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AFRICA  

 

El olfato de Kadhafi en el Mediterráneo

 
 

 (IAR Noticias) 01-Julio-08

Nicolas Sarkozy y Muamar Kadafi.

Nicolas Sarkozy y Muammar al-Gaddafi.

El líder libio planteó una rectificación a la iniciativa unitaria que persigue plasmar el Presidente francés Nicolas Sarkozy entre Europa y África del Norte: una relación entre iguales, abierta a otros países cercanos geográficamente que deseen invertir.

Por Raphael Liogier -
Le Monde

Aunque se aprecien poco el estilo alborotador, las provocaciones repetidas, la estética excéntricamente beduina del coronel Muammar Kadhafi, hay que reconocer humildemente que él apuntó perfectamente y disparó donde causaba más daño en la minicumbre de la Liga Árabe del 10 de junio en Trípoli, ante sus colegas jefes de Estado que se quedaron estupefactos.

¿Quién podría negar, precisamente, que el concepto de Unión para el Mediterráneo no es sólo una desviación de la iniciativa original del Presidente francés  Nicolas Sarkozy, sino su abandono puro y simple para regresar al proceso euromediterráneo de Barcelona, de por sí fracasado?  

Dicho de otro modo, para regresar a una lógica de intervención, de promoción, de ayuda directa a los países de la orilla sur: hacer del Mediterráneo no un centro en sí mismo, el corazón de una nueva dinámica, sino una periferia, una especie de lago europeo, unos suburbios, un “mare nostrum” tal como lo veían los romanos en la época imperial, y después el gran historiador Fernand Braudel, que no aceptó jamás que los árabes, hombres del desierto, a pesar de su implantación secular en el Magreb y el Mashrek, pudieran ser auténticos mediterráneos.  

Por tanto, es emblemático que le corresponda a alguien que se presenta por excelencia como hombre del desierto, un nómada que jamás duerme más que bajo su tienda y al lado de sus camellos, la tarea de meter el lobo al redil mediterráneo, que es el objeto actual de todas las codicias.  

El concepto "para"

He ahí la significación profunda de ese enigmático “para”, tan satisfactorio para Alemania y algunos otros, que ha venido a intercalarse perversamente entre las palabras “Unión” y “Mediterráneo”: hacer de esa cuenca una zona de influencia, de desarrollo controlado.  

De modo que, contrariamente al proyecto inicial que tenía la vocación de agrupar a los países de las dos orillas, y solamente a ellos, la Unión para el Mediterráneo podrá comprender a otras naciones europeas continentales deseosas de dedicarse o, más bien, de invertir “para” el Mediterráneo.  

Ahora bien, la originalidad histórica de la iniciativa de Sarkozy, hoy en día reducida a nada, estribaba precisamente en el fin de esas maneras europeas condescendientes, desarrollistas y predadoras, gentilmente imperiales, en pocas palabras, de ver hacia el Sur. Se trataba, más allá de las intenciones institucionales, más o menos utópicas, poco importa, de un cambio de perspectiva, de una nueva mirada.  

El jefe beduino comprendió muy bien que Francia no había logrado imponer esa nueva mirada y que, insidiosamente, nosotros regresábamos hacia una política de “apartheid”, de desarrollo separado, no de razas como otrora en Sudáfrica, sino de dos orillas del mar.  

En efecto, el “para” está destinado a hacer de la orilla del sur una zona euro, una zona de inversiones que, bajo el pretexto de acuerdos económicos y culturales privilegiados, pondría a una distancia controlable a estos amigos tan difíciles de manejar.  

Pues la ayuda controlada también es sinónimo de dependencia. Es pues, en realidad, un Mediterráneo “para” Europa lo que así se perfila: un terreno de juego económico culturalmente pacificado, al menos asegurado en lo religioso, si no es que secularizado en lo civil. Digamos que un terreno de juego en el que, “Inch’Allah”, se habría logrado contener al islamismo, máximo pavor del Occidente.  

El “para” es también por un rechazo a mezclarse tan firme como la voluntad de sacar provecho. Detrás de la retórica de la amistad y de las buenas intenciones, el sentido del olfato del hombre del desierto Muammar Kadhafi percibió perfectamente todo eso, por lo que exclamó rabiosamente: “No estamos muertos de hambre ni somos perros para que nos avienten huesos”.

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