Las calles fuera del “X
Club” de la capital Bissau están agrietadas y llenas de hoyos, pues no han
sido reparadas desde que fueron destruidas por el paso de los vehículos
militares durante la guerra civil de fines de los años 90 en Guinea-Bissau.
Pero los autos estacionados ante este club nocturno (Porsche y Audi de doble
tracción) no se verían fuera de lugar en los más opulentos barrios de
Londres.En su interior, una cerveza cuesta más del doble del ingreso
promedio de un dólar diario. Muchos de los parroquianos, sin embargo,
prefieren el whisky importado a 80 dólares la botella. Uno de los asiduos al
local señala a la gente que representa las varias etapas del suministro de
cocaína desde Sudamérica. “Él es un gran traficante y ese es uno de sus
guardaespaldas. Ese otro tipo se cree importante pero es irrelevante. Esa
mujer transporta la droga. Ha estado en Europa un par de veces”, dice.
Más allá está el restaurante de Ana, al que se le podría confundir con un
exótico destino turístico. Pero “los únicos visitantes que recibimos son
colombianos”, suspira su dueña. “Este país está siendo destruido por las
drogas. Están en todas partes. Hace unas semanas, el hombre que solía ser mi
jardinero golpeó a la puerta y ofreció vendernos 7 kilos de cocaína”.
Junto a la indigente población local circulan cantidades de ricos
“barones” colombianos de la droga en sus inmodestos vehículos, ostentando su
lujoso estilo de vida hi-tech, con hermosas mujeres en sus brazos. En las
afueras de Bissau han sido construidas exclusivas haciendas de estilo
español que son vigiladas por guardias armados.
De día, Guinea-Bissau se ve como el empobrecido país que es. A la mayoría
de las personas no les alcanza para un viaje en bus. No hay tendido
eléctrico, el agua está restringida a los escasos ricos y edificios
emblemáticos, como el palacio presidencial, siguen averiados nueve años
después del fin de la guerra. Pero este país en ruinas es lo que Naciones
Unidas (que acaba de declarar la guerra a la cultura cocainómana de las
celebridades) llama “el primer Estado narco” del continente.
Base de operaciones
África Occidental se ha convertido en el centro del flujo de cocaína de
Sudamérica a Europa, ahora que otras rutas se han hecho difíciles para los
traficantes. Agentes anti-drogas de Estados Unidos informan que los viejos
canales de la droga a través del Caribe, especialmente Jamaica y Panamá, se
encuentran más intensamente patrullados, lo que ha obligado a los
colombianos a desarrollar nuevas rutas para el tráfico.
Por otro lado, el creciente peso de los poderosos carteles mexicanos ha
forzado a los sudamericanos a buscar pasadizos nuevos a través del Atlántico
en lugar de Centroamérica.
Además, la costa occidental africana puede ser alcanzada a través del más
corto de los cruces desde Sudamérica: por avión desde Colombia, con un
reabastecimiento en Brasil; o por barco desde Brasil o Venezuela, donde las
naves sólo viajan de noche. La travesía toma de cuatro a cinco noches.
Asolada una vez por el tráfico trasatlántico de esclavos, la costa del
África occidental está nuevamente “bajo ataque”, dice el director ejecutivo
de la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Crimen (UNODC),
Antonio Maria Costa, quien califica el impacto sobre el continente negro del
hábito europeo por la cocaína como un eco de la esclavitud.
“En el siglo XIX, el apetito de Europa por los esclavos devastó al África
occidental. Doscientos años después, su creciente apetito por la cocaína
podría significar lo mismo”.
Rápida "colonización"
La toma de África occidental por los colombianos y otros carteles de la
droga ha ocurrido a la velocidad del rayo. Desde 2003, el 99 % de todas las
sustancias ilegales capturadas en el continente se ha producido en su región
occidental.
Entre 1998 y 2003, la cantidad total de cocaína requisada cada año en el
continente fue de alrededor de 600 kilos. Pero en 2006, la cifra había
subido cinco veces y durante los primeros nueve meses del año pasado llegaba
ya a 5,6 toneladas. El último decomiso, en el barco liberiano Blue Atlantic,
interceptado por la marina francesa en febrero, fue de 2,4 toneladas de
cocaína pura.
