En el marco de las campañas presidenciales en Estados Unidos, algunos
candidatos han establecido como uno de los objetivos principales si llegaran a
ocupar esa posición, moderar la voracidad importadora, la cual los lleva hasta
el punto de consumir, en números redondos, 20 millones de barriles de petróleo
por día, de los cuales, también aproximadamente, producen solamente la mitad e
importan de diferentes partes del mundo los 10 millones de barriles restantes.
No se puede pasar por alto el hecho de que 20 millones de barriles por día,
representan la cuarta parte del petróleo producido en todo el mundo, que es de
81 millones 663 mil barriles diarios, extraídos de un total mundial de un
billón 208 mil barriles de reservas probadas que supuestamente serían
suficientes para el consumo mundial de cuarenta años, en un escenario de
referencia conservador, en los que se refiere al desarrollo económico global.
Pero resulta que las potencias emergentes, como China e India, tienen un
peso relativo creciente en el comercio internacional de combustibles fósiles,
pues el asombroso ritmo de desarrollo económico que actualmente muestran está
sobrepasando a todas las demás potencias mundiales, constituyendo
correlativamente necesidades de energía sumamente altas, que no producen en su
totalidad y que tienen que importar del mercado internacional del petróleo y
del gas, a precios muchas veces desmesurados. Un poco lo mismo está sucediendo
con Japón, importador neto de energéticos fósiles que en estos días, cuando el
millón de unidades térmicas británicas (BTU, por las siglas en inglés) de gas
natural está en el mercado entre ocho y nueve dólares, han llegado a firmar
contratos a 18 dólares el millón de BTU.
Es cierto que al producir mayores cantidades de energía eléctrica, mejora
la calidad de vida de la población en general, como es cierto que a medida que
aumenta el poder adquisitivo de los obreros y de los trabajadores en general
en fábricas y empresas, adquieren más cantidad de aparatos eléctricos
domésticos y también de automóviles y de medios de transporte masivos, que
generan igualmente y en la misma proporción mayores cantidades de
contaminación a la atmósfera.
Las necesidades mundiales de energía, según las proyecciones de las
instituciones especializadas más serias, aumentarán 50 por ciento en el
periodo que va de 2020 a 2030. China e India solas cuentan por 45 por ciento
del incremento de la demanda y está muy claro que este aumento será cubierto
mayormente por los combustibles fósiles, razón por la cual se producirá
también el crecimiento de la contaminación por dióxido de carbono. Estos
combustibles son importados desde Medio Oriente y Rusia.
Suponemos que el interés mostrado por los candidatos presidenciales en
Estados Unidos, en lo que se refiere a disminuir las necesidades crecientes de
importación de energéticos fósiles de Estados Unidos, que producen una
distorsión muy sensible en el mercado internacional del petróleo y el gas, así
como una creciente dependencia de esta gran potencia industrial en los países
productores y exportadores, tanto de Medio Oriente como de México, ha tenido
en cuenta también el hecho de que China e India tendrían un crecimiento
promedio de 1.5 por ciento por año más rápido que las potencias industriales
de occidente y que la demanda de energía de estas potencias asiáticas sería 21
por ciento más alta en China e India combinadas.
Se prevé que en un periodo de 20 años los tres consumidores mayores en el
mundo de energéticos fósiles serán China, Estados Unidos e India. Es
absolutamente indispensable que se tomen medidas para mejorar la eficiencia de
la energía más allá de las promesas en las campañas presidenciales, en primer
lugar para bajar el costo de producción energética, y disminuir la demanda de
manera proporcional, así como para frenar a corto plazo las emisiones de CO2.
Es indispensable seguir las indicaciones de los escenarios de políticas
alternativas para el consumo de energéticos, de tal manera que se dé la
importancia que tiene al hecho de que el uso creciente y proporcional al
aumento de la demanda de fuentes de energía alternas no es meramente
curiosidad científica propia de los temas de conversaciones de sobremesa, sino
que se hace absolutamente insoslayable que se convierta en la preocupación
fundamental de los gobiernos, cualquiera que sea su orientación política
actual, y de las reuniones cumbres que se llevan a cabo en todo el mundo entre
mandatarios, empresarios y científicos, que bien parece que dan mayor
importancia a la globalización de la economía, que a las proyecciones de los
escenarios de referencia de los preocupantes incrementos en el consumo de los
energéticos fósiles, lo que por otra parte está produciendo precios
estratosféricos de los combustibles en el mercado internacional, que a fuerza
de tanto verlos y oír de ellos nos parecen ya normales, y hablamos con toda
naturalidad de descensos en los precios cuando éstos se ubican entre 80 y 90
dólares por barril, y todavía en octubre de 2005, el mundo entero se asombró
ante el súbito aumento a 50 dólares el barril.