercer ningún tipo de presión sobre Tel Aviv, incluso para que aplique un
primer plan de lo que sería, según las propias propuestas de Washington en
Annapolis, una solución de dos Estados a fines de año.
En Gaza, los cinco días de ataques israelíes han dejado a una población ya
asediada, empobrecida y privada de todos los derechos, luchando por
recuperarse de las mayores pérdidas humanas desde que Israel ocupó la Franja
en 1967. La cifra de muertos -entre 125 y 131 personas, la mitad de ellas
civiles, al menos 22 niños, 4 bebés- se tradujo en una multitud de tiendas de
duelo que flanqueaban las carreteras destruidas en las zonas más afectadas. Se
tiene noticia de al menos 370 niños heridos. Los hospitales han tenido que
hacer frente a los cientos de heridos graves sin poder contar con un
suministro eléctrico estable y con una tremenda escasez de fármacos básicos,
piezas de repuesto para equipamiento médico y material quirúrgico. Incluso las
ambulancias fueron blanco del fuego israelí; 3 trabajadores de equipos médicos
han resultado heridos y al menos uno, muerto. La destrucción se ha cebado
especialmente en los campos de refugiados, ya aquejados por la insalubridad y
el hacinamiento. En la propia ciudad de Gaza, dos bombas de un F-16
proporcionado por los Estados Unidos destruyeron el edificio de cinco plantas
que albergaba la sede de la Federación General Palestina de Sindicatos y
dañaron seriamente un gran número de casas cercanas.
La protesta internacional ha sido intensa, e incluso funcionarios de la ONU
y la Unión Europa han condenado la violencia "desproporcionada" y "excesiva"
de Israel. Por su parte, Israel ha aducido, como tiene por costumbre, que sus
ataques sólo se han producido "en respuesta" al lanzamiento de cohetes por
parte de los palestinos. Pero esa excusa pasa por alto el hecho inmediato de
que ese mismo lanzamiento de cohetes había aumentado sólo después del último
"asesinato selectivo" cometido por Israel contra un dirigente militante en
Gaza, en el que también resultaron muertos varios miembros de su familia. Y lo
que es aún más importante: ignora por completo el hecho de que Israel sigue
siendo la potencia ocupante de Gaza. Según John Dugard, relator especial de la
ONU sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos,
"ello significa que sus acciones deben evaluarse de acuerdo con las normas del
derecho internacional humanitario y de los instrumentos de derechos humanos.
En virtud de esas normas, Israel está cometiendo una grave violación de sus
obligaciones internacionales. El castigo colectivo de Gaza por Israel está
prohibido expresamente por el derecho internacional humanitario y ha dado
lugar a una grave crisis humanitaria".
Dugard condena debidamente los ataques palestinos que aterrorizan a civiles
israelíes, pero arguye que esos actos son una "consecuencia dolorosa pero
inevitable" de la ocupación israelí. "Si bien esos actos no pueden
justificarse", escribe Dugard, "debe entenderse que son la consecuencia
dolorosa pero inevitable del colonialismo, el apartheid o la ocupación". En su
informe, señala también que la violencia no se detendrá mientras Israel siga
ocupando tierras palestinas, y que "por esa razón es preciso hacer todo lo
posible por poner fin cuanto antes a la ocupación. Mientras no se logre, no
cabe esperar que se restablezca la paz, y la violencia proseguirá (...) Israel
no puede esperar a que la paz sea total y a que acabe la violencia para poner
término a la ocupación". Las palabras de Dugard adoptan un significado
especialmente impactante en el contexto del tiroteo perpetrado el 6 de marzo
por un palestino en una escuela religiosa de Jerusalén vinculada con el
movimiento colono, que dejó a ocho estudiantes israelíes muertos y a muchos
más heridos.
