El líder libio planteó una
rectificación a la iniciativa unitaria que persigue plasmar el Presidente
francés Nicolas Sarkozy entre Europa y África del Norte: una relación entre
iguales, abierta a otros países cercanos geográficamente que deseen invertir.
Por Raphael Liogier -
Le Monde
Aunque se aprecien poco
el estilo alborotador, las provocaciones repetidas, la estética
excéntricamente beduina del coronel Muammar Kadhafi, hay que reconocer
humildemente que él apuntó perfectamente y disparó donde causaba más daño en
la minicumbre de la Liga Árabe del 10 de junio en Trípoli, ante sus colegas
jefes de Estado que se quedaron estupefactos.¿Quién podría negar,
precisamente, que el concepto de Unión para el Mediterráneo no es sólo una
desviación de la iniciativa original del Presidente francés Nicolas Sarkozy,
sino su abandono puro y simple para regresar al proceso euromediterráneo de
Barcelona, de por sí fracasado?
Dicho de otro modo, para regresar a una lógica de intervención, de
promoción, de ayuda directa a los países de la orilla sur: hacer del
Mediterráneo no un centro en sí mismo, el corazón de una nueva dinámica,
sino una periferia, una especie de lago europeo, unos suburbios, un “mare
nostrum” tal como lo veían los romanos en la época imperial, y después el
gran historiador Fernand Braudel, que no aceptó jamás que los árabes,
hombres del desierto, a pesar de su implantación secular en el Magreb y el
Mashrek, pudieran ser auténticos mediterráneos.
Por tanto, es emblemático que le corresponda a alguien que se presenta
por excelencia como hombre del desierto, un nómada que jamás duerme más que
bajo su tienda y al lado de sus camellos, la tarea de meter el lobo al redil
mediterráneo, que es el objeto actual de todas las codicias.
El concepto "para"
He ahí la significación profunda de ese enigmático “para”, tan
satisfactorio para Alemania y algunos otros, que ha venido a intercalarse
perversamente entre las palabras “Unión” y “Mediterráneo”: hacer de esa
cuenca una zona de influencia, de desarrollo controlado.
De modo que, contrariamente al proyecto inicial que tenía la vocación de
agrupar a los países de las dos orillas, y solamente a ellos, la Unión para
el Mediterráneo podrá comprender a otras naciones europeas continentales
deseosas de dedicarse o, más bien, de invertir “para” el Mediterráneo.
Ahora bien, la originalidad histórica de la iniciativa de Sarkozy, hoy en
día reducida a nada, estribaba precisamente en el fin de esas maneras
europeas condescendientes, desarrollistas y predadoras, gentilmente
imperiales, en pocas palabras, de ver hacia el Sur. Se trataba, más allá de
las intenciones institucionales, más o menos utópicas, poco importa, de un
cambio de perspectiva, de una nueva mirada.
El jefe beduino comprendió muy bien que Francia no había logrado imponer
esa nueva mirada y que, insidiosamente, nosotros regresábamos hacia una
política de “apartheid”, de desarrollo separado, no de razas como otrora en
Sudáfrica, sino de dos orillas del mar.
En efecto, el “para” está destinado a hacer de la orilla del sur una zona
euro, una zona de inversiones que, bajo el pretexto de acuerdos económicos y
culturales privilegiados, pondría a una distancia controlable a estos amigos
tan difíciles de manejar.
Pues la ayuda controlada también es sinónimo de dependencia. Es pues, en
realidad, un Mediterráneo “para” Europa lo que así se perfila: un terreno de
juego económico culturalmente pacificado, al menos asegurado en lo
religioso, si no es que secularizado en lo civil. Digamos que un terreno de
juego en el que, “Inch’Allah”, se habría logrado contener al islamismo,
máximo pavor del Occidente.
El “para” es también por un rechazo a mezclarse tan firme como la
voluntad de sacar provecho. Detrás de la retórica de la amistad y de las
buenas intenciones, el sentido del olfato del hombre del desierto Muammar
Kadhafi percibió perfectamente todo eso, por lo que exclamó rabiosamente:
“No estamos muertos de hambre ni somos perros para que nos avienten huesos”.