No obstante, si bien se estima que los decomisos globales representan un
46% del tráfico total, la UNODC dice que las cantidades encontradas en
África occidental son “la punta del iceberg”. El valor en la calle de las
drogas traficadas excede de lejos al Producto Interno Bruto. Según la
oficina de la ONU, una cuarta parte de toda la cocaína consumida en Europa
se trafica a través desde estos territorios, por un valor de 1.8 mil
millones de dólares al por mayor y de 10 veces más en su venta al detalle.
Las bandas nigerianas de droga siempre han tenido una enérgica presencia
en la escena del tráfico global, pero el objetivo de los traficantes
sudamericanos han sido los “Estados fallidos” de la Costa de Oro, donde la
pobreza es extrema, la sociedad ha sido diezmada por la guerra, donde las
instituciones estatales pueden ser fácilmente compradas y en lugar de
represión hay colusión.
Sobre todo en Guinea-Bissau, cuya debilidad lo ha transformado en la
presa soñada de un traficante. En dicho país, sostiene la UNODC, el valor
del comercio de drogas es mayor que el ingreso nacional.
Con una población de 1,5 millones, Guinea-Bissau figura en el quinto
lugar de más abajo en el índice mundial de desarrollo de la ONU. Incluso su
reciente historia es atormentada: después de 13 años de sangrienta guerra de
guerrillas, obtuvo la independencia de Portugal; pasó sus primeros años bajo
una dictadura marxista-leninista y luego otros 18 años bajo el mando de Joao
Bernardo Vieira, hasta que éste fue derrocado por una rebelión militar.
Sucesivas crisis, dos guerras y un colapso económico trajeron de vuelta a
Vieira en 2005, con una purga en el ejército y una estabilidad engañosa. La
Casa Blanca calificó a Guinea-Bissau como “una bodega de acopio y un punto
de tránsito” de los traficantes sudamericanos de cocaína hacia Europa.
Un alto funcionario de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA), con
una larga trayectoria en la lucha contra el narcotráfico trasatlántico, dijo
que “un lugar como Guinea-Bissau es un estado fallido, por lo que es como
llegar a una casa vacía”.
Esto se debe, según la DEA, a que no hay cárceles en Guinea-Bissau, un
oxidado barco patrulla 350 kilómetros de costa y un archipiélago de 82
islas. A eso se suma que el espacio aéreo no está vigilado, la policía tiene
pocos vehículos y carece de petróleo, radios, esposas o teléfonos.
“Uno entra, compra los servicios que necesita al Gobierno, al ejército y
a las personas, y procede. La cocaína puede ser almacenada con seguridad y
embarcada por mar a Europa, ya sea por España o Portugal, o por tierra vía
Marruecos por la vieja ruta del cannabis”.
El funcionario admitió que “esto sucedió en forma rápida y la respuesta
ha sido tardía. (Los narcotraficantes) Van ganando el partido”.
No ayudó tampoco que la mayor parte de la presencia diplomática
occidental se fuera de Bissau durante la guerra, prefiriendo operar desde el
vecino Senegal. Los estadounidenses reabrieron sólo en julio pasado una
oficina diplomática.
Misteriosa sustancia
La irrupción de la cocaína en Guinea-Bissau se produjo hace tres años,
cuando pescadores de una isla encontraron paquetes de polvo blanco en la
playa. No tenían idea de lo que era la misteriosa sustancia.
“Al comienzo, tomaron la droga y la pusieron en sus cuerpos durante las
ceremonias tradicionales”, recuerda el periodista local Alberto Dabo. “Luego
la pusieron en sus tierras. Todas sus cosechas murieron debido a esa droga.
Incluso la usaron para marcar una cancha de fútbol”.
El momento de la verdad llegó cuando dos latinoamericanos llegaron en un
vuelo charter con un millón de dólares en cocaína y organizaron una red de
venta al detalle. Dabo cuenta que “algunos de esos pescadores compraron
autos y se construyeron casas”.
Además de una locación favorable, en Guinea-Bissau los traficantes
encontraron un país donde el imperio de la ley apenas existe.