Cuando Condoleezza Rice se dejó caer por la zona, se dedicó a repetir el
mismo papel que desempeñó en 2006, en pleno bombardeo israelí del Líbano: se
negó a instar a un alto el fuego, ya que eso significaría negociar con el
Gobierno palestino de Gaza encabezado por Hamás o al menos, en cierto sentido,
reconocer su existencia. En lugar de eso, aprovechó el momento para
intensificar la presión sobre Mahmud Abbas, el dirigente responsable de la
Autoridad Palestina respaldada por los Estados Unidos en Cisjordania, a seguir
con las negociaciones de paz. Abbas, a pesar de las constantes presiones entre
él y el Gobierno de Hamás en Gaza, respondió a la tremenda presión de su
propia población y, durante los primeros días de los ataques contra la Franja,
suspendió todos los encuentros con Israel. Pero sometido después a las
presiones de la secretaria de Estado, accedió a reanudar las negociaciones,
aunque sin concretar cuándo. El New York Times se hacía eco de una humillante
secuencia de los hechos: Abbas informaba a los periodistas de que volvería a
las negociaciones sólo después de que se aceptara una tregua entre Israel y
Hamás, a lo que seguía una llamada telefónica de Rice e, inmediatamente
después, otra declaración de Abbas de que "tenemos la intención de reanudar"
el proceso de paz.
La visita de Rice debe entenderse como el último episodio de la larga
tradición de suministro directo de armas e instigación de la violencia
palestina por parte de Washington, como demuestra un explosivo artículo de
Vanity Fair recién publicado que documenta, por primera vez, el papel directo
desempeñado por el Gobierno Bush a la hora de armar y fomentar la guerra civil
que tuvo lugar el año pasado en Gaza. La acción encubierta fue aprobada por el
presidente Bush y puesta en práctica por la propia Rice y por Elliott Abrams,
el principal asesor de Bush en Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional
y famoso por haber sido condenado por mentir al Congreso durante el escándalo
Irán-Contra en los años ochenta. El artículo confirma con toda suerte de
detalles cómo los Estados Unidos asumieron la iniciativa de forzar la
militarización de la brecha entre Hamás y Fatah, confiando para ello en el
jefe de seguridad de Fatah, Mohamed Dahlan -al que el mismo Bush había aludido
como "nuestro hombre"- , y posibilitando la acción con millones de dólares en
armas y formación militar. Cuando el Congreso prohibió parte del gasto en
armas para las fuerzas palestinas, el Gobierno Bush (como sucedió con el
Irán-Contra) recurrió a sus aliados del mundo árabe para que éstos se
comprometieran a aportar fondos y armamento.
Pero incluso mientras Rice seguía presionando a Abbas para que no
interrumpiera las infructuosas "negociaciones" con Israel, los ataques
israelíes contra Gaza, aunque de menor escala, no cesaron, como tampoco se
detuvo la expansión de los asentamientos en Cisjordania. La oficina de
coordinación humanitaria de la ONU en Jerusalén informó de que, en
Cisjordania, Israel había impuesto "un aumento en el número de obstáculos
físicos desde Annapolis", refiriéndose, entre otras cosas, a puestos de
control militar, vallas, barreras y montañas de tierra. La ONU documentó hasta
580 de este tipo de barreras en Cisjordania, un 50% más que en 2005. Y en Gaza,
incluso antes de la explosión de violencia de los últimos días, las
condiciones se estaban deteriorando hasta niveles muy peligrosos. Según un
nuevo informe elaborado por organismos humanitarios y de derechos humanos
británicos, el 80% de la población de Gaza depende de la ayuda alimentaria
internacional, un porcentaje que en 2006 era del 63%. El desempleo se sitúa
oficialmente por encima del 40%, en gran medida porque hasta el 95% de la
industria de Gaza ha cerrado a raíz de que Israel ha prohibido todas las
importaciones de materias primas a la Franja asediada y todas las
exportaciones de ésta.
Y el Congreso siguió echando leña al fuego, poniendo en manos de Israel más
armas y contraviniendo la legislación estadounidense en materia de control de
exportación de armas y ayuda externa. Este año, los contribuyentes
estadounidenses proporcionarán a Israel 2.550 millones de dólares en envíos de
armamento, lo cual representa un aumento del 9% con respecto al gasto real en
2007. Éste es el primer envío del compromiso asumido por los Estados Unidos de
incrementar, durante los próximos diez años, los envíos de armas a Israel en
un 25%. Así, del total de 30.000 millones de dólares, Israel gastará un 25% en
sus propios fabricantes de armas, mientras que el 75% restante irá a parar
principalmente a empresas estadounidenses que se lucran con las guerras como
Motorola, Caterpillar, Lockheed Martin, Boeing o General Dynamics. Y aún
frente al ataque más sangriento contra Gaza en los 40 años de ocupación, el
Congreso respondió con un voto de 404 contra 1 a favor de apoyar a Israel y
condenar el lanzamiento de cohetes por parte de palestinos contra civiles
israelíes; al parecer, los aproximadamente 130 civiles palestinos no existían.
