"Debemos encarar los temas fundamentales que están
en la raíz de los disturbios, como una distribución más equitativa
de los recursos. En caso contrario, seremos testigos de lo mismo en
tres o cuatro años", declaró Kofi Annan, el ex secretario general de
la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que intenta mediar en
el conflicto.
El martes 29 de enero, Annan instó al presidente Mwai Kibaki y al líder
opositor Raila Odinga, quien denunció fraude en las elecciones de
diciembre, a "hacer todo lo posible" para restaurar la paz. Dijo que
les ofrecería un "mapa de ruta" para las negociaciones.
La reunión se produjo luego de que la muerte del diputado Mugabe
Were, del opositor Movimiento Democrático Naranja, encendiera una
nueva ola de enfrentamientos que dejó al menos siete muertos en
Nairobi.
Más de 1.000 personas perdieron la vida y al menos 250.000 fueron
desplazadas de sus hogares por la violencia que se desató luego de
que Kibaki se adjudicara la victoria en los comicios.
Incluso en el caso de que Kibaki, quien pertenece a la mayoritaria
etnia kikuyu, y Odinga, representante de los minoritarios luos,
lleguen a un acuerdo para compartir el poder, las causas crónicas de
la violencia tribal, políticas y económicas permanecerán como una
amenaza potencial.
"La caracterización del conflicto como un problema étnico es
simplista. El acceso a la tierra, la vivienda y al agua son los
motivos reales, enmascarados por las diferencias tribales y
disparados por las rivalidades políticas", señaló un socorrista
dinamarqués. "Existe un innegable componente clasista", agregó.
"Sólo un grupo social salió a la calle para protestar contra el
fraude electoral: los más pobres entre los pobres, los desocupados y
los sin tierra. Los que participan de la violencia pertenecen a una
única clase social", dijo Millicent Ogutu, quien trabaja en una
compañía de medios con sede en Nairobi.
Los barrios marginales han sido los únicos focos de violencia en
Nairobi y este cuadro se ha repetido en otras zonas del país.
"¿Ha visto a alguna persona de clase media de cualquiera de las
etnias gritando consignas contra Kibaki u Odinga?", preguntó Raphael
Karanja, un periodista radial.
"Los que protestan son los que tienen una equivocada fe en el poder
del sufragio y que creen genuinamente que su voto puede generar un
cambio que lleve a mejores políticas económicas que alivien sus
problemas de falta de tierra, vivienda y agua potable", argumentó.
La mayoría de los manifestantes pertenecen a las etnias luo y
klenjin, mientras que el mayor número de víctimas de la violencia
han sido kikuyos. Pero esta línea divisoria racial oculta patrones
históricos de inequitativa distribución de los recursos en Kenia.
El principal problema es la distribución de la tierra. "El Estado
mostró una escandalosa parcialidad a favor de una tribu, a expensas
de todas las demás, cuando el país logró la independencia y las
parcelas abandonadas por los británicos fueron distribuidas entre la
población local", señaló un profesor de economía de la Universidad
de Nairobi, quien no reveló su nombre porque es un empleado
gubernamental.
Los kikuyos se apoderaron de la mayor parte de la tierra, incluso en
áreas que jamás habían ocupado, porque controlaban el primer
gobierno independiente, que les otorgó un tratamiento preferencial y
créditos para comprarla.
"Esto provocó que familias kikuyu obtuvieran tierras en medio de
zonas tradicionales de otras tribus, especialmente en el fértil
valle del Rift, la principal región de violencia electoral desde que
se introdujo en Kenia un sistema multipartidista en 1962", afirmó el
profesor de economía.
Las elecciones de 2007 no fueron las primeras fraudulentas, ni las
primeras en generar violencia al conocerse los amañados resultados.
Lo mismo ocurrió en 1992 y, en mayor escala, durante y después de
los comicios de 1997.
La vivienda y el acceso al agua potable son otros dos temas de peso
en las zonas donde viven los pobres, y están directamente
relacionados con la corrupción.
"La brecha entre la pequeña minoría rica y la mayoría de pobres se
ha extendido tanto durante los últimos años que, incluso si un
ciudadano común tiene los recursos y quiere construirse una casa
decente, encuentra trabas burocráticas a cada paso que no puede
superar si no soborna a funcionarios corruptos", señaló Ogutu.
No hay barrios de clase media en Nairobi. Sólo sofisticadas
viviendas o áreas marginales.
"Los ricos se han vuelto súper ricos y adoptaron una cultura de
consumo desenfrenado, con grandes y costosos automóviles y casas aún
más grandes y caras. Por otra parte, los pobres se empobrecieron
más. La clase media se redujo, con unos pocos que han logrado un
ascenso social y una mayoría que sobrevive al borde del abismo
económico y social", afirmó el profesor.
Los pobres pensaban que la democracia les posibilitaría influir en
las políticas gubernamentales. Odinga aumentó sus expectativas
haciendo campaña como el "candidato del pueblo" y "campeón de los
pobres". Recibió votos de miembros de todas las etnias.
"Luego de la pacífica transición de 2002, la mayoría de los keniatas
tuvieron fe en que podrían provocar otro cambio con su voto, lo cual
explica la pacífica participación sin precedentes en las elecciones
de diciembre del año pasado", comentó Ogutu.
"Esa fe ha sido irreparablemente dañada. Puede haber una frágil y
momentánea paz, pero no cambiará nada para ellos. Estarán de vuelta
en las calles, más tarde o más temprano", concluyó.