Otro hecho destacado por la DEA y la UNODC es que Guinea-Bissau y otros
países del África occidental están en la mira de carteles asiáticos y
africanos que trafican heroína a través del Atlántico en la dirección
opuesta: a Estados Unidos.
El año pasado, la agencia estadounidense y la policía de Chicago
detectaron a nueve africanos que habían movido al centro de EEUU heroína
originada en el sudeste de Asia a través de diversos países de África
occidental, sobre todo Guinea-Bissau.
Las estimaciones varían respecto de la magnitud de la presencia
colombiana, pero un observador sugiere que hay hasta 60 narcotraficantes
colombianos en Guinea-Bissau, quienes han comprado empresas locales
-incluidas fábricas y bodegas- y se han construido grandes casas protegidas
por guardias armados.
“Podemos ver a estas personas caminando en completa libertad. Exhiben su
riqueza. Se muestran en forma completamente abierta”, dice Jamel Handem, de
una coalición de grupos cívicos llamada Plataforma GB.
Se cree que las Fuerzas Armadas y algunos políticos de Guinea-Bissau
están profundamente involucrados en el tráfico de drogas.
El año pasado, dos efectivos militares fueron detenidos junto a un civil
llevando 635 kilos de cocaína. El Ejército aseguró la liberación de los
soldados y hasta ahora no hay señales de que vayan a enfrentar cargos.
El vocero de la institución, coronel Arsenio Balde, descarta cualquier
sugerencia de que el incidente pruebe la complicidad del Ejército con el
tráfico de drogas, pues afirma que los soldados simplemente estaban en el
lugar equivocado en el momento equivocado.
Por su parte, el portavoz del Gobierno, Pedro da Costa, da una respuesta
parecida cuando se le pregunta si el Ejecutivo está involucrado en el
tráfico de drogas: “No tengo ninguna información sobre eso”, e insiste en
que las autoridades están decididas a enfrentar a los traficantes, pero no
tienen los recursos.
Como a muchos otros en Guinea-Bissau, a da Costa le preocupa que estallen
disputas por el control del tráfico que empujen al país a una nueva guerra
civil. Las elecciones parlamentarias, programadas originalmente para este
mes, fueron pospuestas hasta fines de año. La campaña podría conducir a una
incrementada tensión entre los grupos políticos y ofrecer más campo a la
corrupción.
“Uno de los riesgos actuales es una profunda penetración de dinero sucio
en la política, que trastornará todo en el país”, dice Fafali Kudawo, rector
de la primera universidad del país, “porque este país es muy, muy frágil, y
el que tiene dinero puede hacer lo que quiera. No se sabe en ningún momento
qué cambiará la situación o llevará al país a la guerra o a la violencia”.
La UNOCD elaboró un plan detallado para ayudar a Guinea-Bissau. En 2006
sugirió a potenciales donantes un posible presupuesto de varios cientos de
millones de dólares. Se negaron a pagar.
El año pasado, la agencia presentó un programa mucho más modesto centrado
en la reforma de los servicios de seguridad, potenciar la policía judicial y
construir una cárcel. El costo estimado era de 19 millones de dólares. En
diciembre, una conferencia de donantes en Lisboa generó compromisos por 6.5
millones de dólares.
Como si no bastara con el ahogo de la sociedad por parte de los carteles,
Guinea-Bissau inevitablemente sufre una proliferación de las adicciones
entre su propio pueblo. “A los soldados rasos se les paga en especie”, dice
Antonio Maria Costa, “y lo que sobre se vende domésticamente”.
Muchos adictos permanecen en aldeas lejanas y mucho siguen creyendo que
sus alucinaciones son resultado de espíritus malignos. Bubacar Gano se llama
a sí mismo “el primer hombre que fumó pedra”, como se conoce en el país a la
pasta base. Recuerda al pesquero que perdió su carga en el mar en 2005 y
dice: “La mayoría de los pobladores locales no sabían qué era o qué hacer
con eso. Pero yo sabía. Después de un tiempo, me volví loco y agresivo. Pero
es difícil dejar de fumar pedra”.