(Ron Paul votó 'no'; los diputados McDermott, Moran, Capuano y Abercrombie
votaron "presente".)
La actual intensificación de la violencia pone de manifiesto la urgente
necesidad de un alto el fuego inmediato, que incluiría el fin del lanzamiento
de cohetes de los palestinos contra objetivos civiles y el cese de todos los
ataques militares por parte de Israel (entre otros, bombardeos desde aviones,
helicópteros y aeronaves teledirigidas; ataques con cohetes, ataques navales
contra los pescadores de Gaza, e incursiones con tanques y soldados), de los
asesinatos deliberados conocidos como "asesinatos selectivos", de las
demoliciones de casas y del cerco sobre la Franja. Tras abandonar la región,
Condoleezza Rice apoyó al jefe de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y
pidió a Egipto que negociara con Israel y Hamás "un mecanismo para calmar la
situación en la Franja de Gaza". A pesar de todo, se negó a emplear el término
"alto el fuego" porque ello implicaría otorgar legitimidad o reconocimiento a
Hamás.
Dada la nefasta situación política a la que se enfrentan los palestinos que
viven bajo la ocupación y el apartheid, las posibilidades de acción se limitan
principalmente a formas de resistencia violenta, formas de resistencia no
violenta y popular, o a la capitulación. Un auténtico alto el fuego podría
volver a abrir las puertas a la segunda opción de resistencia de que disponen
los palestinos: la movilización no violenta generalizada y a gran escala. Esa
fue precisamente la elección estratégica de la primera intifada o
levantamiento (1987-1993), una elección que siguió viva, aunque con menor
protagonismo, durante la segunda intifada y que se ha vuelto a ver por última
vez en Gaza, que fue testigo, gracias al apoyo de Hamás, de un extraordinario
acto en que participó más de la mitad de la población para reivindicar
colectivamente el derecho humano a desplazarse y viajar, y a cubrir
necesidades vitales básicas, durante años negados por el ejército de Israel, a
través de los agujeros abiertos en el muro fronterizo que separa Gaza de
Egipto por el paso de Rafah el mes pasado.
Y dado que aún no existe ninguna estrategia gubernamental o
intergubernamental seria para poner fin a la ocupación israelí y modificar sus
políticas segregacionistas, el papel de los movimientos de la sociedad civil
internacional sigue siendo de vital importancia. Tanto en los Estados Unidos
como en el resto del mundo, la campaña a favor del boicot, las desinversiones
y las sanciones está ganando un nuevo impulso y aumentando su influencia como
instrumento para ejercer una presión económica colectiva y no violenta sobre
Israel.
La visita de Rice a la región llegó sólo unas semanas antes de que se
celebre en Damasco una reunión de la Liga Árabe, la primera desde la
conferencia de Annapolis organizada por Bush en noviembre con el objetivo de
consolidar el apoyo árabe para su movilización contra Irán. Egipto y Arabia
Saudí, que cuentan con el respaldo estadounidense, habían estado organizando
un boicot del encuentro con la idea de obligar a Siria y Líbano a aceptar el
plan de la Liga Árabe para abordar la larga crisis constitucional que afecta
al dividido Gobierno libanés. Pero las dinámicas de poder de la cumbre se
revelan ahora muy distintas. Las sociedades árabes están furiosas con Israel y
sus aliados estadounidenses por la matanza de Gaza; buques de guerra
estadounidenses están surcando las aguas frente a la costa libanesa,
desacreditando a la coalición mayoritaria proestadounidense de Beirut y
reavivando el recuerdo de los bombardeos del USS New Jersey en Líbano en 1983;
y los aliados estadounidenses están a la defensiva, corriendo tanto como
pueden para distanciarse de todo vínculo con Washington.
La demostración de fuerza de los Estados Unidos, con sus buques de guerra
fondeados frente a las costas libanesas, se debe tomar muy seriamente. Arabia
Saudí y otros países del Golfo aconsejaron a sus ciudadanos que abandonaran
Líbano el día después de que el primer buque tomara posiciones. El ex
embajador estadounidense en Siria, Richard Murphy, tildó la medida de
"diplomacia de cañón", afirmando que los Estados Unidos no sabían qué hacer
con respecto a Líbano. Washington dice que está desplegando los buques como
señal a Siria y otros países de Oriente Medio del compromiso estadounidense
con la región. Y no se puede descartar nada teniendo en cuenta que se trata de
un Gobierno con los días contados, conocido por su imprudencia y su confianza
en la fuerza militar como primera opción y resuelto a mantener su hegemonía en
Oriente Medio a pesar de lo que por parte de Irán se podría considerar como un
desafío.
