Lo que a fines de diciembre comenzó como una serie de protestas contra las
irregularidades de las elecciones ha crecido en espiral hasta convertirse
en matanzas basadas en la tribu a la que uno pertenece de acuerdo con
lo que indican su documento de identidad y su idioma. El inglés y el swahili,
los idiomas que supuestamente nos unían, ahora no sirven para nada. En estos
tiempos, cuando pertenecer o no pertenecer a determinada tribu puede ser la
diferencia entre no estar muerto y estarlo, ¿qué oportunidad tiene una
persona como yo?
Soy hijo de un padre luhya y una madre taita, pero hablo la lengua kikuyu de
Kiambu, donde me crié.
Los políticos ya no tienen la capacidad de detener la violencia. Kofi
Annan, el ex secretario general de Naciones Unidas, posa con los contendientes
rivales en sesiones de fotos en las que ambos antagonistas se dan la mano,
sonríen y reclaman paz. Pero nosotros sabemos que la venganza es lo que buscan
los diversos grupos étnicos.
La vida cotidiana es un constante calidoscopio de lenguas para aquellos que
tenemos un origen étnico mixto. Debemos tener en cuenta en qué calle o
en qué aldea estamos y, como el camaleón, hablar la lengua "correcta".
Nunca antes había sido importante en mi familia saber a qué tribu debíamos
pertenecer. No conozco tribus. Sólo conozco lenguas.
Nairobi, una ciudad supuestamente cosmopolita, se ha balcanizado, y barrios
enteros se han convertido en reservas exclusivas de determinadas tribus y sus
matones.
¿Dónde encontraremos refugio los que tenemos ascendencia mixta, los que no
conocemos los gritos de guerra de nuestras tribus?
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(*)Cineasta y escritor nacido en Kenia.
Traducción de Elisa Carnelli.