Incluso mientras aumenta la presión directa de los Estados Unidos sobre el
principal aliado árabe de Irán, Siria, la movilización de Washington contra
Teherán sigue estando firmemente en pie. La sonada visita del presidente iraní
a Bagdad pareció casi como un gesto de burla al presidente Bush. El trayecto
en coche de Ahmadineyad desde el aeropuerto a la capital iraquí y otras
ciudades, y sus paseos, aparentemente relajados, por mercados y mezquitas,
fueron deliberadamente orquestados para contrastar con el secretismo y la alta
seguridad que caracterizan las breves visitas de Bush a Iraq, donde se cobija
en alguna base militar estadounidense durante unas horas para después salir a
toda prisa. También representó un desafío más serio al mismo control del
Gobierno iraquí, al recordar a Washington que aunque los funcionarios hayan
sido elegidos al amparo de la ocupación estadounidense, muchos de ellos tienen
vínculos más tradicionales con Teherán.
Este desaire simbólico, sin embargo, no cambia la gravedad de los continuos
esfuerzos del Gobierno Bush por aislar y castigar a Irán. A pesar del informe
de los servicios secretos que salió a la luz en noviembre, en que los 16
organismos de la inteligencia estadounidense coinciden en que Irán no tiene un
programa de armas nucleares, y a pesar de un informe más reciente de la
Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), en que se constataba que
Irán estaba colaborando para dar respuesta a sus preguntas y que los
investigadores de la AIEA sólo necesitaban un poco más de tiempo para
finalizar el trabajo, los Estados Unidos no cejaron en su empeño por ampliar
las sanciones contra Irán.
Dadas las nuevas circunstancias tras conocerse los informes de la
inteligencia estadounidense y la AIEA, las duras sanciones que los Estados
Unidos hubieran deseado imponer contra Teherán tuvieron que suavizarse
significativamente para que la postura de Washington pudiera ser viable en el
Consejo de Seguridad de la ONU. De forma que la sustancia real de la
resolución sobre las sanciones tiene pocas consecuencias inmediatas; la
adopción de medidas como las restricciones de viajes o la congelación de
bienes depende, voluntariamente, de cada país. Pero el simbolismo del acto fue
muy importante, y la aprobación de la resolución con un voto casi unánime
representó un tremendo golpe a la legitimidad del Consejo y del conjunto de
las Naciones Unidas, y un triste recordatorio del poder que detentan los
Estados Unidos y sus aliados europeos más fuertes (en este caso, Francia, Gran
Bretaña y Alemania) con respecto a los gobiernos más comprometidos con el no
alineamiento. En los días que precedieron a la votación, los diplomáticos ante
el Consejo de Seguridad de Sudáfrica, Libia e Indonesia dejaron claro que no
respaldarían nuevas sanciones. Viet Nam no se pronunció, pero todo indicaba
que rechazaba en gran mediad la iniciativa estadounidense. El viernes anterior
a la votación, prevista para el lunes 3 de marzo, los periodistas esperaban al
menos cuatro votos en contra.
Tras un fin de semana de presiones orquestadas bajo la batuta del
presidente francés Sarkozy, respaldado por Bush, el Consejo emitió un voto de
14 contra 0 a favor de imponer las nuevas sanciones, de momento inofensivas.
Indonesia se abstuvo. Sudáfrica, Libia y Viet Nam respaldaron a los Estados
Unidos. Lo que aún no está claro es qué amenazas se plantearon. Pero ninguno
de esos gobiernos intentó siquiera afirmar que Irán representara una amenaza a
sus intereses nacionales; por el contrario, todos ellos tienen vínculos
tradicionales con Teherán. Ninguno de ellos intentó denunciar que Irán está
construyendo armas nucleares. En lugar de todo eso, unos diplomáticos
visiblemente incómodos hablaron de mantener la unidad del Consejo, de hablar
con una sola voz, de que Irán tendría "que escuchar". Fue un cuadro
vergonzoso, especialmente para los países tradicionalmente no alineados, una
traición a la notable independencia que en su día representó este movimiento.